Como curioso que soy de la política y como adicto de ocasión a la matemática electoral, las tres primeras cifras que consideraré en medio del tráfago del domingo por la noche, serán el porcentaje de sufragios de la Democracia Cristiana, el resultado de Joaquín Lavín en Santiago y la suma de votos que la Concertación obtenga a nivel nacional.
Creo que estos números van a anunciar la dimensión de los cambios a mediano o largo plazo que los comicios municipales pueden traer consigo.
Lo primero, desde luego, es el tema de la DC: el partido de Frei Montalva se la juega a fondo en este domingo. Ha vivido peligrosamente estos cuatro años demostrando una capacidad de error difícil de superar, que lo ha colocado en un plano inclinado políticamente muy inconfortable. Precisamente, a raíz de los resultados de las anteriores elecciones municipales del 96, se inició el motín para desbancar de la presidencia a Alejandro Foxley, porque algunos de los próceres del partido consideraron muy insatisfactoria la votación de 26,1% lograda en aquella oportunidad.
Es irónico que ese resultado parece, visto desde ahora, estratosférico y que estos buenos católicos sólo hayan podido aprender un poco de humildad a golpe de urnas.
Desde entonces han ido cayendo sucesivamente los liderazgos de Enrique Krauss, de Andrés Zaldívar e incluso del incombustible Gutemberg Martínez. Era ya mucho, pero todavía venía algo peor: el presidente del partido del 2000, Ricardo Hormazábal, exhala lugares comunes. Vive en una especie de mundo paralelo y no parece que su fervor tribunicio pueda conectar con los desconfiados públicos del Chile medio de hoy.
En el partido de la flecha roja tiemblan ante lo que viene. Se acepta casi como una fatalidad el descenso al infierno del 20%, aunque resultan riesgosos vaticinios tan drásticos. Si la DC baja de esa cifra no será algo puramente anecdótico. Significaría el final de una etapa histórica de la política chilena, en que la DC dominaba cómodamente el centro del sistema y constituía el eje necesario para cualquier alianza o proyecto que quisiera evitar los ominosos tres tercios.
Durante los años democráticos de las cuatro últimas décadas, la DC ha tenido en la mano la baraja y repartido los naipes desde su privilegiado locus central. Una brusca baja de votos de este partido supondría cambios gravitacionales en el campo político difíciles de prever y de evaluar. Por eso uno de los temas más relevantes de análisis tras estas elecciones será sin duda el identificar qué otras colectividades -y en qué medida- se han beneficiado de la merma electoral de la DC.
Los liderazgos de Lavín y Lagos
Respecto de Lavín, su triunfo sobre el papel parece asegurado. La interrogante es por cuántos puntos. Porque de ese simple guarismo depende el vigor con que vaya a reanudar su maratón hacia La Moneda. El 78 por ciento de su triunfo en Las Condes le va a penar ahora. Si su marca es mucho menor en Santiago, tendrá que luchar contra la imagen de ser un líder del barrio alto.
Puede resultar también muy importante la manera como cada candidato escenifique y verbalice sus reacciones ante la victoria o derrota que le proporcionen las urnas. Creo que un hábil manejo de ese emocional momento (que tan bien supo utilizar un Lavín vencido en la noche del 16 de Enero), puede darle una eventual oportunidad política incluso a una Marta Larraechea derrotada.
Lavín no va a vivir la jornada electoral en el comando de la Alianza por Chile, sino en el suyo. Sin duda, esto ya apunta a un perfil presidencial. Se destaca, así, su figura de líder singular que disputa la alcaldía de Santiago casi introduciéndose en el living del poder de Ricardo Lagos. El va a estar siempre junto a la Moneda con su troupe de guionistas tipo Hollywood, que tan bien explota su capacidad actoral, para generar día a día noticia, espectáculo, curiosidad pública, como lo hizo tan provechosamente en Las Condes, aun en proyectos que después no tuvieron ningún éxito o incluso fueron francos fracasos.
Quedan las dudas sobre la Concertación. La rebaja de expectativas que ministros y altos funcionarios del gobierno han diluviado sobre los medios en estos últimos días, ha tenido como objetivo evidente evitar una noche electoral de almas en pena. Desde ahora se quiere templar la moral un tanto golpeada de las huestes. Todo parece indicar que el magro porcentaje anunciado, el 48 por ciento, será sobrepasado, aunque con alguna dificultad. Pero si no se llega al 50, las cifras serán utilizadas lógicamente por la oposición como un argumento plebiscitario en contra de Lagos.
De todas formas, el Presidente, con la contundencia de sus reacciones, ha superado, según las encuestas, momentos tan críticos del último mes, en que la economía y los escándalos parecían írsele encima. No se sabe hasta qué punto la fuerza de su imagen será decisiva en estas elecciones. Lo mismo ocurre con la proyección de la imagen de Lavín. Será otro punto a estudiar.
Pero lo más probable es que después de las elecciones quede una Concertación un tanto mermada e interiormente herida y un Mandatario que, a pesar de todo, siga gozando de una amplia aceptación popular. En ese caso, el gobierno se va a presidencializar (o «laguizar») todavía más y el Presidente puede ser sugestionado por la tentación, en él tan fuerte, de ejercer el poder directamente con sus asesores.
Estos ya le han de tener preparado el discurso en que aparezca por encima de cualquier derrota en estos comicios.