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Otro schop, don Manuel

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La discusión sobre la izquierda, el socialismo y el capitalismo no avanza a punta de metáforas. No creo que tenga interés abordar como juego de palabras la muerte (del socialismo) o la eternidad (del capitalismo). Lo importante es saber las razones por las cuales Brunner se desliga del socialismo y afirma que el ideario de izquierda puede realizarse en el capitalismo globalizado, prescindiendo de una política de transformación.



Cambiando el lado, lo relevante es conocer las razones por las cuales yo estoy en desacuerdo con esas afirmaciones, y saber en qué nivel estoy en desacuerdo. Por ello, creo que los lectores de nuestras columnas deberán soportar otra vuelta de tuerca. Después le propongo a Brunner que continuemos esta polémica, a la cual prefiere llamar conversación, tomando un schop en Las Lanzas.



Estoy de acuerdo con mi contradictor cuando plantea, quizá con otras palabras y otro ritmo sintáctico, que las políticas que proporcionaron la identidad de la izquierda del siglo XX representan hoy reminiscencias y nostalgias. El socialismo surgido de la gran revolución de octubre sucumbió sin pena ni gloria, y por ello hoy día es víctima de diversas modalidades de lectura retrospectiva.



Para algunos, constituye la irrefutable demostración del fracaso de las sociedades que se organizan de manera planificada. Para otros representa una traición al verdadero espíritu emancipador del marxismo originario. Y para unas cuantos fue simplemente la forma de modernización (por ende, de occidentalización) de ese vasto mosaico de pueblos que constituyeron la Unión Soviética.



Creo que puede decirse lo mismo de las experiencias socialdemócratas de construcción de Estados de bienestar. En ese punto mis razones difieren en parte de las de Brunner. Para mí representaron soluciones estatistas, reformismos desde arriba que se abrieron paso fomentando el economicismo del movimiento popular, y a la larga generaron una cultura obrera penetrada por el espíritu corporativo.



Ese tipo defensivo de identidad erosionó los principios clásicos de universalidad, y terminó por empujar a los sectores amenazados de los trabajadores hacia una defensa cerrada de los privilegios particulares, como los de los trabajadores instalados en contra los marginados.



Esos Estados de bienestar tenían, además, el propósito abierto de acoplar las políticas sociales con la reproducción dinámica del capital, en las condiciones de un tipo específico de mundialización. Esa modalidad giraba en torno a poderosos Estados nacionales que defendían sus mercados internos y tendían a ejercer monopolios de poder en sus zonas de influencia económica. Por eso puede decirse que pese a sus enormes diferencias, el socialismo revolucionario y la socialdemocracia tuvieron un punto en común: el espíritu estatalista.



Sin embargo, las diferencias con Brunner empiezan en la parte propositiva. En realidad, no necesita preguntar que socialismo rescato; bastaría que recurriera a la propia noción de tradición. Las limitaciones de los socialismos reales, sus deformaciones despóticas, fueron denunciadas hace tiempo por aquella parte de la izquierda chilena que participó en la redefinición de la tradición generalizada de los años ’60. Ella definió su identidad por referencia a la democracia y al socialismo.



Si se trata de discutir de tradición, se debe recordar que para una parte de la izquierda esta identidad se rehizo durante los años de la dictadura, abandonando las raíces leninistas pero manteniendo la crítica al capitalismo.



Estas observaciones son importantes para la polémica, pero al mismo tiempo no lo son para fines de mayor trascendencia. El centro del problema consiste en argumentar sobre las posibilidades de conseguir equidad creciente (democracia económica) y participación ciudadana (democracia política) en los marcos de la globalización capitalista.



Como planteo en mi libro Socialismo del siglo XXI, publicado a fines del XX, creo que el espacio de lucha es dentro del capitalismo. En esto estoy de acuerdo con Brunner. Pero existe una diferencia. Las luchas que deben propiciarse se orientan contra la globalización capitalista y contra nuestra inserción subordinada.



Esto significa combatir contra el sistema desde dentro, y sin pretender nunca totalizar una alternativa. Esto significa que se lucha en el sistema contra el sistema, con esperanza pero sin caer en la utopía. Ese es un punto de definición, de separación de aguas. Más importante que el crecimiento económico y su chorreo es que la sociedad pueda deliberar sobre si misma, que pueda participar en forma real. Cuando esto ocurra existirán sujetos, y la existencia de sujetos garantiza que el poder estatal tenga un contrapeso en los movimientos sociales. Esa es la tradicion socialista, y el estatismo constituyó una deformación de esa tradición.



Como nos lo recuerda un agudo escritor de cartas al lector, quien se escuda en una cita de Jaime Eyzaguirre, la tradicion no es nostalgia, en realidad es esperanza (Patricio Tupper).





Siga el intercambio anterior entre Brunner y Moulián:



Conversando con Moulian (por José Joaquín Brunner)



¿Que es ser de izquierda?: discutiendo con Brunner (por Tomás Moulian)



Tradiciones de izquierda: ¿Monopolio de rocinantes? (Por José Joaquín Brunner)



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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