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Transformación del trabajo, no su fin

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Sobre la cuestión del empleo, creo que Moulian confunde dos aspectos que conviene distinguir. Por un lado, la tesis de la «incapacidad estructural», que él asume sin mayor espíritu crítico (Ä„cómo puede ser!); por otro, la metáfora del «fin del trabajo», más interesante, pero que a Moulian parece no llamarle la atención más que para fines de cita y polémica.


Dos son los temas principales que Moulian plantea en su última columna, una vez que decidió dejar atrás su etapa minimalista.



El primer tema gira en torno a la tesis que «las economías desarrolladas han perdido de manera estructural la capacidad de tener empleo». El segundo, a las diferencias que existirían respecto al examen de la sociedad, la economía y la cultura capitalistas entre los críticos oficiales y los demás analistas. Esta vez me detendré en el primero de los temas, y dejaré el otro para mi siguiente columna.



Sobre la cuestión del empleo, creo que Moulian confunde dos aspectos que conviene distinguir. Por un lado, la tesis de la «incapacidad estructural», que él asume sin mayor espíritu crítico (Ä„cómo puede ser!); por otro, la metáfora del «fin del trabajo», más interesante, pero que a Moulian parece no llamarle la atención más que para fines de cita y polémica.



Creo que es necesario hacer esa distinción, pues mientras la primera tesis responde a los movimientos coyunturales de la economía (movimientos cíclicos, si se quiere), la segunda idea o metáfora apunta a las transformaciones del trabajo bajo el capitalismo postindustrial.



Por lo demás, la tesis «estructuralista» que tanto complace a mi contradictor no guarda relación con los datos de la realidad, según muestra el siguiente cuadro.







Lo que allí se manifiesta son fluctuaciones poco significativas al alza o baja del desempleo, con abruptos (aunque excepcionales) saltos ascendentes en el caso de Francia, o descendentes, como sucede en Finlandia, si se comparan el comienzo de la década de los ’80 y el final de los años ’90.



No hay nada ahí que lleve a endosar la tesis de apariencia catastrofista sobre la «incapacidad estructural» de crear empleo, con la cual el establishment crítico ha coqueteado últimamente.



Incluso si tomamos períodos más largos, tal vez lo más llamativo ya lo observó Schumpeter al señalar que «el alto índice de desempleo es una de las características de los períodos de adaptación que suceden a las épocas de prosperidad», como había ocurrido en los años 1820-30 y 1870-1880, y durante el decenio 1930-1940.



Esta idea me parece significativamente más interesante que la tesis de la «incapacidad estructural», pues obliga a pensar en las relaciones entre cambio tecnológico, ciclo largo y empleo, y entre prosperidad y crisis en el seno del capitalismo.



Por la misma razón la metáfora del «fin del trabajo» resulta también atractiva, aunque no debería asumirse tan rápido o acríticamente, como hace Moulian cuando menciona al pasar a Jeremy Rifkin, como si este autor hablara igual que él de la «incapacidad estructural» de las economías avanzadas para generar empleo.



Se trata, en cambio, de algo distinto: de la relación (schumpeteriana) que existe entre innovación tecnológica y trabajo en la sociedad capitalista, ahora a la luz del tránsito hacia la sociedad de la información.



Es decir, se trata de la transformación del trabajo, no de su fin.



Por lo demás, tal fenómeno viene ocurriendo a lo largo de los últimos dos siglos, a la par con la revolución industrial. Por ejemplo, entre 1856 y 1981 las horas de trabajo promedio de un inglés a lo largo de su vida disminuyeron de 124 mil a 64 mil, mientras que las horas no laborales aumentaban de 118 mil a 287 mil. ¿Fin del trabajo? Ni de cerca, pero sí su transformación.



Durante las últimas décadas han empezado a producirse mutaciones igualmente importantes en la naturaleza y organización del trabajo dentro de las economías avanzadas, comenzando por la creciente valorización del capital educacional de los trabajadores y por las modalidades laborales flexibles, de tiempo parcial, teletrabajo y variadas formas de subcontratación.



Se ha iniciado así el tránsito desde el taylorismo-fordismo propio del industrialismo del siglo 20 hacia lo que suele llamarse el toyotismo (por la forma de organizar el trabajo en la industria Toyota), caracterizado por respuestas en tiempo a demandas individualizadas y por crecientes grados de flexibilidad de la fuerza laboral.



¿Fin del trabajo? No. Más bien, una nueva relación entre trabajo y formas de vida, entre tiempo laboral y ocio, y Ä„también! entre empleo y desempleo.



Como ha dicho el economista Daniel Cohen en un reciente libro, Nuestros tiempos modernos, el error de los teóricos del fin del trabajo consiste en considerar cada crisis coyuntural del empleo o transformación estructural del trabajo en la sociedad como el fin de éste.



Es el mismo error que cometíamos al imaginar que cada ciclo del capitalismo avisaba de su inminente desplome, o el que cometen quienes creen que la combinación de democracia y mercado significa el fin de la historia, o que el debilitamiento actual de las ideologías (especialmente las que se autoproclaman como «críticas») anticipa su desaparición.





Siga la extensa polémica entre Brunner y Moulian



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