Hay que hacer “justicia histórica” a lo que ha sido la experiencia europea, que fue capaz de conciliar de la mejor manera que hasta ahora conocemos, las grandes aspiraciones humanas.
La dramática crisis que vive Grecia y su impacto en el resto de Europa ha llevado nuevamente a muchos a preguntarse si es sustentable el tipo de sociedad que este continente construyó después de la Segunda Guerra mundial, y que se conoce popularmente como “el estado de bienestar europeo”.
Diversos economistas neo-liberales han sostenido en los últimos días que esta crisis estaría marcando el fin del llamado modelo social europeo. Sin embargo, lo primero que cabría decir es que no ha habido hasta ahora a nivel internacional, una experiencia más exitosa de sociedad que la que construyeron los europeos en esto últimos 50 años, si por éxito entendemos sociedades que han alcanzado altos estadios de desarrollo, con cohesión social, amplia expansión de las libertades y derechos sociales, y ausencia de guerras y conflictos cruentos.
[cita]Hay que hacer “justicia histórica” a lo que ha sido la experiencia europea, que fue capaz de conciliar de la mejor manera que hasta ahora conocemos, las grandes aspiraciones humanas.[/cita]
Esto no sólo supera la propia historia de lo que fue el pasado de Europa en siglos anteriores, sino que en términos de calidad de vida supera también a cualquier otra experiencia de sociedad que conocemos en el mundo contemporáneo (es cierto que Estados Unidos y Japón son también naciones ricas, pero con mayores grados de desigualdad social, menor protección para sus sectores más vulnerables, menos tiempo libre, y mayores índices de criminalidad).
Entonces, primero hay que hacer “justicia histórica” a lo que ha sido la experiencia europea, que fue capaz de conciliar de la mejor manera que hasta ahora conocemos, las grandes aspiraciones humanas de convivencia civilizada, ampliación de las libertades, y progreso económico. Sin embargo, las propias transformaciones acontecidas en el continente y en la economía global en las últimas décadas, han puesto en jaque el éxito de este modelo, tal como fue concebido a mediados del siglo XX.
Hoy Europa ha perdido competitividad, sus economías son menos productivas, y la “carga social” que implica sostener a sociedades que han envejecido cada vez más, ha llevado a déficit fiscales que ya se hacen inmanejables para algunos gobiernos. ¿Hay que desmantelar entonces todo lo construido en estás décadas? Claramente no, si se consideran los logros alcanzados, y además porque la propia convivencia en las sociedades europeas pasa por mantener una cohesión social básica y derechos garantizados para todos sus ciudadanos.
Y en esto están de acuerdo en líneas gruesas, socialistas y conservadores, porque ello está en la esencia de lo que es ser “europeo”, por lo que ningún sector se atreve a avanzar radicalmente hacia políticas que pudiesen acercarse por ejemplo, al modelo liberal norteamericano (sino, basta ver la crisis de popularidad que hoy enfrenta Sarkozy en Francia). Pero como dijo en “The Guardian” el destacado académico británico Timothy Garton Ash, para salvar el modelo social europeo hay que repensarlo drásticamente, y ajustarlo a los requerimientos que hoy impone la economía global. Los países nórdicos de Europa ya lo han hecho, y con relativo éxito. Los instrumentos y medios se pueden cambiar, lo importante es el resultado final: Construir sociedades más justas e inclusivas, y económicamente sustentables en el tiempo.
Los actuales líderes de Europa tienen ahora la palabra, pero deberán hacer un “trabajo pedagógico” no menor ante sus respectivos electorados, para explicar que las reformas (y los costos que ello involucra) son un imperativo del cuál depende la sobrevivencia de este modelo que ha dado seguridades y bienestar ya a varias generaciones de la post guerra, pero que en las actuales condiciones, no se las puede garantizar a las futuras generaciones.