en los próximos cuatro años Barak Obama tiene la oportunidad de construir un camino que lo lleve al palco preferencial de los presidentes norteamericanos; y ese camino no está pavimentado con la esperanza de la paz, por el contrario, lo forja la larga continuidad de la política exterior norteamerica
Ya lo decía William DuBois, uno de los primeros afro-norteamericanos intelectuales del siglo XX: el negro que nace en América es la síntesis entre las costumbres blancas y la esencia africana para alcanzar una mejor forma de ser (“The Souls of Black Folk”, 1903).
Más de un siglo después pareciera que los nuevos aires se respiran en Estados Unidos y en el mundo: serán inolvidables la imagen de las decenas de miles de personas que llenaron las calles de Berlín para presenciar el discurso del candidato demócrata en julio pasado, la histórica recaudación de dinero que logró a través de Internet, las redes ciudadanas que tejió en su campaña, su imposición a Hillary Clinton en las primarias, su símil esperanzador con J.F. Kennedy, entre otros aspectos que la Obamanía se ha encargado de difundir.
Se dice a diario que el “cambio” de Obama está determinado por ser el primer presidente negro (con él son 44 jefes de Estado desde George Washington), porque es un político joven que logró cautivar a la juventud de su país (que al igual que en Chile, debe inscribirse en los registros electorales para votar), porque terminó con 8 años de George Bush en la Casa Blanca, y porque debe enfrentar la crisis económica más cruda de la historia.
A pesar que este tipo de argumentos no son suficientes para lograr un cambio en la política norteamericana, los primeros pasos que está dando el presidente electo se han caracterizado por su rapidez y decisión. En este sentido, ha actuado en base a opacar las críticas y superar las supuestas debilidades que sus contendedores le achacaron.
Es así como fue valorada positivamente la elección de su compañero de fórmula, Joe Biden, por tener amplia experiencia en política exterior. Tampoco perdió el tiempo para designar a su equipo de gobierno. Días después de la elección nombró a Rahm Emanuel, hijo de inmigrante judío, congresista y ex asesor de Bill Clinton, como su jefe de gabinete, y a la semana siguiente ya sabíamos los nombres del equipo económico (con Timothy Geithner como secretario del Tesoro).
Con todo, Obama ha sorteado el primer escollo, generando optimismo en los mercados (Wall Street reaccionó positivamente después de la nominación de Geithner) y evitando los errores del primer periodo de Bill Clinton quien no definió su equipo hasta días antes de asumir.
La oportunidad de Obama
Es en el plano internacional donde el resto del mundo apuesta sus esperanzas por un cambio, sin embargo, no hay que perder nunca de vista que estamos hablando de la primera potencia mundial, y por lo mismo, si Obama se propone mantener a EE.UU. en dicho sitial, no solamente basta con tener la casa ordenada y la economía saneada, sino que también necesita del poderío bélico para hacerse respetar en el planeta.
Es así como en los próximos cuatro años Barak Obama tiene la oportunidad de construir un camino que lo lleve al palco preferencial de los presidentes norteamericanos; y ese camino no está pavimentado con la esperanza de la paz, por el contrario, lo forja la larga continuidad de la política exterior norteamericana. De este modo, no sólo habría que compararlo con J.F. Kennedy, sino que más importante aún (por lo menos en el campo de las relaciones internacionales) con Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan.
¿Qué tienen en común estos cuatro presidentes, independientemente del partido al que hayan pertenecido y del paradigma teórico que haya representado cada uno en las Relaciones Internacionales?
Los cuatro fueron muy populares y trascendieron en la historia por saber interpretar el sueño americano y adaptarlo a los propósitos de la nación. Se les reconoce su gran capacidad para convocar a su pueblo hacia grandes desafíos.
Dichos desafíos fueron involucrar al país en los principales conflictos internacionales que la historia del siglo XX recuerda, bajo la égida del sentido común de la paz y los valores supremos de la democracia, sumado a una cuota no menor de asegurar la integridad del territorio norteamericano ante el enemigo de turno.
Wilson fue quien llevó a Estados Unidos a la Gran Guerra de 1914. Roosevelt fue el presidente de la Segunda Guerra Mundial. Kennedy enfrentó la crisis de los misiles en Cuba y ejerció cuando la Guerra de Vietnam estaba en su punto más álgido, y con Reagan se vivenciaron los últimos años de la Guerra Fría, sin antes haber calificado a la URSS como el “imperio del mal”.
En consecuencia, un presidente de los Estados Unidos no puede pasar a la historia sin tener un rol preponderante en el plano internacional, debido a que la seguridad de la nación se basa en el poder que se tenga más allá de las fronteras. Y aunque George Bush intentó levantar una nueva cruzada después de 2001 en Medio Oriente sin éxito, esto no mellará la necesidad de involucrarse en conflictos internacionales del actual presidente electo.
En este sentido, la nominación de Hillary Clinton como secretaria de Estado apunta en dicha dirección: mujer con experiencia política, con carácter, ex candidata presidencial y ex primera dama del presidente que condujo a Estados Unidos a la guerra del Cáucaso en los años ´90.
Las características del mundo actual y la responsabilidad que Estados Unidos hace descansar bajo sus hombros hacen inimaginable adelantar una vuelta al ostracismo voluntario que alguna vez propuso F.D. Roosevelt cuando se acercaba el fin de la II Guerra Mundial, por el contrario, la diplomacia sería estéril si no contara con su brazo armado.
En este sentido, baste con recordar que tanto John McCain como Barak Obama prometieron durante la campaña que Estados Unidos volvería a ocupar el lugar que le corresponde. Y salvo el mayor espacio que Obama le asignó a la diplomacia, en comparación a su contrincante, también incluyó en su programa las necesidades de tener un poder militar apto para el siglo XXI, de preservar el poder aéreo global y marítimo, y trabajar con sus aliados en temas comunes de seguridad (www.barakobama.com, julio de 2008).
La Obamanía, por tanto, no pasará de ser un fenómeno que se reforzó con el color de piel y juventud del otrora candidato, quien más allá de representar una “mejor forma de ser”, no puede eludir el peso de encabezar a la primera potencia mundial, la que no distinguirá diferencia racial cuando llegue la hora de defender los intereses de la principal potencia mundial.
*Claudio Coloma es periodista, director de Revista Redacción.