El verdadero problema del Estado chileno no está donde Brunner lo ve. Ese problema también existe, pero es claramente secundario respecto a la necesidad de una democratización del sistema político que elimine las instituciones del pinochetismo y que vaya aun más allá, de manera de volver a reencantar a la ciudadanía con la política.
Algunos pensadores han sostenido que los grandes problemas filosóficos son en realidad problemas filológicos o simplemente lógicos, que no existirían si las preguntas estuvieran bien planteadas y las respuestas fueran rigurosas. Algo parecido ocurre con las polémicas: muchas de ellas no existirían si los polemistas se leyeran con atención unos a otros.
Confieso que en alguna ocasión he leído con algo de descuido alguno de los artículos de José Joaquín Brunner, lo que me puede haber llevado a interpretaciones erróneas. No obstante, creo que mi contradictor supera todo límite.
Brunner ha llegado al extremo de atribuirme afirmaciones que no he hecho jamás, como el ideal del «crecimiento cero» o la crítica del crecimiento en sí. Me las atribuye en virtud de su imaginación, porque en mis artículos no están planteadas. Sorprendido por mi afirmación de que jamas he dicho eso, usa en mi contra no la ironía, que es el arma habitual de una polémica, sino el sarcasmo. Me ridiculiza porque, por no decir lo que él suponía, he dicho algo insignificante, y a continuación me acusa de dar un giro hacia lo minúsculo.
¿Pero qué es lo insignificante? Nada menos que mi afirmación en torno a que la disminución de la generación de empleo en Chile había comenzado antes de la caída del crecimiento del PIB. Para Brunner, demostrar eso es una nimiedad, y por lo tanto, casi no discute las cifras. Las pasa por alto y lo que dice de ellas es equivocado, pues doy datos sobre lo que el Banco Central llama sectores productivos, pero también aporto datos globales en los que está incluido el sector servicios. Donde había cuatro cuadros, Brunner astutamente vio tres.
Mi contradictor tiene, además, una concepción muy particular de lo minúsculo. Si la capacidad de generar empleo comenzó a disminuir antes de la crisis, eso significa la aparición de tendencias al desempleo estructural. ¿No ha oído hablar Brunner del tema? Lo dudo. Es difícil que no haya siquiera hojeado La metamorfosis de la cuestión social, de Robert Castel, o El fin del trabajo, de Jeromy Rifkin. En esos libros se muestra que las economías desarrolladas han perdido de manera estructural la capacidad de generar los empleos que necesitan.
Eso también le puede ocurrir a «economías emergentes», si sus sectores más dinámicos no crean muchos puestos de trabajo, por cambios en la composición orgánica del capital o porque nunca los han creado en gran cantidad.
Este problema pasa a ser secundario ahora, porque Brunner decidió demostrar que él también es crítico, aunque no pertenezca a la denostada especie de los «críticos oficiales». Y en su artículo La incapacidad crítica de los críticos oficiales se deja llevar por el arrebato de demostrar que todo es perfeccionable, incluso la economía chilena de mercado.
Examinaremos sus afirmaciones y comentaremos las ausencias, los rasgos fundamentales que al no ser criticados son por ello aceptados.
El programa crítico de Brunner diagnostica al comienzo la existencia de una «estructura estatal obsoleta, cuya organización es pesada, poco profesional y lenta». Agrega que sus instrumentos reguladores son «a veces insuficientes y en otros casos entorpecedores». Más adelante señala como problema la despreocupación por la «gestión publica», otro aspecto del mismo tema. Este caballo de batalla de la crítica neoliberal está en el lugar que le corresponde, encabezando el programa crítico.
Otro aspecto tiene relación con la política de salud, donde Brunner aspira a producir «una mayor cantidad y calidad de bienes públicos» de salud, combinando mejor los esfuerzos públicos y privados. Agrega críticas a la ausencia de una verdadera reforma de la educación, en la cual hace explícita la dirección del cambio («avanzar hacia una sociedad menos desigual»), a la falta de atención al desarrollo tecnológico y a la injusticia que significa que unos jóvenes reciban crédito universitario y otros no, cuando están en las mismas condiciones… Y eso seria todo.
Es imposible no estar de acuerdo con lo que dice sobre educación, desarrollo tecnológico o sobre el crédito fiscal y quizás (si fuera más explícito) con sus ideas sobre salud. Pero en su programa faltan los temas que diferencian una crítica neoliberal de una crítica progresista.
Voy a señalar solo cinco de esos temas: (a) la democratización del sistema político; (b) la reforma profunda de la institucionalidad laboral; (c) una política industrial que permita producir bienes con mayor valor agregado en los sectores donde tenemos ventajas comparativas; (d) medidas que modifiquen con rapidez la actual distribución de ingresos, y (e) una política proempleo de largo aliento. Comentaré brevemente algunas de estas propuestas.
El verdadero problema del Estado chileno no está donde Brunner lo ve. Ese problema también existe, pero es claramente secundario respecto a la necesidad de una democratización del sistema político que elimine las instituciones del pinochetismo y que vaya aun más allá, de manera de volver a reencantar a la ciudadanía con la política.
Esos cambios deben ir en la dirección de una democracia participativa, para lo cual es necesaria una descentralización a fondo que reparta poder hacia las provincias (que son la auténtica realidad territorial de Chile) y hacia los municipios.
La actual institucionalidad laboral «flexible» es la columna vertebral del sistema neoliberal. La desastrosa distribución de ingresos existente en Chile, con una distancia de 13,8 veces entre los más pobres y los más ricos distribuidos en quintiles -según datos de 1996- está relacionada con la inexistente capacidad de negociación de los sindicatos, con las persecuciones patronales a los trabajadores activos y con la agonía del movimiento obrero.
No podrá haber implicación de los trabajadores en el crecimiento y la productividad si no existen relaciones laborales justas. La crítica a esa institucionalidad no puede faltar en un programa progresista.
El desarrollo con apoyo del Estado de una política industrial destinada a producir bienes manufacturados exportables separa lo que sería una inserción subordinada en la globalización, de una inserción más equilibrada y menos vulnerable. Por ello esta modernización capitalista tiene, en la situación actual, un carácter progresista. Además, ella puede revertir la tendencia a generar menos empleo, especialmente por su impacto sobre la pequeña y mediana industria.
Estas críticas son parte, no la totalidad, del núcleo duro de un programa progresista. Lo que Brunner propone, en cambio, lo suscribiría Lavín sin pensarlo dos veces.
Siga la extensa polémica entre Brunner y Moulian
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