No es el terremoto lo único malo que la ha pasado en la vida al niño Víctor Díaz –el zafrada como lo han apodado los medios de prensa-. El haber nacido pobre en una sociedad como la chilena tampoco es buena noticia.
Una sociedad que –salvo reconstruir su escuela ahora en forma de mediagua modular- no tiene mucho que ofrecerle para ayudarlo a salir de su pobreza.
Una sociedad donde su natural simpatía no le servirán de mucho para enfrentar la mala suerte de haber nacido en la cuna equivocada. Y que su vida –como la de miles de niños chilenos en su situación- será la de una privación tras otra. Ni educación, ni salud ni trabajo de calidad ni ninguno de los bienes que las sociedades decentes intentan asegurar a sus miembros estarán a su disposición.
Y ahí –cuando Víctor mire hacia atrás al final del camino- el terremoto terminara confundido con otros tantos sinsabores y privaciones.
[cita]Impuestos y redistribución –desde ya pido disculpa por tamaña herejía- son las ideas que nuestra elite ha porfiadamente rechazado.[/cita]
Comprobará, con el correr del tiempo, que buena parte de las promesas que hacemos como sociedad en forma de derechos –a educación, a salud o al trabajo- son para él y para muchos como él nada más que una broma. Muy mala por cierto.
Sabrá, entonces, como alguna vez lo retrataba un clásico del rock chileno, que esa escuela por la que hoy llora –y donde cae el sol sobre su cabeza- no era más que un juego; y que los laureles y el futuro terminarán siendo siempre para otros.
Víctor comprenderá con los años lo poco que le importa a la elite que dirige su sociedad, para la que, salvo este fugaz momento mediático, no representa nada en especial. Él, como tanto niño pobre en Chile, deberá soportar la fría distancia conque históricamente nuestra pequeña clase dirigente ha tratado al resto de sus compatriotas.
Sabrá pronto que esa elite económica y política –que hoy corre desde el Presidente empresario para abajo para sacarse fotos con él- no está dispuesta a darle más oportunidades que las mínimas y que en el modelo social y económico que defienden con uñas y dientes, los dados están marcados hace tiempo. Y no a su favor evidentemente.
No serán, en ese sentido, frazadas ni mediaguas las que le podrían cambiar la vida a Víctor y tanto niño chileno de los sectores menos aventajados. Es necesario algo mucho más drástico y difícil de conseguir: igualdad real de oportunidades para todos. Igualdad que exige – no nos engañemos- impuestos a los que más tienen y redistribución a los que menos.
Impuestos y redistribución –desde ya pido disculpa por tamaña herejía- son las ideas que nuestra elite ha porfiadamente rechazado.
Por ello, igualdad y no solidaridad es la palabra que Víctor necesitará en el futuro. Algo que, por lo demás, en 200 años de vida no hemos estado ni cerca de lograr.
Al final, Víctor deberá aprender que las puertas se cerraran con fuerza en su propias narices y que esa elite y sus afilados punteros –como la senadora Matthei- se opondrán a cualquier intento por hacer algo distinto, como subir los impuestos a los más que tienen.
“Es una estupidez”, será una frase que deberá escuchar muchas veces más en su vida.
Entonces, el zafrada sabrá que todo fue un fugaz momento de solidaridad que no se volverá a repetir, salvo que ocurra una nueva catástrofe. Y que pasada la solidaridad de la frazada y de la pelota de fútbol, volverá a ser simplemente Víctor Diaz.
Y que el sol volverá en su nueva escuela- mediagua, a caer sobre su cabeza.