Publicidad

¿La Segunda Muerte del Pedagógico?

Publicidad


Resulta evidente que un conflicto tan prolongado como el vivido en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, ex Pedagógico de la Universidad de Chile, no se explica sólo por cuestiones coyunturales. Por lo general la mayoría de los conflictos universitarios, gatillados por las demandas y la movilización estudiantil, ponen en evidencia crisis estructurales, con causas profundas y que requieren de cirugía mayor.

Puede ser que algunos puntos del actual petitorio estudiantil sean susceptibles de abordarse de tal o cual manera. Puede ser que el movimiento estudiantil en la UMCE adolezca hoy de una organicidad fuerte y de espacios concretos por los cuales conducirse. El desarme de la Federación de la UMCE (1999) y el despotenciamiento de buena parte de los centros de estudiantes conspiran en ello, y los principales afectados son el propio estudiantado y la comunidad universitaria local. Sin embargo, no es de extrañar que ese escenario sea preferible para la estrategia de autoridades que sólo aspiran a una administración a puertas cerradas, sin fiscalizaciones ni diálogos, y sin proyecciones académicas de ningún tipo.

Lo concreto es que la demanda estudiantil, que inevitablemente es múltiple en su origen, puso en evidencia el desmoronamiento del pedagógico, desmoronamiento del cual los estudiantes y en general los chilenos no somos responsables en su origen pero sí en su solución.

Por lo demás, el tipo de criterios y de manejo del actual rector, don Jesús González, ya habían sido puestos en evidencia en conflictos anteriores y en el caso del Liceo Manuel de Salas el 97. Pero hoy ha quedado de manifiesto la falta de transparencia y la irresponsabilidad de apostar al entrampamiento, al desgaste y al amedrentamiento, antes que a la búsqueda de soluciones necesarias. Definitivamente, el círculo de la intransigencia y el autoritarismo han sido potenciados por la estrategia de González y sus colaboradores directos.

Desde varios puntos de vista, incluido el poder sanar la más que lesionada convivencia académica, la salida de Jesús González de la rectoría parece ser una clara necesidad. Pero no basta. El daño es tan grande que se requiere ir mucho más allá. Ese es, probablemente, el punto central en toda esta crisis.

El primer y fundamental golpe de muerte dado al Pedagógico, y en general a toda la educación chilena, fue la separación de éste de la Universidad de Chile, medida que fuera decretada por la junta militar a comienzos de los 80. ¿Cuál era el sustento académico, político, educacional y estratégico de esta medida? Más de algún rector o decano de universidad privada podría salir a la pizarra para explicárnoslo. Pero ni el pudor, ni la responsabilidad son características recurrentes para quienes avalaron e impulsaron esta separación.

Mientras tanto, asistimos hoy a declaraciones alarmadas; vemos resultados del SIMCE; estudios que señalan las dificultades de expresión y comprensión lectora de la población nacional; colegios que se cierran; cobranzas «compartidas»; una reforma educacional de objetivos discutibles y de escasos logros; conexiones de internet en los más alejados rincones; chateos con el presidente; en fin. El «tema» de la educación. La llave del desarrollo, de la equidad, la puerta para pasar al siglo XXI, etc., etc.

Sin embargo, por años (17 + 10 si somos rigurosos) se ha optado en las esferas de planificación -al menos donde se dice que la hay- y en las de decisión por despojar a las universidades públicas de algún grado de injerencia y deliberación real en el proceso educacional completo. ¿Dónde se ha estado pensando y (re) diseñando la educación chilena? En las universidades no. Acorde a los aires «modernos», la participación universitaria en los últimos años se ha limitado básicamente a programas concursables que sirven como exiguo incentivo financiero. Pero el diseño grueso, la responsabilidad sobre el proceso -que no es otra en definitiva que la de construir país- se han relegado sólo a los tecnócratas, a los asesores y expertos que andan por ahí.

Y cómo no iba a ser así, si ni siquiera se ha querido hacer participar de manera efectiva a los actores fundamentales y directos del proceso: los profesores, los estudiantes y los apoderados. En este momento en Chile no hay proyecto educacional de verdad. Lo que abundan son las recomendaciones y los asesores del Banco Mundial que pocos enjuician en sus resultados.

Pero más allá de este cuadro, la separación del pedagógico de la «U», es decir, la separación de la formación de educadores de un efectivo desarrollo, actualización e investigación en las diversas disciplinas, es probablemente un antecedente muy importante para la crisis de resultados y procesos educacionales de hoy. Son años de no-siembra, de decaimiento sistemático, de acostumbrarse a sólo sobrevivir. Y en un ambiente así es explicable la existencia de un Jesús González, quien para colmo carga bajo su administración la separación de la UMCE de reconocidos académicos y formadores de formadores (Giannini, y Thayer, entre otros).

El conflicto que por estos días enfrenta el pedagógico está al centro de estas carencias y necesidades. Para resolver el fondo del mismo se necesitan decisiones de Estado -que obsceno suena ya eso de «decisiones de Estado» ¿no?-. Se requieren voluntades políticas reales para intervenir y resolver el conflicto puntual de la UMCE en la perspectiva de un proceso mayor, que como lo ha señalado entre otros el Colegio de Profesores, requiere de instancias -no de terapia- de convocatoria real a la comunidad nacional, partiendo por los involucrados. Así mismo, parte importante de ello puede contemplar la fusión del pedagógico con la Universidad de Chile, diseñando así un proceso de normalización y de reconstrucción del proyecto académico.

En general, hasta ahora la autonomía universitaria que invoca el ministerio no ha pasado de ser la autonomía del «sobrevivan como puedan, ahí está el mercado.» El pedagógico no tiene razón de ser sin la voluntad de (re)pensar en serio el proceso educacional y la formación de los profesores -que como gusta tanto hoy decir «formarán a nuestros hijos».

La necesidad de que las máximas autoridades educacionales dejen de hacerse a un lado y señalen o ayuden a encontrar derroteros que permitan dar pasos definitivos es algo impostergable. De lo contrario estaremos en presencia de la segunda, y quizás definitiva, muerte del pedagógico.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias