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Think tanks y Concertación: no basta con llorar

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María de los Ángeles Fernández
Por : María de los Ángeles Fernández Directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.
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El desafío para los “think tank” vinculados a la Concertación estriba en la plataforma de ideas que debe ofrecer al país, junto con las acciones que permitan recuperar la credibilidad. Está claro que afirmar que los chilenos “quieren más Estado” o que “el progresismo es mayoría” no resultó ni suficiente ni convincente, aunque se entiende que las urgencias de la administración del poder impedían, no sólo ir más a fondo, sino clarificar las ambiguedades no resueltas al interior de la coalición.


Se ha destacado, como característica del primer gabinete de Sebastián Piñera, el hecho de que cuatro de sus ministros provengan del Instituto Libertad y Desarrollo, centro de pensamiento vinculado a la UDI. Posteriormente, hemos visto que el origen de varios subsecretarios es similar, ampliándose a la Fundación Jaime Guzmán y al Instituto Libertad.

Esto no es ninguna novedad.  Ha sido tradicional que, desde que se recuperara la democracia, los presidentes hayan recurrido, no sólo a los partidos sino a los centros de pensamiento, a la hora de reclutar a su personal político. Ced, Cieplan y Chile 21 son un claro ejemplo de ello. Cuando Michelle Bachelet recurrió a Expansiva como cantera de su primer elenco ministerial, muchos se asombraron pero no fue tanto por las características de la entidad, que presumía de ser virtual en ese momento, como por la adscripción ideológica de sus miembros, de talante “progresista liberal” y teóricamente distantes a la visión y experiencia política de la propia mandataria. A lo largo de estos años los centros de pensamiento, inclusive los no vinculados orgánicamente a algún partido, han ido desarrollando algunas de las funciones que estaban asignadas a éstos, incluyendo la importante tarea de la formación política.

La influencia de los “think tank”

Chile se caracteriza, en el contexto regional, por una tradición de “think tank” que hunde sus raíces en la década de los sesenta, algunos con carácter universitario. Sin embargo, algunos ubican su origen en una etapa posterior, durante el régimen militar, pudiendo proliferar gracias al apoyo brindado por la cooperación internacional. Los así llamados “centros académicos independientes” acogieron a intelectuales que fueron perseguidos en las universidades y cumplieron un rol trascendental en la reflexión acerca del quiebre de 1973 y en proyectar las condiciones para la recuperación de la política democrática, a partir de 1990. En sus dinámicas había mucho de sobrevivencia y de trinchera pero también espíritu propositivo y convivencia política, elementos que los partidos, por estar clausurados, no podían proveer.

[cita]Buena parte del éxito de Libertad y Desarrollo se relaciona, aunque no exclusivamente, con el apoyo brindado por los parlamentarios de su sector. Era cosa de hacer otro tanto, desde la Concertación, con una institución como la Corporación Tiempo 2000, que partió siendo muy prometedora pero a la que se dejó morir de inanición.[/cita]

Ha sido en el mundo de la centro-izquierda donde se han desarrollado estas estructuras que obedecen a diferentes orígenes y constituyen tipos con disímiles improntas, mostrando en la actualidad un paisaje heterogéneo. Es fácil perderse, pero también debe saberse separar la paja del trigo: algunos, por ser un logo y un timbre, viviendo en estado de hibernación, son más fantasmagóricos que reales. Durante los veinte años de gobiernos concertacionistas, y ante la ausencia de una política pública que apoye su sustentabilidad, algunos han devenido en consultoras estatales cuando no en portaaviones, de los que despegan y aterrizan los funcionarios de gobierno. A este cuadro, han venido a sumarse las plataformas creadas por los ex presidentes en calidad de fundaciones, como una forma de mantener su vigencia.

Sin embargo, tal como lo revela el artículo “El sello conservador del think tank que domina el gabinete”, de Claudia Rivas, publicado en este mismo diario, ha sido la derecha la que ha demostrado en estos años una mayor fortaleza en la generación y sustentación de centros de pensamiento, mostrando entre ellos una disciplina, coordinación y división del trabajo de los que adolecían sus propias fuerzas políticas de referencia.

Recordemos que, a los ya nombrados, hay que sumar el CEP, cuya encuesta de opinión despierta veneración en la clase política. Dicha estrategia forma parte de una más amplia construcción de hegemonía cultural, donde los medios de comunicación y la educación, particularmente superior, forman un afiatado engranaje de defensa de las reformas impulsadas durante el régimen militar. Estos centros se impusieron un fin superior que era la defensa del modelo chileno, avanzada ejemplar de la “sociedad libre”, sustentados por una ideología tecnocrática que, haciendo exaltación de la competencia, persigue la apolitización de la sociedad y de la que la consigna del gobierno de “unidad nacional” es su más reciente versión.

