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Victimización: entre el cliché y la imprecisión Opinión

Victimización: entre el cliché y la imprecisión

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Bet Gerber y Mª de los Ángeles Fernández
Por : Bet Gerber y Mª de los Ángeles Fernández Bet Gerber es directora de Proyectos de la Fundación Ebert. María de los Ángeles Fernándezl es directora ejecutiva de la Fundación Chile 21
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Acercándonos ya al final de su gobierno, y viendo los índices de popularidad que hoy Michelle Bachelet ostenta, es posible afirmar que logró transformar los inconvenientes en ventajas por medio de la instrumentalización de estereotipos tradicionales para desarmar a sus oponentes.


El tiempo que dura un mandato presidencial presidido por una mujer brinda la oportunidad, no sólo para fabricar nuevos estereotipos de género, sino para reforzar los existentes. La tentación es inevitable, al parecer, no sólo cuando el gobierno atraviesa dificultades sino también cuando está en el peak de popularidad. En este plano, será materia de estudio el material periodístico producido durante el gobierno de Michelle Bachelet. Algunos, incluso, destacarán porque ni siquiera logran colmar un objetivo más básico del ejercicio periodístico como es informar. Un buen ejemplo es la columna titulada “La victimización como política comunicacional”, de Arturo Arriagada, publicada en este medio en días pasados.

El título, sin duda, sonaba prometedor. Sin embargo, a poco andar, es posible advertir lo lejos que está de realizar algún análisis vinculado a políticas comunicacionales. Lo preocupante es que no parece tratarse de un simple juego de palabras, sino de una gran confusión conceptual. El autor se anima, incluso, a esbozar una insólita definición al respecto, por lo que termina incurriendo en un error imperdonable. El texto intenta centrarse en la estrategia comunicacional del actual gobierno, algo muy distinto al ambicioso título de “políticas de comunicación” término que,  al referirse a  ámbitos gubernamentales, alude a las políticas de Estado que abarcan un amplio y complejo campo. Éste incluye regulaciones y disposiciones jurídicas que hacen al funcionamiento del mercado audiovisual, a la distribución del espacio radioeléctrico o a la propiedad de los medios, por citar algunos ejemplos.

Acercándonos ya al final de su gobierno, y viendo los índices de popularidad que hoy Michelle Bachelet ostenta, es posible afirmar que logró transformar los inconvenientes en ventajas por medio de la instrumentalización de estereotipos tradicionales para desarmar a sus oponentes.

El término y su aplicación no son novedosos ya que circula entre los organismos internacionales y especialistas en el tema desde la década del setenta. Los ejemplos de sus posibles contenidos permiten distinguirla fácilmente de la estrategia comunicacional por la que opte un gobierno o un grupo de asesores la que está, en general, vinculada a la construcción de imagen de una figura política. No se trata, en el caso de la columna en cuestión, de una minucia conceptual sino de una tergiversación del concepto mismo que viene a profundizar, si se quiere, la gravedad de la situación a la que ya asistimos por la inexistencia de políticas comunicacionales, muy especialmente, en Chile.

En cuanto a la estrategia comunicacional seguida por Bachelet, Arriagada no trepida en calificarla de contradictoria y errática, afirmando que habría sido la tesis del “femicidio político” el Alfa y Omega de su desarrollo. El autor omite algunos datos de contexto que ayudarían a la comprensión del recurso que de esta expresión hizo la Presidenta. En primer lugar, no fue acuñada por ella sino por Manuel Cabieses, periodista y director de Punto Final. El que la Presidenta Bachelet la haya hecho suya para referirse al tratamiento que los medios hacen de su gobierno no debe llamar a sorpresa.

Es un recurso común en todos los gobernantes, especialmente en nuestro continente, que perciben que los medios no son totalmente acogedores con sus políticas y decisiones. Por otra parte, la alusión a la pretendida “victimización” presidencial no hace sino recoger, aunque de otra forma, un fenómeno profusamente identificado por la sociología, particularmente en los estudios sobre elites femeninas, denominado “sobreselección” o “sobremérito” según el cual, a las mujeres que llegan a cargos de alta responsabilidad, se les suele exigir más que a sus pares varones. La “victimización”, en todo caso, no cayó en saco roto y parece conectar con percepciones y sentidos muy asentados en la población. Resulta interesante destacar estudios de opinión realizados por el programa Tolerancia Cero que abordan, indirectamente, este fenómeno. En su encuesta de marzo de 2008, un 78% de varones y un 84,7% de mujeres respondían afirmativamente a la pregunta: “Por el hecho de ser mujer ¿ud. diría que la Presidenta ha sido perjudicada o favorecida por los políticos?”. En su versión de abril del mismo año, un 65,1% respondía negativamente a la pregunta de si la Concertación estaba apoyando suficientemente al gobierno de la Presidenta.

Por otro lado, Arriagada debiera reconocer que el recurso a la victimización, en política, no hace distinción por sexos. Los hombres, que han ocupado totalmente el espacio político hasta hace pocos años, incurren en él frecuentemente para enfrentar las críticas a su desempeño. Forma parte ya de un libreto conocido la alusión a la idea de “persecución política”, cuando un político es atacado. Cuando Lagos, en el momento en que la derecha le lanzaba toda su artillería por los problemas derivados de la implementación del Plan Transantiago, se quejó amargamente de que nadie salía a defender su obra, estaba también de alguna manera victimizándose.

Parece  claro, en todo caso, que la relación con los medios ha sido uno de los aspectos problemáticos de la administración Bachelet, encontrando más obstáculos en ellos siendo Presidenta que en su condición de candidata presidencial, donde la novedad de una candidatura femenina despertó más preguntas que críticas.

Acercándonos ya al final de su gobierno, y viendo los índices de popularidad que hoy Michelle Bachelet ostenta, es posible afirmar que logró transformar los inconvenientes en ventajas por medio de la instrumentalización de estereotipos tradicionales para desarmar a sus oponentes. El balance final del gobierno de Bachelet en materia de género está todavía por realizarse, más allá del evidente impacto simbólico, que nadie parece discutir. Los estudiosos del liderazgo político femenino señalan que un indicador de éxito es la observación de las modificaciones experimentadas por las definiciones de género dentro de una determinada sociedad, al punto de señalar que la eficacia de una líder debiera medirse en el derribamiento de los estereotipos negativos. Si, al contrario, éstos se ven reforzados, debiera concluirse en que se fracasó. No faltarán oportunidades en el futuro para analizar si esto se ha producido pero, sin duda, un momento propicio lo proveerá el resultado de la segunda vuelta de la elección presidencial.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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