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¿Gobernar es educar?

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Esta columna nace del malestar provocado porque el discurso de algunos representantes de la clase política, haya devenido en una jerga futbolística. Ello es un síntoma de la banalización de la política y un germen para su farandulización. ¿Cuál es el peligro que en su discurso Michelle Bachelet, Presidenta de la República, utilice palabras que son habituales en Harold Mayne-Nicholls, presidente de la Asociación de Fútbol Profesional o en Marcelo Bielsa, técnico de la Selección Chilena de Fútbol, instaurando así una moda que luego será emulada por algunos de sus ministros y por otros miembros de la alianza gobernante, además de ciertos representantes de los partidos de la oposición?



Gobernar es Educar, planteó con lucidez Valentín Letelier, dando forma al Estado Docente, ideas que fueran recogidas por Pedro Aguirre Cerda en su programa de gobierno, con logros notables en el desarrollo de una auténtica educación de calidad.



Gobernar es Educar significa, en primer lugar, contribuir a formar una ciudadanía democrática que disponga de las claves para participar en el espacio público. En segundo lugar, exige que los ciudadanos dominen el lenguaje apropiado que permita esa participación. En tercer lugar, requiere generar las condiciones materiales y espirituales para ampliar los márgenes del espacio público, de modo que permita la incorporación de todos al espacio común, especialmente, de aquellos que no tienen voz, por encontrarse excluidos, reprimidos, adormecidos o embotados por el consumismo. En este sentido principal, significa luchar por la dignidad.



Esta magna empresa que es Gobernar y Educar, nos compromete a todos radicalmente; en ella el lenguaje desempeña un papel fundamental. Ya lo advirtieron los griegos que se afanaron por la configuración de la polis; de la esfera pública dominio de la política. Que la esfera pública fuese dominio de la política significó, para ellos, comprenderla como un espacio de la apariencia que se origina cuando los individuos participan a través de la acción (praxis) y el discurso (lexis). Con posterioridad, el espacio público de Ilustración adquirió la doble dimensión de constituirse en un espacio de discusión y de intervención política, sin embargo, primero había que asociarse políticamente y después, discutir; en cualquier caso, la cuestión era participar, esto es, tomar la parte que a cada uno le correspondía en el espacio de lo común, condición necesaria de lo cual era poseer el lenguaje para nombrar, significar y comprender la realidad, para su discusión racional, de modo de poder transformarla en un mejor habitat para la comunidad humana. He aquí, dos ejemplos significativos del vínculo que existe entre el lenguaje y la articulación del espacio público.



Pese a la gran mutación del espacio público que significó el advenimiento de las democracias masivas, el lenguaje no sólo ha mantenido su puesto neurálgico en la comunicación humana y en la creación del mundo en común, aquél de la política, sino que ello se ha visto reafirmado ante el peligro de su trivialización.



La política, entonces, tiene el imperativo moral de preservar los valores de la democracia. Replegar, por la vía del empobrecimiento del lenguaje, de la jerigonza en el discurso, por el uso -más bien abuso- de la jerga que conduce a esloganes que vacían o confunden el significado de las palabras, es una manera se replegar al sujeto a una condición pre-política, reducirlo a la esfera de la necesidad, caldo de cultivo para una irremediable pérdida de su condición de ciudadano.



No se trata de desmerecer al fútbol como actividad deportiva, al contrario, se resalta la necesidad de promoverlo y practicarlo, más aún cuando la obesidad se ha convertido en un problema de salud pública en nuestra población.



Lo que está aquí en juego es relevante, pues el lenguaje es el instrumento para la libertad y detrás de esta situación aparecen, nuevamente, las garras del mercado, que mediante mecanismos sutiles, se empeña en la señalada mutación de los sujetos en consumidores consumistas.



En su obra «Fútbol a Sol y Sombra», Eduardo Galeano plantea que la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber, pues a medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí; el juego se ha convertido en espectáculo a instancias de la tecnocracia del deporte profesional. La jerga del fútbol que, en una nefasta estrategia comunicacional, ha inaugurado un período presidencial tras el reciente cambio de gabinete, insta a que los ciudadanos sean espectadores o asistentes a lo público, tal como si fuesen espectadores de un partido de fútbol, del Festival, o acaso sólo espectadores de la política, constriñendo sus posibilidades para comprometerse con proyectos políticos que fortalezcan el espacio público, que preserven los derechos fundamentales, que promuevan la probidad, antídoto contra la corrupción, que es una de las lacras de la política.



La recuperación del auténtico lenguaje que hace a la política, también resulta necesaria por las relaciones que existen entre política, cultura y educación, pues el conocimiento que circula, se distribuye y se valora en los distintos ámbitos de la sociedad, tiene un innegable impacto en la calidad del conocimiento que circula, se distribuye y evalúa en las instituciones educativas (jardines infantiles, escuelas, liceos, institutos y universidades), más todavía en la sociedad contemporánea donde la práctica pedagógica se ha deslocalizado de las aulas tradicionales a instancias de las nuevas tecnologías de la información y comunicación. Talvez debiésemos instaurar un SIMCE y una PSU para la clase política, con la finalidad de evaluar su desempeño en la responsabilidad que les compete en eso de Gobernar es Educar. No es posible tener una educación de calidad si no disponemos de una ciudadanía culta, de una clase política especialmente culta, proba y dotada de una vocación política, en fin, de unos medios de comunicación que transmitan la cultura junto a los valores de la democracia. ¿Con qué derecho, entonces, se atribuye toda la responsabilidad de la calidad de la educación a los profesores, cuando es una obligación de toda la comunidad, aunque, sin duda unos tengamos más responsabilidad que otros?



Michell Bachelet y toda la clase política, independiente de cual sea su orientación, debe asumir la responsabilidad que significa que Gobernar sea Educar, no vaya a resultar que al final de su tiempo, la implacable evaluación de la historia, los califique en la categoría de desempeño insatisfactorio, como es el caso de algunos profesores que se han desprofesionalizado, a instancias de ciertas políticas educativas que se han encarnizado contra esa comunidad, obstaculizando su desarrollo profesional y ciudadano.



Con el estado de salud de nuestra clase política, quizás sería mejor, que si la Mandataria privilegie otro lenguaje, antes que el de la política, opte por el de su profesión médica, tan bien conocido por ella, tal vez allí pueda encontrar claves que le permitan diagnosticar la enfermedad de nuestra política y encontrar el remedio adecuado para su solución.



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María Angélica Oliva. Instituto de Investigación y Desarrollo Educacional (IIDE). Universidad de Talca.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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