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¿Por qué nacemos? La filosofía y el Plan AUGE

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¿Se han dado cuenta que cuando estamos discutiendo sobre el Plan AUGE y los subsidios maternales hablamos de un milagro sagrado para los creyentes y motivo de asombro para los filósofos?


Si a un moderno se le pregunta por qué nacemos, dará quizás una larga disertación científica acerca de la libido y la atracción entre sexos opuestos, reacciones químicas, cuestión de cromosomas X e Y, acoplamientos biológicos y cópulas sexuales. Se trata de la explicación de la causa eficiente: toda esa energía volcánica que se desata en el chocar de dos cuerpos diferentes pero iguales y complementarios, cargados de vida y de ansias de reproducción.



Para un antiguo, esta explicación parecería extraña y errada. Aristóteles creía que en cada espermatozoide había un homúnculo, un pequeño hombrecito. Bueno, todos nos equivocamos. Aristóteles también. Pero, por sobre toda las cosas, la explicación acerca de la causa eficiente le parecería muy insuficiente. Reclamará por la causa final, la formal y la material (esta última, el cuerpo humano, es también de gran preocupación para el moderno amante de la belleza física humana).



Hannah Arendt se pregunta por el nacimiento humano. Lo hace como judía, alumna de Heidegger y tras las mayores matanzas que ha conocido la humanidad. Heidegger, filósofo de la crisis, cuando analiza la existencia humana nos pide anticiparnos con autenticidad a la muerte, pues somos seres-para-la-muerte. Finalmente todos vamos a morir y, peor aún, lo sabemos. Animales racionales y mortales somos. Ni ángeles racionales inmortales, ni animales irracionales y mortales.



Hannah Arendt toma distancia de la analítica existencial de su maestro. Somos seres natales tanto como mortales. Seres-nacidos-para-la-acción y no para-la-muerte. Se trata de un milagro, pues en el nacimiento todo vuelve a comenzar en forma riesgosa, promisoria, abierta, única e irrepetible. «Nadie nunca igual que mi hijo ha habido ni habrá» es el canto de la natalidad. Es en el nacimiento que los hombres nos volvemos a asombrar, admirar, llorar de dolor y cantar de alegría.



La libertad y la responsabilidad del ser humano surgen al nacer, pues incesantemente todo se renueva y vuelve a ser posible. Arrojado al mundo, cada niño deberá entender que la libertad es su condena, pues nadie lo consultó y cada padre verá que no hay responsabilidad más grande que la que surge al contemplar al ser más desvalido.



Hannah Arendt, mujer sin hijos, filósofa sin partido, judía sin nación, en el siglo de la ciencia que todo lo puede y del Holocausto que generó fábricas de cadáveres ensalza la vida en el nacimiento. Ella, que vio a tantos morir, no es extraño que haya observado con tal claridad el milagro del nacimiento.



Si no hubiera nacimiento la vida humana, en su loca carrera hacia la muerte, llevaría todo a la ruina, la destrucción y la desaparición. Pero con cada nacimiento recordamos que los hombres y las mujeres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar y continuar la obra de sus mayores.



Hombres y mujeres nuevos aparecen una y otra vez en un mundo antiguo en virtud del nacimiento. Y cuando asumimos la responsabilidad madura de actuar, de iniciar algo nuevo en el mundo, la natalidad llega a ser plena.



No está de más recordar que para el pensamiento cristiano la fe y la esperanza irrumpen en el mundo con sencillas palabras evangélicas, en un humilde pueblo, en los confines de la historia: «Os ha nacido hoy un Salvador».



¿Se han dado cuenta que cuando estamos discutiendo sobre el Plan AUGE y los subsidios maternales hablamos de un milagro sagrado para los creyentes y motivo de asombro para los filósofos? ¿Cuál es el lugar que debemos hacer en el debate público acerca de la vida en las consideraciones económicas, incluido el cálculo de las utilidades de las isapres y de los planes de salud privados para hacer más plena la natalidad, en un país donde parece que no queremos tener ya muchos hijos?



Lo esencial y existencial es apoyar el milagro de la natalidad humana sin cálculos menores. Es cierto que la natalidad tiene un precio económico, y lo justo es que quienes tenemos más lo paguemos con nuestro propio bolsillo. Y quienes tienen menos dinero pero suficiente vida en sus senos sean apoyados por toda la sociedad y el Estado.



Esa es la cuestión económica central.



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