Era imposible no alucinar cuando leía la historia de la Rolling Stone y como Jann Wenner le daba a sus periodistas dos meses o tres para escribir texto de 3 mil a 4 mil palabras. Además de ofrecerles buenos temas, les pagaba muy bien. Ese era el periodismo que yo quería hacer y que, por supuesto, por mi ignorancia, no sabía era el modelo de muchas revistas estadounidenses. Hoy muchas de ellas desaparecieron o están viviendo “secuestradas” por Internet, que no sólo les quitó el espacio, también las utilidades. El siguiente artículo de la Atlantic se pregunta sobre el largo de los textos en la era digital. Nada que ver con posicionamiento, sino con la capacidad de la gente de leer un (o varios) texto de 1.500 palabras. Hasta ahora, artículos largos han sido sinónimos de meses de investigación y semanas de reflexión, pero al mismo tiempo son poco atractivos para la cultura web (nuevos consumidores), que prioriza lo breve y efectivo por sobre lo extendido y complejo. Ya lo dijo Nicholas Carr en su ensayo Is Google making us stupid, publicado también en la Atlantic. En él, Carr dice, entre otras cosas, que internet ha cambiado nuestro capacidad cognitiva y por lo tanto nuestra atención tiene más que ver con un click que con la capacidad de retener. Internet no necesariamente no obliga a escribir en menos espacio, sino que con mayor precisión, menos rellenos idiomáticos y más certeros en los hechos. No todo es importante. Claro, era un lujo escribir textos largos y llamativos, pero en el fondo todo apunta a los mismo: no perder a los lectores de antes y ganar a los nuevos. Paradojalmente, y como advertencia, el texto que explica el error de hacer artículos largos, ya es largo.