La política internacional no es mundial, es solo una parcela de poder de un puñado de naciones que disputa supremacías globales o regionales. Y tampoco es un tema ciudadano porque no forma parte del menú de intereses que al político le interesa compartir con la ciudadanía, salvo en los casos de países como EEUU, Israel, Irán e India.
Es muy probable que la guerra internacional contra el terrorismo reasuma su rol preponderante por el caso del ciudadano nigeriano intentando hacer explotar un avión de pasajeros en un vuelo a Detroit.
Es probable también que Afganistán e Irán continúen en la agenda, así como el calentamiento del planeta se convierta aún más en el nuevo asunto transversal que convoca los demás temas críticos del sistema internacional.
De ser así no sería un buen augurio. Los problemas relacionados con los desequilibrios de poder en la política internacional, la tendencia a reconstruir la antigua bipolaridad de Occidente versus Oriente, una globalización económica que continúa basada en el empobrecimiento de muchos y el enriquecimiento desmesurado de pocos, y un ánimo beligerante propenso a la confrontación en las naciones, continúan enquistados y con pocas posibilidades de convertirse en temas clave de un debate mundial entre las naciones y los pueblos de esas naciones.
El debate sobre estos temas se hace en cuarteles cerrados, con decisiones tomadas bajo altos grados de secretismo, lo más alejado de las opiniones ciudadanas y para qué hablar de su participación. La Asamblea General de Naciones Unidas es una imagen suspendida en el tiempo, sin pena ni gloria.
La política internacional no es mundial, es solo una parcela de poder de un puñado de naciones que disputa supremacías globales o regionales. Y tampoco es un tema ciudadano porque no forma parte del menú de intereses que al político le interesa compartir con la ciudadanía, salvo en los casos de países como EEUU, Israel, Irán e India.
Es extremadamente paradójico. Cuando existía la bipolaridad entre comunismo y capitalismo, centrada en la disputa por la supremacía de uno u otro bando, se producía un debate abierto sobre esas opciones respecto de su impacto en la paz, el desarrollo y los derechos humanos.
Por cierto había una guerra soterrada y clandestina, sin embargo, en retrospección, existía un debate más abierto.
Hoy en cambio, en la aparente dispersión, la política internacional es la gran caja negra casi inexpugnable para el esfuerzo ciudadano de entrar en ella, o al menos para conectarse con ella en los temas que le afectan, que en la práctica son casi todos.
Se ha demostrado que si hay algo que influye en la salud interna de las naciones es su posicionamiento internacional. Hoy mucho más que antes y, sin embargo, es el tema que menos se debate en el nivel público nacional.
Como que la caída de los muros en el período 1989-1991 hubiera sido un instrumento para sentar un decreto de que una nueva era de paz y concordia comenzaba, mientras que el debate mundial sobre los verdaderos asuntos de la supremacía global o regional, el de la tendencia a la bipolaridad y los desequilibrios, se postergaba.
Como se desvencijó la estrategia para combatir al enemigo mayor que dejó de existir y no había estrategia elaborada que no fuera la de protegerse más y más frente a nuevas incertidumbres, se formó un nuevo gran muro pero ahora al interior de los países. En virtud de un mundo con amenazas múltiples y mayor incertidumbre, la política internacional se convirtió en el espacio interdicto y lo más apartado del ojo público.
En suma, no hay nada más lejano a lo que debería ser un debate mundial que el de la política internacional, y en este sentido tanto el público como sus representantes comparten la responsabilidad. No hay un reclamo generalizado, no hay interés salvo el de los pequeños arrebatos nacionalistas usados por tirios y troyanos, y se mantiene el status quo.
Los gobiernos por cierto no toman la iniciativa sea por inercia, o sea por el complejo sistema de intereses que confluyen en la política internacional de hoy, donde se cruzan lealtades históricas con intereses de supervivencia y los apetitos económicos.
La ausencia del tema internacional en la campaña presidencial para la primera vuelta en Chile claramente expresa la situación.
En otras palabras, la política internacional no es mundial, es solo una parcela de poder de un puñado de naciones que disputa supremacías globales o regionales. Y tampoco es un tema ciudadano porque no forma parte del menú de intereses que al político le interesa compartir con la ciudadanía, salvo en los casos de países como EEUU, Israel, Irán, India, cuyos políticos y poblaciones están insertos en la coyuntura internacional.
Sin duda que es un tema pendiente, y ha llegado el momento para que las propuestas presidenciales en cualquier lugar del planeta en que se disputa la primera magistratura, abran el tema del poder y la política internacional al público, para que así formen parte de las opciones de lo que la gente quiere para sí y sus comunidades, sean estas locales, nacionales, vecinales o internacionales.
Es un desafío pendiente desde la caída de los muros más tradicionales de las opciones ideológicas.
Ahora es el tiempo de derribar el muro interno, y democratizar la política internacional para hacerla algo verdaderamente mundial y verdaderamente local.