Es lo que Rodrigo Márquez (PNUD) llama la magia del “número índice”, que lleva al periodismo ramplón a “descubrir” a esos chilenos que “cayeron” en la pobreza. Si se piensa bien, no se ha incrementado la percepción de pobreza en la población, a pesar del aumento de la cifra. Y eso reafirma lo obsoleto de la medición que se aplica en Chile.
Apagada un poco la chimuchina politiquera y mediática, conviene sacar algunas lecciones que surgen de lo poco que se ha publicado de la Encuesta CASEN 2009: la evolución negativa de la cifra de pobreza. Aunque resulte incómodo.
1.- La derecha ha sostenido por décadas que la pobreza se reduce por la vía del crecimiento económico y no a través del gasto social. Incluso durante años mal utilizaron un trabajo de Osvaldo Larrañaga (U. de Chile) para afirmar que el 80% de la disminución de la pobreza se debía al crecimiento. Después dejaron de decirlo, porque mientras el crecimiento disminuyó, la pobreza siguió cayendo. En esta ocasión, en cambio, partiendo por el presidente Piñera –al que tantas veces le cuesta callar- culpan al supuesto mal uso de los programas sociales: exceso de funcionarios, corrupción, malos diseños, etc. No hay en la información aparecida de la CASEN nada que permita afirmar eso.
2.- La Concertación, por su parte, durante las mismas décadas, sostuvo que la disminución de la pobreza se debía al incremento del gasto social y el fortalecimiento de las políticas públicas. Al punto que nadie podía poner en duda sus programas y políticas frente al argumento “irrebatible” de la disminución de la pobreza. Ahora, sin embargo, sus principales líderes no han dudado en culpar a la crisis económica del incremento en la cifra. Más allá del oportunismo, cabe preguntarse ¿qué tipo de política social es esa que no protege de las crisis económicas? ¿No se trataba de eso la política contracíclica del gobierno Bachelet?
3.- La cifra de la CASEN es una cifra de “pobreza de ingresos”, vale decir extremadamente sensible a los vaivenes que experimente el bolsillo de los encuestados. De tal manera que para que el crecimiento impacte en ello se necesita que se traduzca en empleo. En coyunturas favorables, el mero incremento de puestos de trabajo se traduce en cifras de menor pobreza “de ingreso”. En coyunturas más duras, como fue 2009, no basta con eso, se necesita que el empleo crezca en calidad, de manera que esté medianamente protegido. Y eso no ocurre en Chile. Jorge Marshall (Expansiva) indicaba en 2006 que en promedio los empleos que se crean en Chile duran apenas seis meses.
[cita]La cifra de la CASEN es una cifra de “pobreza de ingresos”, vale decir extremadamente sensible a los vaivenes que experimente el bolsillo de los encuestados.[/cita]
4.- La cifra de pobreza de la CASEN no dice nada sobre la política social que no se traduce directamente en ingreso, como es el caso de salud, educación, jardines infantiles, vivienda, etc. Y en este sentido, la más asistencial de las políticas sociales, que son los subsidios monetarios, es la que más impacta en la cifra CASEN. Frente al problema específico del alza del precio de los alimentos, los famosos bonos, creados por Bachelet e imitados por Piñera, resultan un buen paliativo (no un remedio, pero sí un alivio). Sin embargo ellos no se reflejan en los datos de pobreza de la Encuesta CASEN. Ello ocurre simplemente porque no se entregaron en los meses que se tomó la encuesta. No faltará el iluminado que se le ocurra juntar las dos cosas en el futuro, para tener mejores resultados estadísticos. Es lo que ocurre cuando se endiosan instrumentos llenos de limitaciones. Sin embargo, mejor que los bonos hubiese sido incrementar el Subsidio Único Familiar, como plantea el poco coherente ex ministro Vidal. Lástima que lo plantea ahora y no lo hizo en su momento.
5.- En el año 2008 el actual ministro de Hacienda Felipe Larraín calculó que si se actualizara la “canasta básica” de bienes y servicios que se usa para determinar el número de “pobres” e “indigentes” con la Encuesta de Presupuesto Familiar de 2007, el porcentaje de pobres ascendería nuevamente a 29% (y no sería del 13,7%, cifra basada en la “canasta” de 1986). Para ello Larraín se basó en el trabajo pionero de Margarita Fernández (U. de Los Lagos) desarrollado luego por la Fundación para la Superación de la Pobreza. Sin embargo ahora el ministro nada ha dicho sobre lo que propuso hace dos años: urge actualizar la medición, pues no tiene sentido comparar los ingresos de 2009 con la canasta que se consumía 23 años antes, en 1986.
