¿Qué significa la palabra monopsonio?
El monopolio
Desde pequeños hemos oído hablar de los monopolios. En el colegio supimos que el dueño de la pulpería en las salitreras tenía «el monopolio» de la venta de comestibles e incluso a veces también del agua. Es decir, los mineros no tenían nadie más a quien comprar los bienes que requerían para su subsistencia y debían pagar los precios y las condiciones que al pulpero se le ocurrían. Por muchos años incluso, la palabra «pulpero» o «pulpo» fue el calificativo que se daba al aprovechador del cliente vía altos precios de bienes imprescindibles. En las Facultades de Ciencias Económicas nos enseñaron que los monopolios atentaban contra la libre competencia, lo que impedía el sabio funcionamiento del mercado. Luego, los Chicago Boys, con el apoyo de la Dictadura de Daniel López o Augusto del Pino, privatizaron los monopolios estatales porque «éstos no permitían fluir la economía libremente». Así, se vendió a privados, «a bajo precio», ya que en Chile era «un sacrificio hacerse cargo de las empresas estatales», las aguas, la energía eléctrica, el gas, las comunicaciones y también todo el resto.
Los servicios públicos, ahora privados, siguieron siendo monopolios, pero ahora no sufren la molesta fijación de precios que establecía el Estado antiguo. Ahora, algunas tarifas de éstos se «regulan» y los privados pueden hacer lobby con «los reguladores», hay empresas dedicadas a ello y se establecen límites a las regulaciones. «Aquí (en Chile), a diferencia de los argentinos, no nos tentamos con controles ni invocaciones morales» respondía nuestro flamante futuro ministro de Hacienda a La Nación, periódico argentino de alta circulación, reiterando la sabia política de Relaciones Exteriores que ha mantenido nuestro país en los últimos años. Felizmente, no agregó la frase favorita de nuestra autoridades, «No somos un país bananero».
A estas alturas, se ve que el monopolio cambió de pelo, ya no molesta al mercado, no ha «mandado señales» y parece que «es una buena noticia» que a diario se fusionen más empresas, que quiebren los pequeños almacenes que nos daban el vuelto en calugas y que sean reemplazados por dos o tres supermercados gigantes.
Los grandes supermercados, que constituyen monopolios de «nuevo tipo» porque nos ofrecen precios bajísimos, lo pueden hacer, porque a la vez son monopsonios.
El monopsonio
Un monopsonio es la empresa a la que todos están obligados a vender, porque es la única que tiene poder comprador o está ubicada en el lugar adecuado. Un ejemplo típico lo constituyen los comerciantes acopiadores en las economías campesinas, quienes compran a los pequeños productores agrícolas los que, por sus pequeños volúmenes de producción, su ubicación alejada de centros urbanos, o su desconocimiento de los mercados, no pueden vender directamente al detalle.
Y los supermercados son monopolios y monopsonios que pueden cobrar bajos precios, por todos los elementos que detallo a continuación:
1. Porque emiten tarjetas de crédito, prácticamente obligatorias para el 80% de la población consumidora, en las que cobran tasa de interés anuales de entre 40 y 60%. Mientras tanto, el precio que pagan por el crédito que reciben del sistema financiero es de alrededor de un 7% anual. Por lo tanto, aunque no vendieran nada, ya tendrían una inmensa ganancia sólo por el costo del dinero, ya que pagan las menores tasas de interés del mercado. Las pequeñas empresas pagan intereses tres y cuatro veces mayores por «riesgosas».
2. Porque la mercadería que venden es en su mayor parte importada desde China, India, Indonesia y otros países del Tercer Mundo donde las grandes empresas trasnacionales mandan a hacer todo tipo de manufacturas, desde peluches a computadoras, recibiendo todo tipo de franquicias y exenciones tributarias y aduaneras y los contratistas pagan salarios miserables a la mano de obra. Allí se puede encontrar trabajo infantil y formas de «trabajo esclavo» que preocupan a Amnesty International y a los ONG internacionales que defienden los derechos humanos y el trabajo decente.
3. Porque los pequeños productores y artesanos chilenos, especialmente los agroindustriales, acceden al mercado interno básicamente a través de éstos y que, por esta cualidad, se constituyen en monopsonios. Pero su nueva característica es que reciben la mercadería a consignación, es decir si el producto no se vende, el supermercado lo devuelve aunque esté obsoleto, añejo, antiguo o fuera de la estación. El proveedor paga el servicio de venta al gran almacén, la ubicación en las vidrieras y escaparates, la publicidad y debe asumir las pérdidas por derrame, descomposición o robo, aún cuando su mercadería no se venda. Se estima que entre el 20 y el 25% de los ingresos de los supermercados proviene de los pagos que reciben de sus proveedores.
4. Porque paga salarios muy bajos a sus empleados, que trabajan largas horas, algunos gratis, como los niños empaquetadores, evitando al máximo la suscripción de contratos indefinidos que los obligaría a cumplir la ley. Externalizan funciones a empresas que a su vez contratan por hora a los trabajadores que para hacerse un salario mínimo deben trabajar el doble de las hora estipuladas por ley.
5. Porque el supermercado manda a hacer algunas manufacturas a «trabajadoras a domicilio» que sin horario, salud ni previsión trabajan por pieza, es decir reciben pago a destajo y también asumen los costos de energía, maquinaria, salud, desperdicios y errores.
6. Porque están inaugurando la experiencia de saltarse al proveedor del producto terminado, negociar directamente con el vendedor de la materia prima y envasar el producto en el supermercado compitiendo con la marca.
Se puede, por lo tanto concluir, que el monopsonio en Chile favorece al cliente que paga al contado, es decir al ABC1, sector privilegiado con todo lo bueno y barato que ofrece el país. Y puede hacerlo, porque expropia el excedente de sus proveedores, sus trabajadores, contratados y subcontratados, los trabajadores de las zonas de procesamiento de las exportaciones o «sweatshops» de países pobres del Tercer Mundo y los consumidores chilenos con ingresos familiares mensuales inferiores a $800.000, es decir que pertenecen al 80% de la población chilena, a través del costo usurero de las tarjetas de crédito.
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Patricia Santa Lucía. Periodista.
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