Somos herederos de una cultura que acepta como normal el abuso en el trabajo, aparejado con un poder político y económico lo suficientemente fuerte para impedir los avances en este ámbito.
No sorprende que un 70% de personas opine que al defender sus derechos laborales puede perder el empleo y que una abrumadora mayoría piense que en nuestro país no se respetan los derechos laborales. Estas son algunas conclusiones del “2do Barómetro de Abuso de poder Trabajo y Servicios Básicos” de Corporación Genera.
El estudio muestra que la sensación de vulneración en el espacio laboral se mantiene respecto a 2006, la anterior medición. Esto responde a una naturalización de las prácticas abusivas en el trabajo, que ha dado origen a una suerte de cultura al respecto.
Somos herederos de una cultura que acepta como normal el abuso en el trabajo, aparejado con un poder político y económico lo suficientemente fuerte para impedir los avances en este ámbito y que al contrario, impulsa tendencias de mayor flexibilidad laboral y de menores derechos en el trabajo.
[cita] Somos herederos de una cultura que acepta como normal el abuso en el trabajo, aparejado con un poder político y económico lo suficientemente fuerte para impedir los avances en este ámbito.[/cita]
Es usual que en Chile no se respeten los salarios, los horarios, el fuero maternal, y entendemos estas situaciones como consustanciales al mundo laboral. Pero además estos abusos reproducen las desigualdades, porque no se distribuyen de manera equitativa: son los derechos laborales de las mujeres y los sectores de menores ingresos los más vulnerados.
El tema del trabajo y los/as trabajadores/as es una gran debilidad de nuestra sociedad. La calidad de las sociedades dice del lugar que éstas le dan al trabajo y en Chile no hemos logrado alterar una visión, heredada no hace mucho, que concibe los derechos en el trabajo como un impedimento para el crecimiento económico y para el desarrollo.
Según las cifras del citado Barómetro Genera, una de las variables que más aumenta respecto del 2006 es la sensación de desprotección –de 57% a 70%- esto es, la impresión que tenemos respecto de la eficiencia de las instituciones -sindicatos e Inspección del Trabajo- encargados de velar por nuestros derechos laborales.
Muchas veces se plantea que en la medida en que se mejoren las leyes, las condiciones de los trabajadores habrán mejorado. Sin duda que es necesario avanzar en una serie de materias legales. No obstante, gran parte de las infracciones y abusos se dan en ámbitos regulados por la ley.
Nuestra cultura heredó este criterio legalista respecto de la solución a los abusos laborales. Un ejemplo, que raya en lo absurdo, es lo que sucedía con los buzos en la industria salmonera. Cuando se morían los buzos en las faenas, entendían que no tenían derecho a ponerlo en la mesa de discusión, pues estas situaciones no estaban regladas en la ley.
En el parlamento existe mucha presión de los trabajadores respecto de sus condiciones laborales, pero hay también una gran resistencia de ciertos sectores a mejorar las condiciones en el trabajo. Muestra de ello es que aún tenemos una legislación con serias restricciones a la negociación colectiva y al derecho a huelga.
Esta, como todas las disputas culturales, tiene muchas dimensiones. Es muy importante la discusión más conceptual, el rol de las iglesias, de los centros de pensamiento, de las universidades, la actitud de los partidos, el rol de la educación, de la formación dentro del propio sindicalismo.
Tenemos que asumir esta tarea con mayor fuerza y claridad. Si miramos al movimiento estudiantil veremos que el tema del trabajo no es central. Lo mismo, salvo excepciones, sucede con las iglesias, los centros de pensamiento, las universidades.
Es urgente que todos los actores sociales comprendamos que en lo que respecta al mundo del trabajo, hay una batalla que dar por una cultura de respeto al trabajo y los trabajadores y disputar el criterio de una reconstrucción con trabajo decente.