Detrás de tanto afinado mea culpa, entonces, hay un calculado intento por pintar la fachada concertacionista evitando abrir procesos de revisión profundos que pudieran dar origen a rebarajes reales en la geometría del poder del conglomerado. Y la pintura elegida para enchular a la coalición tiene más bien tonos pastel, nada muy jugado, nada muy llamativo.
A pocos minutos del breve discurso de Eduardo Frei reconociendo su derrota en la pasada elección, Ricardo Lagos irrumpió en la escena para distribuir responsabilidades, derrochar talento y declararse “disponible”. Más allá de las pasiones despertadas por la temprana lapidación del recién derrotado y el entusiasmo que pudo despertar en uno que otro viudo laguista que aún considera que el ex mandatario debió ser el candidato del bloque, la movida de éste tiene poco de casual.
Desde hace días que el laguismo venía delineando el marco teórico de la intervención que intentarían a partir de la derrota de Frei en las urnas. Ya a comienzos de la semana pasada, a cinco días de los comicios, Ernesto Ottone publicaba en El Mercurio una columna en las que dividía “analíticamente” a la Concertación en dos: los hombres de Estado, ilustrados, gradualistas y preclaros que le dieron origen y conducción al conglomerado y los resentidos, comunes y cortoplacistas líderes que aceptaron “la conducción de los primeros como un mal menor, (…) rompieron las disciplinas mínimas, se refugiaron en particularismos, ambiciones más personales que colectivas y prácticas políticas que contaminaron la acción del Gobierno a través de redes antimeritocráticas”.
Los Príncipes y los regalones de los buques madre de la armada oficial no se han caracterizado por irrumpir en escena sin pedir permiso a sus mentores; no han mostrado, hasta la fecha, la capacidad para hacer lo que Lagos sí hizo el día domingo 17.
Así, el hombre fuerte de Lagos anticipaba la ambición de los primeros de pasarles la cuenta a los segundos de la derrota concertacionista y delineaba una estrategia de toma de control del bloque que fue seguida por parsimoniosas entrevistas dadas por Lagos durante la semana, la comentada irrupción el día de la elección y posteriores análisis proyectivos de otros “accionistas” de la Concertación como Enrique Correa. Todos, por cierto, con música renovadora, llamando a cambiar los elencos pero cuidando que los ejemplos y nombres dados para esto, fueran aquellos ya ungidos como sucesores por el otrora poderoso grupo oficialista.
Detrás de tanto afinado mea culpa, entonces, hay un calculado intento por pintar la fachada concertacionista evitando abrir procesos de revisión profundos que pudieran dar origen a rebarajes reales en la geometría del poder del conglomerado. Y la pintura elegida para enchular a la coalición tiene más bien tonos pastel, nada muy jugado, nada muy llamativo.
En efecto, los rostros de la renovación que han sido ungidos por el establishment concertacionista para sostener las banderas de la “refundación” son tan disciplinados que en el momento en que se dividía pasado, presente y futuro de la hoy finita coalición gobernante, no salieron a escena a hablar porque nadie les pasó el micrófono. Los Príncipes y los regalones de los buques madre de la armada oficial no se han caracterizado por irrumpir en escena sin pedir permiso a sus mentores; no han mostrado, hasta la fecha, la capacidad para hacer lo que Lagos si hizo el día domingo 17. Y debe ser precisamente por eso que se han erigido como los elegidos por los menos pudorosos dueños de los timbres de los partidos para intentar contener la debacle de la coalición gobernante una vez que ésta abandone el poder.