En Chile, al parecer el reproche y la asertividad moral sólo operan con los anónimos y los pobres. Esta se transforma de súbito en objetividad y profesionalismo, si el entrevistado exhibe una buena dosis de capital simbólico.
Envalentonado se le veía al periodista Gómez Pablos al momento de captar los saqueos. Él y un grupo de sus colegas hicieron de sus palabras cuchillos y comenzaron a repartir con generosidad epítetos cargados de reproche sobre cualquiera que se les pusiera a tiro. Lo que usted hace es un robo, era lo más repetido.
Una pregunta interesante es: ¿Cuándo este grupo de sagaces reporteros olvidó que lo suyo era transmitir una noticia cargada de emoción y dolor para vestirse de jueces e impugnar de diestra y siniestra a quienes participaban de los saqueos, algunos de plasmas, algunos de comida?
Está bien. Nadie cree a esta altura lo de la objetividad de los medios. Menos en Chile, donde la mayor parte de ellos se encuentra fuertemente conectado con los intereses económicos y políticos dominantes.
Pero sí podemos exigir aún imparcialidad ante los hechos.
Y sí, entonces, vamos a adoptar el tono de reproche moral por el desastre provocado por el terremoto, al menos que ese reproche se distribuya por igual según las culpas.
Y ahí las preguntas son obvias:
¿Tendrían nuestros periodistas y sus medios el mismo arrojo persecutor cuando el enfocado en vez de un anónimo y circunstancial saqueador fuera un circunspecto empresario –de elegante traje de cuello y corbata- de esos que participan en eventos -siúticamente titulados en latín- en grandes centros de convenciones y que por estas cosas de la vida decidieron construir con tal nivel de chapuza sus edificios que pusieron en riesgo la vida de cientos de personas?
[cita]En Chile, al parecer el reproche y la asertividad moral sólo operan con los anónimos y los pobres. Esta se transforma de súbito en objetividad y profesionalismo, si el entrevistado exhibe una buena dosis de capital simbólico.[/cita]
¿Veremos a nuestros medios y sus reporteros tratar con tal arrojo y agresividad a más de algún almirante que ahora sabemos no hizo su trabajo y que hizo de nuestra confianza en las instituciones un objeto del baúl de los recuerdos?
En fin ¿veremos a nuestros periodistas y los medios que los contratan, ahora transformados en sagaces y valientes reporteros de pie de calle, ingresar a un encuentro empresarial para saltarse la anodina explicación formal y usar el tono de reproche moral que estos días le vimos a tanto de ellos para hacer –con el mismo tono de emoción- la pregunta que a tanto chileno le da vuelta en la cabeza: ¿ Señor, sabía que lo que usted hizo –construir mal por un puñado de pesos más- es un delito?
Lo dudo. En Chile, al parecer el reproche y la asertividad moral sólo operan con los anónimos y los pobres. Esta se transforma de súbito en objetividad y profesionalismo, si el entrevistado o noticiado exhibe una buena dosis de capital simbólico –como un gran apellido- o una buena dosis de capital social –como una membresía a una asociación empresarial o una Cámara de algo-.
Efectivamente, nuestra desigualdad profunda –que es esencialmente económica- tiene una de sus más crudas manifestaciones en la persistente y grosera discriminación mediática. Y el terremoto ha dejado esa desigualdad a flor de piel.
No vimos periodistas con palabras como cuchillos, como dirían Los Prisioneros, cuando las farmacias se coludieron. Menos en el caso de uso de información privilegiada en la fusión de D&S y Falabella. Ni en tantos otros. Ahí no hubo rigor y profesionalismo.
Es que en Chile, los miembros de la elite económica y política son sujetos de la noticia. El resto es simplemente objeto de la misma.
Curioso y hasta algo bananero parecía la foto de un empresario – el Sr. Ibáñez- vestido de militar – ¿es ese el ejército profesional que tenemos para estas circunstancias?- haciendo declaraciones críticas sobre la mano blanda de la autoridad. Era que no, si uno de sus supermercados era el saqueado. Eso es ser sujeto de la noticia.
El resto –los saqueadores, los damnificados, las víctimas- son sólo objeto de la noticia. Su importancia es nada más circunstancial y de ellos no se esperan palabras ni menos ideas, sino sólo sus dramas. El drama de ser desnudado ante todos –como un respetable ciudadano ahora convertido en ladrón que camina en puntillas- o el drama de haberlo perdido todo.
Apagado el reflector, el saqueador y el damnificado volverán a su crudo anonimato.
No habrá ya exigentes periodistas y medios interesados en su destino.
Y el resultado será exactamente el pretendido por los verdaderos dueños del negocio –no los reporteros por supuesto-. Los medios, mayoritariamente comprometidos con intereses empresariales dominantes, pretenderán hacernos creer que el verdadero escándalo del terremoto son los saqueos de plasmas y no, por supuesto, la grotesca actitud de empresas que construyeron mediaguas que vendieron por departamentos. O la negligencia tercermundista del servicio de alerta de la armada que de paso arrasó con nuestra confianza en las instituciones, como lo hizo el agua con Iloca.
Y menos hablar de un modelo económico que mostró la peor de sus caras – la falta total de lealtad entre nosotros- como es la injusta distribución de la riqueza.
Existe, eso sí, una última posibilidad. Y es que todo lo anterior esté groseramente equivocado. Y que este columnista no haya entendido nada de la sociedad neoliberal que ya hace años nos impusieron a fuerza de golpes unos y de discursos otros.
Y que no entienda, por ceguera ideológica, que en esta sociedad de la noche a la mañana pasó a ser merecedor de mayor reproche social el robo de un plasma a una gran casa comercial que la construcción -groseramente negligente- de edificios que pusieron en riesgo la vida de cientos de personas.
Y en ese caso, pido excusas.