¿Más o menos regulación?
El capitalismo fue, es y será un sistema que opera, más allá de sus elementos constitutivos, por medio de la «destrucción creativa». En palabras de Shumpeter, nuevas ideas y nuevas tecnologías desplazarán a viejas compañías que no se han adecuado a las nuevas necesidades y solicitudes de los consumi
Por Javier Ignacio Tobar*
Es inevitable referirse a la crisis financiera que hoy afecta a buena parte del mundo globalizado, pero no desde una perspectiva de análisis o registro de causas, sino, más bien, desde una mirada de optimismo sobre lo que viene en materia de vinculación del Estado con los negocios y, consiguientemente, con la libertad de las personas.
Hace un tiempo, el mundo financiero se vio impactado por la caída de Lehman Brothers, una de las compañías más antiguas y relevantes de Wall Street. También se sintió fuerte el anuncio del plan de «salvataje» impulsado por la Administración del presidente Bush, quien vive desde hace un tiempo en el ostracismo y la lejanía que implica la pérdida del poder, más aun cuando las cosas no se han hecho bien.
Lo anterior trajo como resultado que muchos dirigentes dejaran a un lado sus actividades de siempre y salieran de sus oficinas a declarar la muerte del capitalismo y el fin de la desregulación. Así, es fácil encontrar en Internet columnas y ensayos publicados en la prensa de destacados economistas -como Stiglitz- que han planteado que la crisis financiera tiene como única causa el exceso de ausencia estatal en los mercados financieros.
Para ser estrictos, algo de razón hay en ello, pues la sofisticación con que operaron los agentes de los mercados norteamericanos fue de un nivel poco conocido hasta ahora. La cantidad de derivados creados, junto a la excesiva valorización de los activos (casas), hizo posible que la «burbuja inmobiliaria» creciera hasta que no pudo más. Pero esto no es lo único. Hay que sumar la intervención del Estado en el origen de la crisis. Fue a principios de esta década cuando el Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica exigió a Fannie Mae y Freddie Mac aumentar la entrega de créditos a los sectores de más bajos recursos, generando el «crash» de las hipotecas subprime, multiplicándose desde los 300 billones de dólares hasta los 2 trillones de la misma moneda.
Pero el motivo de esta columna no es revisar científicamente las causas de la crisis, pues aún no se conoce siquiera sus verdaderos efectos.
¿Estado o mercado? ¿Regulación o desregulación?
La respuesta a estas preguntas no se encuentra en los dogmas de lado y lado que hoy rondan por el mundo, sino que está en la observación y detección de los errores que motivaron la situación que hoy nos aqueja. No hay duda de que el «laissez faire» en el cual operaron los mercados financieros de las principales economías del mundo -particularmente Estados Unidos- sugieren una revisión profunda de sus mecanismos de solución y clasificación de riesgos, pero ello no puede apuntar hacia un «enemigo» (el capitalismo) que ha permitido que el mundo crezca a tasas inéditas en la historia, posibilitando con ello que muchos países que hasta hace poco eran subdesarrollados, hoy aparezcan con disminución en sus tasas de pobreza, mayores índices de educación, acceso a nuevas tecnologías y mejoras en la salud.
El capitalismo fue, es y será un sistema que opera, más allá de sus elementos constitutivos, por medio de la «destrucción creativa». En palabras de Shumpeter, nuevas ideas y nuevas tecnologías desplazarán a viejas compañías que no se han adecuado a las nuevas necesidades y solicitudes de los consumidores. El capitalismo es así, cíclico.
¿Es necesaria la existencia de más regulación? Por cierto, pero no una que asfixie el emprendimiento, sino uno que lo beneficie considerando los eventuales riesgos que pudiera provocar la no previsión de problemas que pudieren ocurrir. Ello, sumado a una política fiscal responsable, aportará a que los países vuelvan a crecer a tasas razonables, logrando con ello no sólo el bienestar económico de las personas, sino también contribuyendo a la generación de beneficios que siempre son positivos; por ejemplo, el fortalecimiento de la democracia como el mejor sistema en el cual la libertad de las personas les permite llevar adelante sus proyectos de vida según ellos mismos, soberanamente, lo han decidido.
*Por Javier Ignacio Tobar, profesor de Derecho Económico. Escuela de Derecho PUCV.
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