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Guerra en Afganistán: ¿un puzzle sin piezas?

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Marta Maurás
Por : Marta Maurás Directora en el Foro Permanente de Política Exterior. Embajadora de Chile ante las organizaciones internacionales de Derechos Humanos con sede en Ginebra, Suiza (2014-2018)
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La justificación fundamental para que EE.UU. y algunos aliados estén librando la guerra en Afganistán consiste en eliminar a Al Queda y las bases operativas albergadas en tierras afganas dominadas por los talibanes.


El dilema central del plan de salida propuesto por el Presidente Barack Obama en su reciente discurso en West Point consiste en si en 18 a 24 meses va a ser posible reconstruir un Estado que nunca ha existido como lo concebimos en Occidente.

Este plan concibe derrotar la fuerza militar Talibán y del extremismo islámico, esencialmente Al Queda, e iniciar un proceso de “normalización” para el desarrollo del país. Esto significa en definitiva reforzar una institucionalidad  que hasta el momento ha existido en condiciones puestas al límite para un funcionamiento mínimo y una operación política mayor para incorporar a los diversos actores políticos.

Es una tarea gigantesca y la iniciativa que incorpora 30 mil nuevas tropas ha dejado perplejo tanto a los que apoyan una permanencia prolongada de tropas extranjeras en Afganistán, como a los que exigen una salida rápida para poner fin a la ocupación.

Según lo anunciado, el retiro posterior de las tropas no será ni brusco ni total. Como en el caso de Irak, se plantea un proceso gradual de presencia militar extranjera contemplando dejar instalada por un tiempo a decidir una fuerza operativa para sustentar el fin de la guerra, y lo que sigue.

En Irak ha funcionado un esquema similar asentado en una fundación preexistente que ha permitido a un Estado y un gobierno nacional paulatinamente hacerse cargo. Aunque quizás lo más importante sea la recomposición del tejido político con sus liderazgos y formaciones partidarias, en Irak la normalización se está produciendo a partir de la reestructuración institucional de un país heterogéneo que contaba con instituciones políticas relativamente fuertes  y de larga data.

[cita] La justificación fundamental para que EE.UU. y algunos aliados estén librando la guerra en Afganistán consiste en eliminar a Al Queda y las bases operativas albergadas en tierras afganas dominadas por los talibanes. [/cita]

Un ingrediente clave en esta recuperación política en Irak ha sido el acabar con la política inicial de erradicar cualquier vestigio o influencia del partido Baas que gobernó Irak por más de treinta años hasta la invasión en 2003. Las nuevas autoridades iraquíes elegidas en procesos eleccionarios distorsionados bajo la guerra,  finalmente han escogido el camino de la negociación política reconociendo a la fuerza política más poderosa que subsiste en Irak.

Afganistán no es Irak ni remotamente. En cuanto a estructura del Estado y ordenación política, en comparación con los países de la zona, su formación institucional ha estado siempre en transición con liderazgos y tradiciones locales e inestables.

Su trayectoria no es única en cuanto a un Estado desestabilizado al límite. Asia, África y hasta América Latina exhiben situaciones similares aunque no con el grado de fragmentación institucional de Afganistán.

El país expone la paradoja de que al no haber sido colonizado propiamente tal como India, Pakistán, o Sri Lanka, con gobiernos formados por la vía de reinados, principados  o burocracias civiles o militares impuestas, no alcanzó a formar una estructura de Estado “a la occidental”.

Es de conocimiento generalizado que los Estados con su aparato administrativo y ordenación territorial repartidos en el mundo pos colonial, incluyendo el de la indómita China, son reciclados del “Estado colonial” como se presentaba el orbe en la mayor parte de su territorio a partir  del siglo XVI.

La justificación fundamental para que EE.UU. y algunos aliados estén librando la guerra en Afganistán consiste en eliminar a Al Queda y las bases operativas albergadas en tierras afganas dominadas por los talibanes. Al Queda comandó el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York en 2001 y es, o se presume, responsable de otros actos de terrorismo desde ese entonces.

Esta intervención militar obtuvo la aprobación del  Consejo de Seguridad de la ONU en su momento y con los años se ha transformado en una ocupación legitimada por la comunidad internacional.

Es válido preguntarse si después de 21 años de inestabilidad y guerra desde la invasión y el retiro soviético, con el sólo apoyo de la intervención militar extranjera y una diezmada capacidad interior, esa posibilidad va a poder materializarse sin que entre a mediar “la solución política”.

Concluir que con la erradicación de la fuerza política y militar Talibán  y del extremismo islámico y con el fin de la ocupación se normalizará Afganistán parece demasiado simplista. Hay una pieza del puzzle político de Afganistán  que obviamente falta.

¿Está en Pakistán, está en Irán, está en India?  ¿O está simplemente en la Alianza Transatlántica encabezada por EE.UU. que con la acostumbrada lógica de la supremacía, persiste en tener un pie de apoyo militar en esa región?

Al borde de 2010 es absurdo, aunque parezca comprensible, que los países que integran el “consorcio” en el esfuerzo de paz y normalización en Afganistán continúen atrapados en la  socorrida explicación de que Afganistán no ha sido nunca colonizado,  o de que la fragmentación política en múltiples zonas lideradas por caudillos impide la estabilidad de un Estado.

No es concebible que no se pueda formar desde el fin de la ocupación soviética en 1988, un tejido político básico con un común denominador mínimo para ponerse de acuerdo y formar o fortalecer ese Estado que parece fantasma  y  tomar cuenta del extremismo islámico encarnado por los Talibanes.

Al puzzle le falta una pieza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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