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El pasado que no fue

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Eduardo Saavedra Díaz
Por : Eduardo Saavedra Díaz Abogado y profesor universitario. Mg. en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, U. de Talca.
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¿Qué pasaría si tuviéramos la oportunidad de resolver aquello que todavía nos condena? ¿Pensaríamos que forma parte de nuestro pasado? ¿Seguiríamos pensando que debemos olvidarlo y echarle para adelante?


En más de una oportunidad hemos pronunciado –no exentos de ironía- la frase “tu pasado te condena”, cada vez que nos percatamos de la incapacidad de nuestro interlocutor de superar una herida que ha preferido dejar atrás. Sobre todo cuando notamos que su esfuerzo de superación le resulta infructuoso, porque ese dolor todavía permanece en su presente, a pesar de su obstinada carrera por evadirlo con la vana esperanza de una futura vida feliz.

¿Cuánto nos sigue afectando la frustración de lo que pudo ser (o podría seguir siendo) una gran historia de amor? ¿Acaso no sentimos indignación todavía por aquel daño que nos destrozó la vida y que de hacerse justicia o de esclarecerse su verdad, al menos conviviríamos más pacíficamente con ese dolor?

[cita]¿Qué pasaría si tuviéramos la oportunidad de resolver aquello que todavía nos condena? ¿Pensaríamos que forma parte de nuestro pasado? ¿Seguiríamos pensando que debemos olvidarlo y echarle para adelante?[/cita]

“El secreto de sus ojos”, esa maravillosa película del director argentino Juan José Campanella, ganadora del Oscar como mejor producción extranjera, nos cuenta la historia de un funcionario administrativo de un tribunal, que luego de jubilar visita a su ex-jefa, una atractiva jueza a la que siempre quiso declarar su amor, para contarle su pretensión de escribir una novela sobre un espantoso caso criminal ocurrido hace un cuarto de siglo. Proceso en el que aún después de haber identificado al culpable, se vieron obligados a archivarlo por presiones de un gobierno corrupto que se justificaba en la “razón de Estado”.

De esta forma, el protagonista intenta reescribir una historia que todavía era incierta y, por lo mismo, una posibilidad abierta, como toda historia en la que hemos decidido hacernos cargo de las frustraciones que nos acongojan a través de un acto de imaginación. Acto  que nace –como dice Ray Bradbury- de la sencilla pregunta “¿qué pasaría?”. No por casualidad un novelista como Henning Mankell, que utiliza la intriga policial como excusa perfecta para la denuncia social, lo ha dicho con propiedad: “La novela no relata necesariamente lo que sucedió. La misión de la novela consiste en contar lo que podría haber ocurrido.”

¿Qué pasaría si tuviéramos la oportunidad de resolver aquello que todavía nos condena? ¿Pensaríamos que forma parte de nuestro pasado? ¿Seguiríamos pensando que debemos olvidarlo y echarle para adelante? ¿Sería válido seguir calificándolo desdeñosamente como “asunto del pasado”?

Al igual que “La celebración”, del director danés Thomas Vinterberg –otra gran película del último tiempo-, “El secreto de sus ojos” nos muestra que la persistencia del dolor por aquello que todavía puede ser resuelto no es un pasado que nos condena, sino un presente que nos abre sus puertas: el pasado que no fue. Y sólo en la medida que nos atrevemos a imaginar, a contarnos lo que podría haber ocurrido, podemos esforzarnos en superar nuestras frustraciones y darnos la buena vida.

Si no una vida feliz, al menos una vida digna que nos permita seguir inventándonos a través de nuestras propias decisiones, y así brindarnos la posibilidad de ser amantes aquí y ahora, mientras sigamos siendo jóvenes. “La juventud es el tiempo del amor”, decía Octavio Paz. Mañana podría ser demasiado tarde…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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