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El protagonismo de los jóvenes

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Eduardo Saavedra Díaz
Por : Eduardo Saavedra Díaz Abogado y profesor universitario. Mg. en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, U. de Talca.
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Una condición indispensable para superar la exclusión social que todavía afecta a muchos jóvenes, no es precisamente la participación en una política partidista que ya no les atrae, salvo a quienes participan en ella con el auspicio del cuoteo de los partidos, sino en organizaciones sociales auténticamente independientes, libres de toda instrumentalización partidista.


Uno de los aspectos que más enriquece a una generación respecto de otra es el protagonismo de los jóvenes en la vida social y política. La influencia de la juventud en las decisiones colectivas o de gobierno es lo que permite cambiar o mejorar el orden establecido por los viejos, introduciendo más luz y más aire en la convivencia, muy especialmente en el ámbito de los valores, donde suele imperar una ética autoritaria que busca conducir a los hijos, a través de sus padres, maestros y autoridades, por un “buen camino” basado en una “verdad” que se pretende única y absoluta para toda persona, tiempo y lugar.

La juventud de los ’60, al igual que en otras épocas de la historia, fue una gran generación que se atrevió a preguntar “¿por qué debemos obedecer?”, “¿quién decide lo que es bueno y verdadero para nosotros?” Cuestionamientos que impulsaron la llamada “revolución de las costumbres”, la que se manifestó en el surgimiento de la música rock y el movimiento hippie, pero sobre todo en la disidencia política a través de masivas rebeliones estudiantiles contra un orden social represivo en el que imperaban la desigualdad, el machismo y la segregación racial.

Esta ruptura se vio claramente reflejada en el axial 1968, marcado por la protesta social en las grandes ciudades, como París, México o Praga, en el estridente festival de Woodstock de 1969 en repudio a una guerra absurda (como lo son casi todas las guerras) y en la posibilidad de conquistar el reino de la igualdad a través de la participación de los excluidos en todos los ámbitos de la vida humana.

En Chile, la gran mayoría de la juventud creyó ingenuamente que esta posibilidad era realizable a través del socialismo marxista, pero al no contar este proyecto con el apoyo mayoritario de la ciudadanía para imponerse como forma de vida, se generó un clima de enfrentamiento ideológico, polarización e intolerancia que frustró este anhelo y, consecuentemente, la tentación autoritaria no se hizo esperar. La facción más recalcitrante de la oposición encontró la excusa perfecta del “caos institucional” para dar un golpe de Estado e iniciar una cruenta y extensa dictadura militar que duró hasta que los opositores al régimen autoritario, después de dieciséis años de intensa lucha política apoyada por la condena de los organismos internacionales, lograron recuperar la democracia.

Pero esta recuperación hubiese sido imposible sin el esfuerzo de otros jóvenes rebeldes, los de la década de los ’80, quienes sufrieron más directamente la asfixiante censura impuesta por la represión política. El enorme desengaño que les produjo el quiebre de la democracia, ocasionado en gran parte por la intransigencia de sus antecesores, les permitió adquirir un nuevo protagonismo, creando conciencia en la sociedad chilena de las infames violaciones a los derechos humanos cometidas por la dictadura, la ignominiosa exclusión social causada por un capitalismo elitista que se había impuesto a sangre y fuego, y por ende, la urgencia de retornar a la democracia como posibilidad de reivindicar las aspiraciones de igualdad a través de la participación de los excluidos, pero no al precio de sacrificar burdamente una libertad política que sólo puede garantizar la convivencia pluralista, no la imposición de una sola forma de vida.

Veinte años después de nuestro feliz retorno a la democracia, pese a todas las desilusiones que ha generado tanto las incrustaciones autoritarias impuestas por la dictadura como el anquilosamiento de nuestra clase política en divisiones obsoletas, y cualquiera sea el resultado de las próximas elecciones, la pasiva juventud de hoy también puede llegar a ser protagonista de su tiempo.

Una condición indispensable para superar la exclusión social que todavía afecta a muchos jóvenes, no es precisamente la participación en una política partidista que ya no les atrae, salvo a quienes participan en ella con el auspicio del cuoteo de los partidos, sino en organizaciones sociales auténticamente independientes, libres de toda instrumentalización partidista, en la medida que la juventud se atreva no solamente a cuestionar el status quo, sino a ejercer lo que un joven escritor chileno de los años ‘20, Joaquín Edwards Bello, denominaba “conciencia civil”, esto es el conocimiento que el ciudadano tiene de sus deberes y las aptitudes para defender sus derechos.

En los últimos años, el más fidedigno ejemplo de conciencia civil ha sido la revuelta de los “pingüinos”: un masivo movimiento de estudiantes secundarios que con encomiable independencia y coraje ha demandado la restitución de un sistema educacional que garantice el derecho a una educación digna para todos, en pleno conocimiento de su injusto deber de recibir otra desigual y mediocre. ¿Serán ellos los protagonistas de nuestra época? Pronto lo sabremos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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