Moulian ha preferido esquivar los argumentos de fondo de mi anterior columna, Empleo: la incapacidad de entender los ciclos, y se ha refugiado defensivamente en una posición más bien minimalista.
Una de las cosas que me ha enseñado nuestro (espero) fructífero debate con Tomás Moulian es esto: cada vez que su pluma se inflama y vuelca con inusitada vehemencia contra la persona del interlocutor, y no contra los argumentos esgrimidos por él, es porque algo anda mal en su rincón.
De hecho, Moulian ha preferido esquivar los argumentos de fondo de mi anterior columna, Empleo: la incapacidad de entender los ciclos, y se ha refugiado defensivamente en una posición más bien minimalista.
En qué sentido lo digo.
Lo digo porque Moulian sostiene ahora que lo único (subrayo) que en realidad le interesa afirmar es «que el crecimiento a la chilena venía disminuyendo su capacidad de generar empleo antes de la crisis». Refrenda de este modo, sin darle debido crédito, la postura levantada desde hace ya varios meses por la oposición lavinista, que ha venido insistiendo en el mismo punto, aunque con diferente motivación.
Mas no es esa coincidencia la que me interesa profundizar aquí.
Me interesa, en cambio, llamar la atención hacia el giro minúsculo, exiguo, que adopta el planteamiento de mi contradictor, que ahora se presenta interesado, nada más, que en hacer una glosa respecto a la data en que se habría iniciado la merma de capacidad de la economía chilena para generar empleo. Mientras yo sostengo que tal fenómeno se vincula con el ciclo recesivo y otros factores sobrevinientes, Moulian, en cambio, prefiere fijar ese momento «antes de la crisis».
Por mi parte, entendí que estábamos discutiendo sobre tópicos de mayor envergadura, como por ejemplo, si acaso el crecimiento económico era pre-condición (bajo cualquier modelo de desarrollo) para la generación de empleo, tesis que un sector importante del establishment crítico venía desahuciando durante los últimos meses.
A este punto esencial, que Tomás convenientemente elude, se refería mi artículo citado más arriba. Pues bien, ahora Moulian se apresura en buscar resguardo y se pregunta: «¿Dónde he dicho yo o cualquier crítico con dos dedos de frente que no hay que crecer?» Ä„Bienvenido, pues, al club de los dos dedos de frente!
Lo demás que hace mi contradictor en su columna es soplar vidrio, produciendo una serie de globitos multicolores. Por ejemplo, cita datos irrelevantes sobre el desempleo en tres países desarrollados para el bienio 1998-1999, cuando en verdad el debate se refiere a las tendencias de largo plazo del mercado ocupacional. Ä„Nada que ver, pues!
O bien descubre, de la mano de Perogrullo, a quien gusta invocar, que se han producido cambios intersectoriales en la distribución del empleo en beneficio del sector servicios, pero sólo menciona los sectores que pierden empleo, no al sector cuya participación crece. Y así por delante.
En suma, no sorprende que Tomás haya preferido esta vez personalizar su retórica en vez de profundizar la argumentación, la que más bien quedó abandonada al desorden conceptual y metodológico, como un navío al garete.
Dicho esto, debo agregar que probablemente estemos de acuerdo ambos en que se están produciendo cambios profundos en la estructura ocupacional de las sociedades avanzadas y en los países en desarrollo, que al calor de la polémica han ido desdibujándose.
Para adelantar en nuestra conversación, sin embargo, me interesa ir a otro tema y salir al paso de lo que percibo como una de las actitudes cardinales de la psicología de los críticos oficiales, o establishment crítico: su idea que poseen una suerte de monopolio sobre el análisis crítico, en tanto sus contradictores habrían perdido incluso «el acicate de la curiosidad intelectual» y seguirían «apoltronados en la absoluta idealización de este modelo», como señala con entusiasmo Moulian.
Me imagino que él, al igual que el poeta William Blake, cree que «el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría». Ä„Alas, no es así!
Efectivamente, es un exceso -además de un error- suponer que quienes no integran el estamento crítico oficial de la nación (digo, su vertiente autoproclamada de izquierda) carecen de ánimo indagador, idolatran un modelo cualquiera o creen que hay uno solo, único e ideal. Viene al caso la frase de aquel británico de fines del siglo XIX que dijo: «la mayoría de los críticos son recordados por lo que no llegaron a entender». Me temo que así le ocurrirá a mi amigo Moulian.
En cambio, yo tengo las siguientes observaciones críticas a nuestro modelo de desarrollo, nada más que para comenzar (ya habrá ocasión en el futuro para profundizar tan esquemáticos enunciados):
ˇ La presencia en él de una estructura estatal obsoleta, cuya organización es pesada, poco profesional y lenta y cuyos instrumentos regulatorios son a veces insuficientes y en otros casos entorpecedores de la acción de las personas y las empresas.
ˇ La deficiente combinación de esfuerzos públicos y privados, e insuficiente provisión de incentivos y correctivos de desempeño, para producir una mayor cantidad y calidad de bienes públicos, como ocurre notablemente en el caso de la salud.
ˇ La lentitud para dar lugar a un flujo tal de ideas, recursos y decisiones que permita pasar de la reforma educativa a una transformación más radical del sistema educacional del país, única forma, a mi juicio, de mejorar durante las próximas décadas la distribución de las oportunidades, del ingreso y de las satisfacciones y, con eso avanzar hacia una sociedad menos desigual.
ˇ La generalizada despreocupación del modelo por la gestión pública —su eficacia y eficiencia— bajo el equivocado supuesto de que la burocracia y la administración a través de comandos son, en sí, expeditas y no necesitan evaluarse.
ˇ Las patentes inequidades que genera en la promoción de los diversos intereses que coexisten en la sociedad, como ocurre, por ejemplo, con el privilegio otorgado a un sector de jóvenes chilenos que tienen acceso al crédito fiscal frente a otro sector que, en igualdad de necesidades, no accede al mismo beneficio, todo esto bajo el ropaje de una defensa de «lo público» o «lo fiscal».
ˇ La incomprensión o déficit atencional que muestra el modelo hacia los aspectos de capacidad tecnológica del país, como procuré documentar en un informe que analiza extensamente este tópico.
A ello se suma la ineficacia que manifiesta para eliminar, o al menos contrarrestar, las rigideces materiales, sociales y simbólicas de la sociedad que permiten la continua reproducción de estamentos en diversos ámbitos de la vida política, económica y cultural del país, incluida la conmovedora perpetuación del establishment crítico oficial.
P.S.: A propósito de la columna de Domingo Namuncura en El Mostrador.cl, que he leído con interés, debo precisar que el uso del giro lingüístico «izquierda rocinante», que suelo emplear, es perfectamente castizo y no necesariamente agresivo. Por alusión al caballo de don Quijote, rocinante con minúscula habla figuradamente de un «rocín matalón».
Rocín, a su turno, es un caballo de «mala traza, basto y de poca alzada». También puede usarse para describir a una persona «tosca, ignorante y maleducada». A quien le venga el sayo, que se lo ponga, pues (digo yo). Hay múltiples figuras que suelen usarse en esta conexión. Cito como ejemplo una: «Ir, o venir, de rocín a ruin» que significa decaer o ir de mal en peor. Y matalón, ¿qué expresa? «Dícese de la caballería flaca, endeble y que rara vez se halla libre de mataduras».
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