6.- Estamos hablando de cifras y no de personas. Nada más hipócrita que los reportajes que luego de expuesta la cifra muestran familias pobres y sus testimonios. ¿Es que no existían esas familias antes de publicada la CASEN? ¿Por qué no levantan una campaña semanal o por lo menos mensual de testimonios, esfuerzos, sinsabores y acciones de los pobres? Es lo que Rodrigo Márquez (PNUD) llama la magia del “número índice”, que lleva al periodismo ramplón a “descubrir” a esos chilenos que “cayeron” en la pobreza. Si se piensa bien, no se ha incrementado la percepción de pobreza en la población, a pesar del aumento de la cifra. Y eso reafirma lo obsoleto de la medición que se aplica en Chile.
7.- Durante el gobierno de Lagos se puso en marcha el Sistema Chile Solidario, orientado a lo que llamó la “pobreza dura”: aquel núcleo que no accedía a los beneficios de las políticas sociales ni tampoco a los del crecimiento económico. La vieja idea de los “marginales” ¿Cómo determinar su magnitud? A través de lo que la CASEN llama los “indigentes”, vale decir personas cuyo ingreso no alcanza para financiar una canasta básica de 1986. ¿Son un “núcleo duro”? La aplicación de la encuesta panel en tres momentos (1996, 2001, 2006), vale decir preguntar a las mismas personas a lo largo del tiempo, permitió determinar que ese núcleo era mucho más pequeño que lo que se pensaba. Así lo calcularon Rodrigo Castro y Manuel Arzola (Libertad y Desarrollo). Y determinaron también que quienes alguna vez estuvieron “bajo la línea de la pobreza” durante esos años fue más de un tercio de la población del país: algunos permanecieron en ese estado (pobreza crónica), mientras otros entraron y salieron de ella durante el período (pobreza transitoria). Mientras el primer grupo era sólo un 4,6% de las personas, el segundo ascendía al 31,2% de los encuestados. Por ello se fue imponiendo el criterio de la vulnerabilidad, por sobre el de la pobreza concebida como una suerte de “club aparte” de la sociedad. Lo cual quiere decir que un gran porcentaje de la población puede encontrarse en condiciones de pobreza en diferentes momentos.
8.- Inmediatamente después de la CASEN se publicó la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, que reveló que los ingresos de los deciles más pobres había crecido significativamente más que los del decil más rico. Una buena noticia en pro de la equidad. ¿Contradictoria con la CASEN? No necesariamente. Lo que parece indicar el INE es que a pesar del incremento de ingresos de los más pobres, no les alcanza para superar la llamada “línea de la pobreza”. Lo cual agudiza el problema de la pobreza de ingresos: no sólo está mal calculada, sino que aunque los pobres mejoren levemente, no les alcanza para lo mínimo.
9.- Pero también las cifras del INE indican que el ingreso de los pobres no depende exactamente del crecimiento económico, ya que estuvimos en crisis de crecimiento. Y sugieren por tanto que pueden depender de las transferencias monetarias del Estado. Pero la mención de la palabra Estado todavía hace sufrir a algunos analistas. Ignacio Irarrázaval (U. Católica) llegó a afirmar a El Mercurio que si se suprimieran los ministerios de salud, educación y MIDEPLAN, dispondríamos de un millón de pesos para cada pobre. El cálculo es ridículo y está mal hecho, puesto que los nueve primeros deciles de ingreso – es decir el 95% de los chilenos y chilenas- gana menos de un millón de pesos. Por ello si quiere repartir los recursos del Estado a individuos, el sueño dorado de los ultra liberales del siglo XIX, tendría que hacerlo entre unas 15 millones de personas y no entre “los pobres”. O cambiarse de país.
10.- En consecuencia ya sabemos que tenemos una pobreza de ingreso “dura”; que se agudiza en crisis económicas y situaciones de alzas de precios; resistente a un crecimiento económico que genera poco y mal empleo; extendida a cerca de un tercio de la población y que no se resuelve con bonos, al menos en el nivel y alcance que estos han tenido hasta el momento. Nada de eso lo sabemos por la famosa cifra de la CASEN, que tanto escándalo parece causar. Sobre la eficacia de los programas sociales, hay que esperar aún por los otros resultados de esta encuesta, que son los que verdaderamente importan a estas alturas. Sobre lo que ya sabemos esperemos que las autoridades, que también lo saben, orienten su trabajo a una verdadera política de superación de la pobreza y no a la demolición de lo obrado por el gobierno anterior.