Coyunturas Rotas I (Arte y Política)
En estos momentos se exhibe en el MAC (Museo de Arte Contemporáneo) una muestra llamada Arte y Política. Ella me ha suscitado rememorar las balizas que han marcado las artes plásticas en la dureza de la experiencia política de estas dos últimas décadas en la ciudad de Santiago, balizas de sentido para los naufragios de la palabra, visualizaciones de los cortes que se fueron apoderando de nosotros, por los cuales, y de los cuales, es y ha sido difícil hablar.
Las políticas del ojo que han puesto en obra estas producciones visuales no calzan con la coyuntura ni plantean disyuntivas. En el tiempo crítico que instalan con sus creaciones dejan más bien entrever las distintas coyunturas de un discurso político nacional que olvida su historia y silencia las costuras que hilan, y aparentan unir, su narración.
Intervalos: las repetitivas lagunas entre la inscripción X CHILENO X CHILENA X CHILENO X CHILENA deslavándose, en los ochenta, sobre la piedra de los muros en la cuenca del Mapocho (Claudio del Solar) fue durante años el signo que me permitió orillar, no el río, sino la ciudad que lo amnistiaba.
Tarjamiento del espacio lleno para acentuar el vacío que media entre uno y otro: la pupila maniática siguió trazando las cruces sobre el pavimento (Lotty Rosenfeld), palotes sobrepuestos a los signos (o viceversa: signos transformando el soporte, la señalética vehicular, en palotes, desnaturalizando así las líneas, torciendo la coordenada que duele), repitiendo que la Panamericana no es el paisaje, así como la dirección no suplanta el sentido (y como la Moneda es un signo, un signo reversible, giratorio, adosado).
Conexión como doblez: el cuerpo se volvió pliegue (desde las pinturas aeropostales de Eugenio Dittborn), una y otra vez, para extrañarse en el viaje, hacer duelo de la mirada: diferir la mirada, a modo de ver -velar- por otra promiscuidad, por otra cercanía; restituir una velocidad que es aquella que viene escapando en el acontecimiento. O como si el duelo que se les aplica fuera una restitución, desplazada, de lo desaparecido que habita nuestro lenguaje.
El pliegue como estrategia de cartonero que reduce y compone los residuos en nuevas superficies, delgadas y luminosas, para atravesar los umbrales de resistencia a la visión. Uniones monumentales del desquicio: nuestro cuerpo apocado se topó, en las instalaciones de Gonzalo Díaz, con las aplomadas junturas, el peso escultórico de las conjunciones textuales, materias de la edificación institucional que pretende cubrir el territorio, y cuyo férreo e irrisorio ensamblaje confirma su doble (nosotros, nuestra falta de inmunidad): el blando territorio de la ley, la muelle carne que buscan contener, y desdecir, los textos legales (aquella ley vuelta recado corporal, desde la trémula y vertical escritura de Bello).
Fosos entre espacio y palabra, en los paisajes inconclusos de Natalia Babarovic, esos lugares reconocibles por su imposible y a la vez excesiva familiaridad, como fondo heterotópico sobre el cual se erigen los edificios lingüísticos nacionales. (Las palabras no tienen un lugar común, lo sabemos. Por ello la faja lingüística. Por ello la vigilancia lingüística. Pero el acontecer y los sitios andan sueltos, no calzan con sus nombres). Desarticulación de los cuerpos en el transcurso de la historia política de las ciencias, en sus aplicaciones sociales (Mario Soro): obsesivo y fallido gesto por reconstruirle otras articulaciones, en las coordenadas del paisaje industrial chileno, en el hueco que se suspende entre la representación microscópica del ADN y la macromirada cartográfica satelital, en las medidas corporales (y su distante proyección, su dolorosa o gozosa cercanía con el molde de costura) de las fachadas urbanas.
Eludido trecho entre la lengua materna (aquella que difumina los límites corporales) vuelta -finalmente- voz (en la performance de Carlos Leppe), y el mudo discurso de la gestualidad médica que opera en la delimitación de los cuerpos, que se ensaña (como lo hiciera la violencia militar) en erradicar de los cuerpos su historia: el cuerpo se reconoció indecible, boquiabierto, desbordado de cualquier relato, fugado de las prescripciones sexuales.
Historia cocida hacia los adentros, en los Imbunches de Catalina Parra: no la mordaza, no la censura militar, sino la censura que precede, los cuerpos como mordaza de sí mismos en la coreografía del violento lazo social que nos atraviesa. (No hay silencio, sólo retumbe sin eco en las cápsulas de los espacios discursivos. No hay silenciamiento, sólo un endeble pespunte que amenaza apretar sus hilos en los bordes de la oralidad y que, como tal, amenaza -junto con los vocablos- cerrar los orificios por los cuales este cuerpo alimenta la pertenencia a una comunidad).
Hendidura en el paisaje, eriazo que hace a la ciudad (y no que nace de ella), en Voluspa Jarpa. Distancia levemente magnificada, traspié en la perspectiva que no son más que las repetidas zanjas -las repetidas tierras de relleno- que atravesamos en el aparente mapa uniformado del ojo, de la lengua. (continúa)
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