Si pensamos en las grandes culturas de la antigüedad, una gran mayoría se asentó en un espacio geográfico relativamente determinado. Efectivamente, casi la totalidad de los imperios fundadores de nuestras sociedades “modernas” se forjaron en las cercanías de un río y, desde allí, se lanzaron a la conquista de nuevos territorios, vivieron su gloria y su desaparición.
Sin embargo, antes del sedentarismo, hace más de 10 mil años, solo existían grupos nómadas, que viajaban por diversos territorios en busca de los animales que cazaban, explorando permanentemente nuevos horizontes. Pero no nos equivoquemos, las sociedades nómadas no eran salvajes y primitivas, sino que poseían organización social, administrativa y hasta un sistema de enseñanza por imitación, para traspasar los conocimientos necesarios para la supervivencia. No nos equivoquemos aun más, nuestra sociedad no es tan moderna como quisiéramos creer.
La educación en nuestro país vive actualmente un nomadismo patológico, y lo que podría ser una necesaria renovación de ideas y un dinamismo de lo más sano, se ha convertido en un viaje sin rumbo.
En los últimos años nos hemos mudado de evaluaciones de conocimiento específico a evaluaciones de aptitudes, para posteriormente cambiarlas por evaluaciones de competencias. Hemos pasado de una educación institucional, formadora de valores y de ciudadanos a una educación reproductora de conocimientos que son una réplica de las necesidades comerciales.
Ayer evaluaban los profesores, hoy ellos son evaluados. Miramos en todas las direcciones, buscando el qué se debe enseñar, el quién debe enseñar y el cómo se debe realizar, mientras, sin siquiera desempacar las maletas, ya pensamos en repartir hacia nuevos modelos.
Frente a esto, Finlandia parece mostrarse como la tierra prometida, el paraíso educativo, pero lo cierto es que ellos ya no están en el neolítico de la educación: ellos ya no son nómadas. Además, este país sedentario despierta cierto grado de desconfianza, ya que su educación es pública y gratuita desde los primeros años de vida hasta el doctorado en la universidad, tienen 13 semanas de vacaciones por año y los profesores son la piedra angular del sistema educativo y trabajan codo a codo con los apoderados.
Dado que el costo para Chile debe ser mínimo, optamos por seguir vagando de un modelo de bajo costo a otro, sin interesarnos por realizar un balance mínimo del paradigma que abandonamos y de las consecuencias del que adoptamos.
Un par de opciones tenemos como ciudadanos; o esperamos que el Mineduc, jefe de nuestra tribu, nos dé la señal para emprender un nuevo viaje, en busca de nuevas bestias y paradigmas educativos o apoyamos movimientos sociales bien estructurados, como el de http://www.educacion2020.cl, con el anhelo de lograr un consenso político que asegure el establecimiento y la estabilización, de una vez por todas, de nuestra educación y, por qué no, con la intención de poner las primeras piedras de una nueva tradición sedentaria.