Si el articulista está llamando a desechar las elecciones como mecanismo de decisión social, un mínimo de rigor intelectual lo obliga a proponer mecanismos alternativos de decisión.
Hay columnas de opinión extravagantes, pero no deja de incomodar cuando el error – y cierto descaro –acompañan a la extravagancia. Es el caso de la columna de Andrés Benítez, rector de la Universidad Adolfo Ibáñez, en el diario La Tercera, donde recomienda alegremente que “el presidente debiese estar dispuesto a romper sus promesas de campaña si la realidad así lo aconseja”.
Las opiniones de Benítez no son sólo desafortunadas, sino que reflejan una profunda ignorancia acerca de cómo funcionan los mecanismos políticos de decisión. En particular, sus palabras desconocen la importancia básica que tiene el cumplimiento de las promesas electorales para el funcionamiento de la democracia.
[cita] Si el articulista está llamando a desechar las elecciones como mecanismo de decisión social, un mínimo de rigor intelectual lo obliga a proponer mecanismos alternativos de decisión.[/cita]
La competencia electoral es el mecanismo por el cual los ciudadanos agregamos nuestras preferencias individuales, típicamente diferentes y en conflicto entre nosotros mismos, en una única preferencia social. Para ello, los partidos y sus candidatos anuncian plataformas y planes de gobierno, y nosotros – los votantes – elegimos, entre los programas, aquel que nos representa de manera más cercana. La eficiencia de este proceso se basa en el cumplimiento de las promesas de los candidatos. No importa si los partidos quieren colocar sus propias plataformas o si pretenden llegar al gobierno para extraer renta; si se asegura el cumplimiento de lo prometido, los partidos tenderán a colocar políticas que representan a la mayoría de los ciudadanos. Por el contrario, cuando nada asegura el cumplimiento de las promesas de campaña, los políticos quedan en la ventajosa posición de hacer lo que se les plazca. Estos resultados no son otra cosa que aplicar a la Ciencia Política la idea de competencia propia de la Escuela de Chicago, tan venerada en Chile por los mismos sectores que recomiendan al presidente desviarse de los compromisos suscritos.
Es sencillo notar que basta el incumplimiento de algunas promesas electorales, aquellas consideradas “malas” según “alguien”, para perder la credibilidad sobre todo lo prometido en la elección. Como no hay forma de saber a priori qué parte del programa será vetado a posteriori por ese alguien, en la práctica no podremos confiar en nada de lo que los candidatos digan. Las elecciones serán una competencia entre mentirosos; lo que se plantea aquí es el sumo del populismo.
A ello se agrega la discusión sobre cuáles son las promesas convenientes de incumplir. ¿Cómo decidimos, a nivel social, aquello que según Benítez, “la realidad aconseja”? Si el articulista está llamando a desechar las elecciones como mecanismo de decisión social, un mínimo de rigor intelectual lo obliga a proponer mecanismos alternativos de decisión. Si está pensando en un equipo de super-tecnócratas super-informados quienes decidirán en vez de los ciudadanos, sería mejor que fuese explícito al respecto.
En suma, ya es raro que alguien defienda “que mientras menos promesas de campaña se cumplan, mejor para los países”. Que lo haga el rector de una de las principales universidades del país, llamando públicamente a lesionar el principio de representatividad democrática en aras del populismo, es sencillamente insólito.