Allende, cuando se reencontró con La Payita en medio del infierno del bombardeo a La Moneda, le dijo que sabía que ella se iba a quedar junto a él. Sobran los comentarios.
Miria Contreras, La Payita, La Paya, como le decían sus cercanos, murió el viernes con la discreción de siempre, la discreción de una gran dama.
La vilipendiada secretaria de Salvador Allende, víctima de una de las peores campañas de prensa durante la Unidad Popular -campañas que abundaron, de lado y lado- nunca abrió la boca para referirse a su relación con el Presidente. ¿Para qué? Baste señalar que se quedó en La Moneda, junto a él, durante el bombardeo del 11 de septiembre de 1973.
La historia es así: Allende, en determinado momento, exigió que las mujeres que estaban en el palacio lo abandonaran, cuando el ataque ya era sostenido. La Payita desobedeció, se escondió y se mantuvo en La Moneda.
En el documental «El último combate de Salvador Allende», de Patricio Henríquez y Pierre Kalfon -lo mejor que se ha hecho sobre el día del golpe- ella contó esa anécdota y este dato central: Allende, cuando se reencontró con ella en medio del infierno, le dijo que sabía que ella se iba a quedar junto a él. Sobran los comentarios.
Tanto sobran, por ejemplo, que ese documental, que iba a ser estrenado como se merecía, en un gran evento, perdió el respaldo de parte de la familia Allende justamente porque en él estaba La Paya (una parte de la familia -otra- estuvo en el funeral del sábado).
«El último combate de Salvador Allende» no tuvo el estreno que soñó y, por lo demás, pero ya por otras razones, no fue emitido por ningún canal de la televisión chilena, incluido TVN, a pesar de que fue ofrecido gratis.
La razón del rechazo al ofrecimiento no era la presencia de Miria Contreras, sino simplemente su contenido, y eso nos remite a esos aspectos grises y pantanosos de la transición. Es en esa película donde el embajador estadounidense durante 1970 cuenta de la decisión de Nixon y Kissinger de impedir que el candidato socialista alcanzara el poder, y es también allí donde el entonces agregado militar de esa embajada relata como fue él quien ingresó en la valija diplomática y entregó las armas que se usaron para intentar secuestrar al general René Schneider, intento que terminó con su asesinato.
La Payita, además, es protagonista de un hecho simbólico ese día del golpe. Cuando salió de La Moneda, junto a los miembros del GAP, la guardia presidencial de detectives y colaboradores de Allende, ella llevaba al interior de una de sus mangas el Acta de Independencia de nuestro país, firmada por Bernardo O’Higgins, y que Allende le había pedido que salvara del incendio.
Un militar que la registró dio con el papel y, a pesar de los ruegos y advertencias de La Paya, lo rompió en mil pedazos tirándolo sobre la acera. La Tercera del domingo se refiere al hecho calificándolo de «un confuso incidente», en un desliz propio de la jerga periodística que, por lo demás, tanto sirvió durante la dictadura para referirse a violaciones a los derechos humanos. En resumen: allí, esa mañana, la declaración de independencia de Chile desapareció.
Ese gesto brutal puede tener muchas lecturas. Una, una traición del Ejército al propio O’Higgins y a la Patria. La segunda puede servir para reafirmar esa sentencia del grandísimo Armando Uribe, que sostiene que el golpe militar de 1973 puso fin a la República.
Hoy, cuando Augusto Pinochet celebra sus 87 años, no es inoportuno recordar que su dictadura se inició con el bombardeo a La Moneda y la destrucción del Acta de Independencia. También con la masacre de los sobrevivientes del palacio, en un ejercicio criminal que se instauró como forma de gobernar que, para mal nuestro espíritu, sigue siendo aplaudida por tantos.
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