Para transformarse en una corriente regional, la pregunta es si la “post neo-derecha chilena” podrá re-moralizar el mercado, re-focalizar el mercado y recapitalizar a la clase media y a los pobres.
Una reciente encuesta ha dicho que un 73% de los chilenos creen que el Presidente Sebastián Piñera hará su trabajo mejor o igual que la saliente Presidenta Michelle Bachelet; la cual dejó el poder con un 84% de apoyo ciudadano. El estudio sostiene que el apoyo a Piñera llegaría a un 61,7%. Al mismo tiempo un 49,5% cree que en este nuevo gobierno su situación económica mejorará y un 50% percibe que el país estará mejor en un año más. No cabe duda que las expectativas son altas. La encuesta, así, vaticina y avizora la responsabilidad y expectativas que sobre el nuevo gobierno recaerán.
Sin embargo, más allá de la validez o no del trabajo de la investigación de El Mercurio-Opina, esta permite plantearse una de las más importantes preguntas para la región: ¿es el proyecto de la derecha chilena exportable al resto de Sudamérica? La pregunta es válida, desde que las últimas reflexiones y análisis conducen a la idea de un claro proceso de desgaste tanto en el discurso perteneciente a la centro izquierda; así como del difuso límite que definiría el dominio de las ideas del “progresismo”. De esta manera, no hay dudas que la llegada de Sebastián Piñera a la casa de gobierno abre una clara disyuntiva; la cual podría llevar a un nuevo cambio en el péndulo político regional. Lo que había sido una tendencia, durante los últimos 10 años, hacia gobiernos de centro izquierda y progresistas, ahora podría comenzar a girar hacia gobiernos del tipo “neo-derecha”. Además, la idea de un modelo chileno siendo exportado no es nuevo. A este respecto, existe la percepción que los ajustes económicos implementados en Sudamérica, lo que generó el cambio desde el proteccionismo al neoliberalismo, en la década de los 90, habrían tenido como sustento los mismos pilares desarrollados durante la dictadura en Chile.
Si bien el concepto de la “neo-derecha” tiene su origen en 1968 y fue reflotado en 2000 por el manifiesto “La Nueva Derecha” de Alain de Benoist y Charles Champetier, sólo con la vuelta de esta tendencia al poder en Chile (luego de 52 años de no lograrlo por la vía de elecciones democráticas) toma forma la posibilidad cierta que la misma se transforme en una opción válida para cambiar el mapa político de los gobiernos de la región. Efectivamente, los gobiernos de Colombia y Perú también son representantes de la derecha, pero no de la “neo-derecha” entendida en los términos de Benoist y Champetier.
[cita]El que se pueda concretar un cambio político regional amplio dependerá del éxito o fracaso del primer año y medio de la derecha chilena; lo cual, además, marcará las reales posibilidades de tenerla como referente político en el gobierno por más de cuatro años.[/cita]
En Colombia ha sido una Derecha que ha debido comandar una guerra interna, con el problema extra de haber estado ad-portas de regionalizar el conflicto contra la guerrilla. Si bien se ha confirmado que el presidente Uribe no podrá participar en las próximas elecciones presidenciales de 2010, todo indica que existirá una continuidad en la línea del actual gobierno. En el caso de Perú, Alan García, luego de su primer gobierno entre 1985 y 1990 de sello izquierdista y populista, cambió de rumbo en 2006 hacia la derecha implantando un modelo privatizador, similar al de Chile de los 80. Sin embargo, mirando las elecciones presidenciales de 2011, el escenario político en Perú se ve difuso y altamente volátil. Así, y dado los resultados de apoyo ciudadano al gobierno de García, hoy están totalmente abierta las posibilidades para candidatos tan extremos como Keiko Fujimori (en la izquierda) y Ollanta Humala [en la extrema derecha de corte nacionalista y populista), pasando por Toledo, Flores y Castañeda.
La diferencia, parafraseando a Benoist y Champetier, lo cual habla de un nivel más alto de madures política, es que en Chile el proyecto político de la derecha logró, luego de 36 años de modelo neoliberal, que la idea de la acelerada obsolescencia de todas las viejas fronteras y divisiones que habían venido caracterizando a la modernidad, empezando por la tradicional díada derecha/izquierda, no fuera más un elemento político que condicionara una elección presidencial. Así, como lo hace presente Phillip Blond, creador del Think Tank-ResPublica, la última generación ha sido testigo de dos revoluciones. Por un lado, la de la izquierda que enfatizó los derechos individuales por sobre las responsabilidades colectivas. Y por el otro, la revolución del mercado conducida por la derecha. Sin embargo, ambas, sostiene Blond, tuvieron como principal promoción la idea de la libertad individual; pero donde perversamente, terminaron potencializando y creando un mayor proceso de centralización. De esta forma, paradójicamente, no han existido reparos en que fuera el Estado el encargado de resolver la última crisis generada por el mercado.
No cabe duda que nuestra región está llena de importantes tensiones internas. Argentina, Uruguay, Paraguay, Venezuela y Bolivia han demostrado que sus gobiernos de corte centro izquierdista y alguno de ellos directamente populistas podrían comenzar a verse amenazados en su continuidad. Así, el que se pueda concretar un cambio político regional amplio dependerá del éxito o fracaso del primer año y medio de la derecha chilena; lo cual, además, marcará las reales posibilidades de tenerla como referente político en el gobierno por más de cuatro años.
Lo interesante es que el actual proceso en Chile no es el que se definió en 2000 como “neo-derecha”. En Chile, lo que se observa es una corriente que defino como “post neo-derecha”, donde ya no tan solo se ha eliminado desde una perspectiva económica la diferencia entre izquierda y derecha, sino que ahora la derecha chilena ha ocupado los espacios que antes sólo tenían representatividad a través de las ideas de la centro izquierda. Desde esta perspectiva, la idea del progresismo no diferenció, sino que aceleró el fin de las diferencias entre las dos tendencias políticas; lo cual permitió que lo social, cultural, ecológico e incluso lo valórico fuese aprehendido y asumido como propio por el discurso de la derecha.
Parece, entonces, siguiendo los conceptos que el terremoto ha permito conocer desde la sismología, lo interesante será observar si esta “post neo-derecha chilena” será de carácter convergente, divergente o transformadora, así como si ella logrará transformarse en un referente para la región. En otras palabras, sobre la base de las ideas de Blond, para transformarse en una corriente regional, la pregunta es si la “post neo-derecha chilena” podrá re-moralizar el mercado, re-focalizar el mercado y recapitalizar a la clase media y a los pobres.