Para ello, han contado con cuantiosos recursos, procedentes de fuentes privadas, de sus propios parlamentarios y, por cierto, de fundaciones conservadoras que, a diferencia de otros organismos de cooperación internacional, no han dejado de brindar su apoyo por el hecho de que Chile ostente indicadores que lo alejan de la categoría de receptor de ayuda tales como su ingreso per cápita y, ahora, su entrada a la OCDE. Chile, a su juicio, no podía ser abandonado. Era mucho lo que había en juego. Esta actitud, sin duda, beneficiosa para los centros conservadores, ha venido a ratificar la inequidad material que se observa, cuando se los contrasta con los vinculados a la Concertación, reflejando al mismo tiempo la inequidad que caracteriza al funcionamiento de la política.

Por otra parte, no es arriesgado afirmar que el triunfo de Sebastián Piñera se debe, no sólo a que la derecha actuó, en el último período, de manera más coordinada y disciplinada e hizo una frontal fiscalización focalizada en mostrar los errores de la Concertación sino que centros como el propio Libertad y Desarrollo han puesto su grano de arena para que ciertos sectores de la ciudadanía vieran, en su opción, un buen gobierno alternativo aunque, como estamos viendo, la novedad no es mucha porque el acento está colocado en el “continuismo” y, si acaso, hacer las cosas mejor.

El artículo citado revela que dicha eficiencia despierta cierta envidia en la Concertación. Este sentimiento, aunque legítimo, no deja de parecer el colmo porque no es hora de venir a llorar ahora sobre la leche derramada. Buena parte del éxito de Libertad y Desarrollo se relaciona, aunque no exclusivamente, con el apoyo brindado por los parlamentarios de su sector. Era cosa de hacer otro tanto, desde la Concertación, con una institución como la Corporación Tiempo 2000, que partió siendo muy prometedora pero a la que se dejó morir de inanición. Algunos justificarán esta situación afirmando que, cuando se es gobierno, se cuenta con el respaldo de los equipos técnicos ministeriales del Ejecutivo. ¿Qué podrá hacer ahora la Concertación, devenida en oposición, sin disposición de estos recursos para legislar?

La preocupación no debiera ser tanta, aunque algunos centros ya han anunciado su voluntad de brindar asesoría parlamentaria, por cuanto el Congreso ha mostrado una tendencia a generar sus capacidades internas de apoyo a la labor parlamentaria. La faceta parlamentaria es muy importante para la hoy oposición, que tiene mayoría en el Senado, pero no debe limitarse a ello, sino que debe construir una oposición social.

Es en otros ámbitos, los centros de pensamiento de la hoy oposición presentan un gran potencial gracias al desarrollo de influencia política, principalmente en la generación de opinión y debate, aunque ello no está exento de piedras en el camino. Por un lado, asistimos a una carencia de medios de comunicación más afines o propios, así como la reducción creciente de las tradicionales fuentes de financiamiento y la falta de coordinación entre sí.  No es posible olvidar que el pluralismo de los medios de comunicación, inexistente en Chile, es el que da la posibilidad de la alternancia.

El desafío concertacionista

Por el momento, no queda  más que confiar en que las propias lógicas de mercado a las que los medios han quedado librados no permitan que éstos actúen de manera excesivamente complaciente con el nuevo gobierno. El desafío para los “think tank” vinculados a la Concertación estriba en la plataforma de ideas que debe ofrecer al país, junto con las acciones que permitan recuperar la credibilidad. Está claro que afirmar que los chilenos “quieren más Estado” o que “el progresismo es mayoría” no resultó ni suficiente ni convincente, aunque se entiende que las urgencias de la administración del poder impedían, no sólo ir más a fondo, sino clarificar las ambigüedades no resueltas al interior de la coalición.

Estas mismas ambigüedades son las que brindan ahora el espacio para que el Presidente electo ofrezca recursos selectivos a personeros de la Concertación, invitándolos a integrar sus equipos. Las discusiones posderrota electoral han estado más marcadas por quien ejercerá el liderazgo de la oposición y por el posible referente orgánico que la aglutine, sea la Concertación “enchulada” y poniendo al frente a políticos con menos arrugas o un nuevo espacio, que incorpore a nuevos actores y supere, incluso, a algunos de los partidos existentes.

Si bien es cierto que la Concertación conserva un capital electoral significativo, representado en un 48%, no debe desconocerse que será una tarea compleja para la hoy oposición dotarse de instrumentos y estructuras que le permitan exaltar su papel y mantener los cauces de comunicación con el electorado por cuanto siempre es el gobierno, y más en un régimen presidencial, el que goza de mayores posibilidades de expresión de su agenda política.

Seguramente, líderes y referentes orgánicos son necesarios para ser oposición pero hay que tener cuidado con poner la carreta antes de los bueyes porque se puede terminar reduciendo el debut opositor a acciones meramente reactivas, como cuando se invita a la “defensa del legado”. Lo primero es saber las ideas con las que se cuenta y analizar el grado de concordancia y divergencia existente, así como el tenor de su vigencia. Se requiere un corpus de ideas que permita la actividad de control y de dirección, de propuesta y de crítica, evitando la “oposición por la oposición” o la “oposición a bandazos”.

Hay que averiguar, como diría Dahrendorf, “cómo se puede encontrar una adecuada expresión institucional de las fuerzas de la transformación”. En esa tarea, los centros de pensamiento vinculados a la Concertación así como los de la otrora izquierda extraparlamentaria, cumplen una tarea inexcusable.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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