La verdadera solidaridad no es solamente caritativa; exige definir prioridades nacionales y una distribución justa de las cargas y costos de la reconstrucción.
Las exitosas colectas nacionales que se han organizado para ir en ayuda de los millones de damnificados por el terremoto, una vez más han mostrado cuán difundida está en nuestro país la solidaridad espontánea y generosa. Sin embargo, campañas como esas también tienen algunos riesgos.
El primero de ellos es que pueden generar la sensación de que las donaciones de particulares son tan importantes como el gasto público para poner en pie al país. Pareciera existir la sensación de que bastaría que los particulares, especialmente los empresarios, fueran lo suficientemente generosos para lograr superar esta tragedia. Pero eso no es cierto. Los fondos que se han reunido solo alcanzan para paliar las necesidades más apremiantes. El forado que dejó este terremoto en nuestra economía y en las posibilidades que tendrán varios miles de familias de salir adelante, no se resuelve con filantropía empresarial y buena voluntad de los donantes. Los costos de la reconstrucción serán altísimos y exigen decisiones de la autoridad respecto a cómo se financiarán.
[cita]La verdadera solidaridad no es solamente caritativa; exige definir prioridades nacionales y una distribución justa de las cargas y costos de la reconstrucción.[/cita]
El éxito de las colectas nacionales no debieran hacernos olvidar la verdadera tarea: las nuevas autoridades deben diseñar rápidamente un programa de reconstrucción nacional ambicioso, que debe incluir una forma eficiente y justa de distribuir los costos. Hasta ahora el futuro gobierno ha dicho que apostará a reasignar el gasto público (renunciar a la ejecución de algunos proyectos para financiar la reconstrucción), pero eso, además de dejar sin fondos proyectos necesarios, puede ser insuficiente. Otros ya se han anticipado a sugerir el endeudamiento público, pero eso pone el mayor esfuerzo de la reconstrucción en los futuros gobiernos y en las futuras generaciones. La solidaridad no solo debe ser invocada para promover las colectas sino también para decidir cómo se financiará la costosa reconstrucción.
Otro riesgo de las colectas nacionales es cuán difícil resulta distinguir el alcance real de los aportes que se reúnen: ¿quién aporta qué? Es una pena que estas campañas no informen en un sitio web todos y cada uno de los montos de los aportes, quién los efectuó y si lo hizo en dinero o en especies. Los sucesivos anuncios de aportes corporativos que se han podido ver por la televisión y la prensa, muchas veces se confunden con el que efectúan los trabajadores de esas empresas, con el agravante de que muchas corporaciones pueden acogerse a la ley de donaciones y deducir de sus impuestos parte importante del aporte que efectúan. Eso no pueden hacerlo los trabajadores. Esta opacidad de las campañas no permite apreciar que muchas veces, los aportes empresariales que se reciben en realidad son financiados por el Fisco, a través de beneficios tributarios. En pro de la transparencia, es necesario que los organizadores de las colectas nacionales indiquen lo que cada empresa aportó y qué porcentaje de ese aporte puede deducirse de impuestos. Seamos sinceros: muchas veces la solidaridad es una excelente oportunidad para hacer negocios. Eso no es necesariamente malo: pero un mínimo de decencia exige que quienes lo hagan lo informen.
Y ya que estamos hablando de negocios, las colectas nacionales también pueden servir para fundir todos los aportes, homogeneizando la solidaridad hasta el punto de hacerla difusa y genérica. Así, se convierte en un atributo nacional en virtud del cual, por algunos meses, pareciera que el objetivo común de todos es cooperar de la mejor manera en la reconstrucción, postergando el beneficio propio y la propia expectativa de lucro. Pero eso no impide que las empresas procuren perder lo menos y ganar lo más; al fin y al cabo su giro no es la beneficencia sino la ganancia. Por eso las colectas son solo una parte del trabajo que ahora debemos hacer como país: los que más tienen adeudan más a la reconstrucción nacional y ese deber no se satisface con donaciones en dinero o en especies.
Convocar a la solidaridad solo para que las colectas sean exitosas es insuficiente. La verdadera solidaridad no es solamente caritativa; exige definir prioridades nacionales y una distribución justa de las cargas y costos de la reconstrucción. Ante la tragedia que ha devastado la vida de miles de familias, la solidaridad debe operar como un estándar público y debiera orientar las políticas de reconstrucción. Es una lástima que el Presidente electo haya decidió, justamente hora, postergar la venta de sus acciones de Lan, porque de hacerlo dejaría de ganar riqueza. Sus prioridades de ganancia parecen estar por sobre sus ganas de servir y ser solidario. Esa contundente señal sin duda será tomada al pie de la letra por las grandes empresas del país: al fin y al cabo una buena y oportuna donación, puede ser la forma más rentable de cooperar.