Y es que no todos los que en nuestro medio se denominan liberales, sean de izquierda o de derecha, igualitarios o libertarios, etc., lo son. En estas elecciones los liberales auténticos se encuentran en una disyuntiva.
¿Cuánto liberalismo soportan los liberales chilenos? Ya las dificultades para abordar el tema parecen infranqueables. “Liberalismo” ha llegado a ser un término paragua al que muchos recurren para dotarlo de contenido ideológico ad hoc. Y es que, tanto en los debates de la teoría y filosofía política como en la práctica política actual, el liberalismo está –afortunadamente– de moda. De un modo esquemático, imperfecto (como todo esquema) pero atingente en el contexto local, están los liberales de mercado (un Estado que intervenga menos en la iniciativa económica individual), los liberales políticos (un Estado que intervenga menos en la vida privada de los individuos) y los liberales republicanos (un Estado que sea reflejo de la voz ciudadana).
¿Ponemos prescindir de alguno de estos aspectos y seguir denominándonos genuinamente liberales? Aunque autores connotados han afirmado que sí, es evidente que prescindir de algún aspecto vacía el concepto de cualquier significado inteligible. La pregunta es más bien, cómo combinar estos diversos elementos.
Y es que no todos los que en nuestro medio se denominan liberales, sean de izquierda o de derecha, igualitarios o libertarios, etc., lo son. En estas elecciones los liberales auténticos se encuentran en una disyuntiva.
Si algo caracteriza al pensamiento liberal en su conjunto es, antes que nada, su compromiso con la libertad individual. (La desconfianza en la concentración del poder es secundaria, y se retrotrae, analíticamente, a este aspecto). ¿Por qué? Hay respuestas que rivalizan entre sí. Sin embargo, una que parece asentarse, de un modo u otro, en el núcleo del pensamiento liberal, refiere al valor de la autonomía. El liberalismo no sería sólo el heredero de la reforma sino que el hijo político de la ilustración. El valor de la autonomía individual, que autores tan diferentes como Kant y Mill sitúan en el centro de sus doctrinas morales y políticas, sería el motor de la preocupación por la libertad individual. No es difícil percibir como la importancia tradicional de los derechos civiles y las libertades individuales se pueden retrotraer a la idea de la autonomía. Si somos autores de nuestra vida en el sentido crítico de la autonomía, entonces deberíamos tener los recursos y libertades necesarios para vivir nuestras vidas de acuerdo a nuestras creencias acerca de lo que es valioso sin ser penalizados por prácticas (religiosas, sexuales, etc.) poco ortodoxas. Y ya que se requiere de ciertas condiciones para un examen inteligente de la propia vida, la educación, la libertad de expresión y de prensa, así como la artística, entre otras, adquieren un valor central que debe ser protegido mediante derechos.
Y bien: ¿cuánto liberalismo soportan los liberales chilenos? Diógenes buscaba a un hombre en una plaza ateniense muy concurrida. Cuando se le hizo notar la situación respondió impasible, “busco a uno de verdad, que no sea uno más del rebaño”. Busquemos entonces a los liberales verdaderos. La –poco afortunada– estrategia del candidato de la Concertación por más Estado no va en la dirección correcta. No cabe duda que un Estado fuerte es necesario para lidiar con los grupos de poder (y así garantizar las libertades individuales). Pero más Estado no es una solución en sí. Es, en el mejor de los casos, un medio necesario para alcanzar y garantizar aquello que consideramos como valioso. Y como muy bien se sabe, cuando los medios se transforman perversamente en fines, la cuenta es alta.
Por el contrario, la estrategia del candidato de la Coalición, que apunta a oportunidades, responsabilidad individual, etc., parece ajustarse mejor a la tradición liberal. Considerando que el candidato se auto sitúa en una línea de continuidad con los gobiernos de la Concertación, su discurso gana en credibilidad: para tener acceso a diversos bienes deseados de un modo competitivo justo es necesario haber podido adquirir las herramientas que nos permitan competir, y éstas se adquieren mediante políticas sociales como la implementadas por la Concertación y cuyo valor el candidato afirma en sus declaraciones. Pero ¿qué pasa con las libertades individuales? Agradeciendo el quasi veto a la participación de personajes de la dictadura en altos cargos de su gobierno, es reconfortante saber que el candidato “escucha”. Pero una cosa es escuchar y otra llevar a cabo acciones concretas. ¿Y cuánto puede hacer un candidato cuyo bloque de apoyo, o una buena parte de éste, pone el grito en el cielo ante la píldora del día después, la regulación de relaciones homosexuales, etc.? Es poco creíble que en su gobierno se llegue a modificar substancialmente el statu quo.
Y ni hablar de otras preocupaciones genuinamente liberales como el matrimonio homosexual, la libertad de abortar (no sólo por razones terapéuticas), la despenalización –no desregularización– del consumo de drogas, por mencionar sólo algunas. Si bien el candidato de la Concertación parece ofrecer algo más en el mercado de la política, las ofertas son limitadas. (Quién ha sido tradicionalmente más machista que los compañeros). Y es que no todos los que en nuestro medio se denominan liberales, sean de izquierda o de derecha, igualitarios o libertarios, etc., lo son. En estas elecciones los liberales auténticos se encuentran en una disyuntiva. Probablemente, y en base a buenas razones, sus votos se repartirán en tres de las cuatro opciones disponibles (Piñera, Frei, Nulo). Pero ninguna de estas razones tendrá que ver primeramente con la doctrina liberal. Busco un liberal para darle mi voto, pero no es fácil encontrarlo.