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La marca del modelo

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Una vez apagados los ecos más sonoros de la polémica desatada por las declaraciones de Felipe Lamarca sobre la necesidad de introducir correcciones al modelo económico, corresponde analizar con mayor detención los conceptos emitidos por este Chicago boy, que si bien no es el padre a lo menos es tío de esta criatura engendrada por el régimen militar. Cuando los chilenos nos preparamos para decidir en segunda vuelta quien dirigirá los destinos del país por los próximos cuatro años, resulta de la mayor trascendencia reflexionar acerca de las diferencias que persisten en el fondo del asunto y que, a nuestro juicio, tienen que ver con la posibilidad de lograr un desarrollo verdaderamente equitativo y de construir una sociedad plenamente democrática.



Lamarca inicia su discurso con un error conceptual de serias y profundas implicancias, ya que la democracia no es equivalente al mercado. Como dice el famoso economista liberal y Premio Nobel Paul Samuelson: «el mercado es una democracia censitaria, donde cada uno tiene tantos votos según el dinero que posee». Precisamente, el problema es que la esencia de un sistema democrático es que todos los ciudadanos son iguales, ¿cómo se corrige, entonces, esta contradicción?



La pregunta no es menor, puesto que concentra ni más ni menos que el dilema central de la política en los últimos doscientos años. La forma en que se cumplan los principios que tan bien resumió la divisa de la revolución francesa: «libertad, igualdad y fraternidad», ha caracterizado cualquier régimen desde fines del siglo XVIII hasta nuestros días. Así, si se prefiere la libertad, tenemos liberalismo y capitalismo. Por el contrario, si se opta por la igualdad, el resultado es socialismo y planificación centralizada de la economía.



En todo caso, como en la época en que vivimos se han descartado los extremos, se busca un esquema que reconozca la importancia del mercado como generador de riqueza y establezca, al mismo tiempo, ciertos niveles mínimos que permitan vivir decentemente a cualquier persona. Este papel sólo puede ser cumplido por el Estado y por la sociedad civil organizada, sobre todo en países como los nuestros, donde abunda la pobreza y faltan los recursos.

De esta manera, pasa a ser parte de la función pública igualar, estimular, crear oportunidades, reglamentar para el bien de la comunidad y generar reglas claras, eficaces, eficientes e iguales para todos, pues los mercados funcionan mejor con mayores equilibrios y agentes económicos fuertes, adecuadamente informados y conscientes de sus deberes sociales.



Si es este nuestro norte no podemos dejar las cosas sólo en una mayor dispersión de la propiedad, léase combatir los monopolios y los monopsodios, además de proteger de mejor manera los derechos de los consumidores. Estamos de acuerdo en que la diversidad de los poderes de compra y venta son claves para asegurar la libertad de mercado, así como la seguridad de quien ejerce sus derechos dentro de la misma lógica, mas esto no es suficiente porque los mercados perfectos, habitantes de una especie de limbo atemporal o aséptico, sólo son parte de la teoría, no de la realidad. Los mercados reflejan lo que es su propia sociedad y tienden a fortalecer tendencias negativas si no se les corrige. Hace tiempo sabemos que el viejito pascuero no existe y la famosa «mano invisible» de Adam Smith tampoco.



Pero en la derecha chilena cunde la convicción thatcherista acerca de que son los individuos y no la sociedad los sujetos del acontecer histórico, olvidando que las relaciones sociales vigentes o que se arrastran desde épocas pasadas deben ser tomadas en cuenta, pues forman parte de un mismo colectivo donde se dan todo tipo de intercambios, incluidos los económicos.



En Chile, los principales empresarios son de derecha y actúan como tales. Se sienten más cómodos en una democracia restringida, son anti igualitarios, la mayoría un poquito ignorantes. No existe aun la cultura del self made man, del hombre que con esfuerzo y desde abajo construyó su fortuna, más bien, persiste todavía la esperanza del golpe de suerte, el ejemplo del especulador bursátil y del rentista, aunque algunos millonarios dedicados a la política se quieran pasar de listos y vestirse con ropa ajena.



Por eso, de una sociedad atrasada y excluyente no puede surgir algo distinto sin un esfuerzo especial que se define en un proyecto de país, participativo y solidario con aquellos que menos tienen, con honestidad y transparencia, con instituciones fuertes, fruto de la voluntad de la gente que por naturaleza cuenta con ciertos derechos inalienables garantizados por el Estado, que es la expresión de esa misma población organizada.



Y es precisamente aquí donde reside el dilema a resolver el 15 de enero…



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Cristián Fuentes V./ Cientista Político.




















































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