Llevado por su dinámica interna el capitalismo camina más bien en la dirección de la mayor concentración, la cual aniquila a emprendedores y crea desmesuradas brechas de salarios. Sólo las luchas sociales anti capitalistas podrán reorientarlo.
Brunner constata «con una pizca de sorpresa» que hay muchas cuestiones en que estamos de acuerdo. Sin embargo, tengo la impresión que se le olvidó señalar los importantes puntos que nos separan. Yo, por lo menos, no encuentro entre sus enumeraciones la diferencia central. Para Brunner el capitalismo es un ámbito de posibilidades, tanto de crecimiento de fuerzas productivas como de desarrollo (espacio de obtención de la equidad) mientras para mí es un ámbito de explotación.
Puedo justificar la opinión dada a la manera de Marx. El argumento sería la existencia de un trabajo realizado pero no cubierto por la remuneración, lo cual significa que el asalariado no es nunca realmente remunerado por su trabajo. Pero prefiero darle prioridad al argumento de Weber. Este sostiene que el capitalismo se orienta por la racionalidad formal, operacionalizada a través de esa modalidad del cálculo monetario que es el cálculo de capital. La lógica que orienta al capitalismo es la de la ganancia. Esa racionalidad formal es irreductiblemente distinta de la racionalidad material. Eso significa que el capitalismo no busca ni se preocupa de la satisfacción de las necesidades de las personas a menos que con ello pueda obtener una ganancia. Como la ganancia es el alma del sistema, el que no paga no come.
Esto significa que el capitalismo reorienta el fin histórico original de la producción de riqueza. Esa finalidad era la satisfacción de las necesidades de sobrevivencia de los hombres. Al hacer ese viraje destruye el vínculo entre producción de riqueza y reproducción de la vida. El fin de la economía pasa a ser la reproducción del capital y solo por añadidura, de la vida. Pero no de la vida de todos, sino de la vidas de los tienen dinero y que proporcionan la necesaria ganancia.
Si la lógica del capitalismo es el lucro, si sus decisiones se orientan por ese objetivo, conseguir que el capitalismo mire hacia las necesidades, no en función de la ganancia, sino por ellas mismas, implica intentar corregir la tendencia interna del capitalismo. La equidad es un principio extraño al capitalismo. A la lógica de la ganancia le interesan los ingresos de los asalariados en cuanto piezas en el funcionamiento del mercado, pero no por principios de justicia.
Por añadidura, se constata desde que este modo de producción existe, pero ahora con mucho mayor fuerza que antes, que hay una ley interna del capitalismo que empuja hacia una cada vez mayor concentración de la propiedad y de los ingresos. La concentración de la propiedad, materializada en gigantescas fusiones, acumula el poder de disposición sobre los medios de creación de riquezas en cada vez menos manos e inhibe el ejercicio de las capacidades de emprendimiento. La concentración desigual de ingresos genera discriminación en el acceso a oportunidades y muchas veces condena a grupos enteros a vidas inhumanas.
La obtención de la equidad es para mí una lucha de sujetos sociales que buscan neutralizar a través de reformas el espíritu esencial del capitalismo. No la veo como concesión desde arriba, separándome en este punto de la socialdemocracia. La veo como conquista desde abajo. Esta actitud es el efecto de una desconfianza teórica en el poder estatal, al cual interpreto como exigido a ser agencia de reproducción y, por tanto, como un lugar poco resistente al acoso simultáneo de las razones de estado y de las presiones empresariales.
Por eso mismo creo que Brunner, quien tiene otra apreciación del capitalismo, se apresura con demasiada rapidez a armar el mapa de los consensos. Para mí la democracia participativa, distinta de la representativa, es una necesidad para conseguir eficiencia en la crítica al sistema. La posibilidad que los ciudadanos discutan, no sobre los medios a partir de los cuales se realizan ciertas finalidades, sino sobre las finalidades mismas, permite visualizar los efectos que producen en la vida concreta de la gente las decisiones políticas. La polémica política colectiva, que es el centro de una democracia participativa, debe ser aprovechada por los sujetos sociales radicales para crear conciencia de clase. Eso significa mostrar la conexión entre el capitalismo y las desigualdades vividas por cada persona.
Una mayor equidad sustancial y una verdadera democracia participativa deben arrancársele al capitalismo, éste no tiene la tendencia natural a concederlas. Es real que no creo que una economía distributiva, de la cual hablo con más extensión en mi libro Socialismo del siglo XXI, deba ser una economía sin propiedad privada. Pero sí pienso que debe tratarse de una economía en que el móvil de los sujetos económicos sea el emprendimiento y no el lucro. ¿Se podrá transformar al capitalismo en un sistema de empresarios y no de capitalistas, de agentes movidos por la voluntad creativa y también -por supuesto- de confort personal pero no de acumulación exorbitante? ¿Podrá el capitalismo devenir post capitalismo?
Llevado por su dinámica interna el capitalismo camina más bien en la dirección de la mayor concentración, la cual aniquila a emprendedores y crea desmesuradas brechas de salarios. Sólo las luchas sociales anti capitalistas podrán reorientarlo.
Siga el intercambio anterior entre Brunner y Moulian:
Acuerdos y desacuerdos con Moulian (por José Joaquín Brunner)
Quiromancia y liberalismo (por Tomás Moulian)
La izquierda sin futuro (por José Joaquín Brunner)
Otro schop, don Manuel (por Tomás Moulian)
Conversando con Moulian (por José Joaquín Brunner)
¿Que es ser de izquierda?: discutiendo con Brunner (por Tomás Moulian)
Tradiciones de izquierda: ¿Monopolio de rocinantes? (por José Joaquín Brunner)