Los festejos del bicentenario no son sino reflejo de lo que somos, son fiestas de celebración donde lo que queda es el goce individual, no es una celebración colectiva, aunque sea masiva, con un resultado patrimononial colectivo. Hace 100 años no era así, porque hoy día todavía podemos gozar del resultado colectivo de ese entonces. Esa es la medida de nuestra evolución.
La humanidad en el pasado avanzaba con saltos extraordinarios: por ejemplo con Gutemberg y la imprenta, Newton con la gravedad, etc. Hoy la humanidad avanza con grandes encuentros donde se acuerdan estandarizaciones, normas comunes y los “grandes” descubrimientos se oyen cada vez menos resonar en esta tierra.
Es más, hoy queda cada día más claro que la naturaleza nos domina, los fenómenos ambientales y geográficos nos descolocan. En Chile en este bicentenario la majestuosa cordillera nos ha mostrado su poder dejándonos empequeñecidos frente a la simple tierra. No somos nadie frente a ella, todas las máquinas del hombre no la logran dominar, requerimos meses para penetrarla.
Mientras en el pasado el hombre tenía modelos claros, hoy tenemos cada día menos claro cuales son los personas que vale la pena “admirar”, las “Madres Teresas” de este mundo se están extinguiendo. También ahí los esfuerzos colectivos sustituyen a las personas con nombre y apellido. Surgen así en el imaginario las “marcas”, aquellas obras colectivas de hombres, públicas o privadas, que producen cosas que aprobamos o rechazamos. Por una parte las marcas privadas del comercio, como la Coca Cola, marca más admirada en el mundo entero, o bien las instituciones públicas como los gobiernos o las internacionales como Naciones Unidas. Es a través de ellos que hoy identificamos nuestros avances de manera continua y colectiva con el éxito privado o público.
[cita]Desprevenidos porque no tenemos mucho que decir, estamos más dedicados a “correr” que a “hacer”, más dedicados a mirar para el lado que mirarnos a nosotros mismos, más dedicados a decir lo malo que tiene el otro que a ver lo que nosotros podemos mejorar cada cual.[/cita]
El éxito entonces está marcado por quienes están primeros en la lista, en los ránking de esos esfuerzos colectivos. Eso admiramos. Se producen por ello ranking de cualquier cosa, de cualquier manera para poder probar que uno es mejor que el otro. Muchas de esas realidades son virtuales, recreadas por los medios de comunicación como una entretención, como la alimentación del ego nacional, privado, público. Vivimos así realidades inexistentes en esta competencia de marcas, de símbolos de lo bueno y lo malo. Solo los que permanecen en el tiempo en múltiples ranking hechos de múltiples manera, sin embargo, son los que verdaderamente están por encima del desempeño de los otros. Todo el día bombardeados por información que intenta convencernos de cuáles son los buenos y cuáles son los malos, en el comercio, en la política, en nuestras aspiraciones, en nuestros sueños.
El hombre ha regalado así una parte de su libertad al someterse voluntariamente a ese bombardeo de información para que colectivamente se pueda decidir quienes son los “héroes”, los “mejores”, los “primeros”. Los héroes ya no son los que mueren por la patria, sino los que ganan símbolos de éxito.
El Bicentenario nos pilla en plena carrera por este “éxito” tan deseado, como personas y como sociedad. Desprevenidos porque no tenemos mucho que decir, estamos más dedicados a “correr” que a “hacer”, más dedicados a mirar para el lado que mirarnos a nosotros mismos, más dedicados a decir lo malo que tiene el otro que a ver lo que nosotros podemos mejorar cada cual, así creemos que avanzaremos en la medida que el otro sea peor que nosotros, en vez de ser cada cual mejor que antes. Es una carrera de negativos, el eterno “chaqueteo” que se trivializa con esa palabra local y blanda, pero que simboliza lo profundo de lo que somos. Por eso quizá el éxito de Isabel Allende es tan envidiado, porque lo hizo sin chaqueteo compitiendo a nivel mundial. Ella ha hecho más por el colectivo “Chile” que todos nosotros, creando patrimonio nacional.
El avance sustantivo de la humanidad no nos preocupa ni nos atrae. No hacemos esfuerzos colectivos para dar pasos continuos hacia adelante. Creemos, como el pirquinero que nos interpreta hoy más que nunca, que los avances serán discretos: encontraremos “la veta” que nos permitirá bajar a la ciudad como millonarios. Los verdaderos pirquineros nunca quisieron transformarse en “empleados” (privilegiados) de las grandes mineras, porque con ello perdían la ilusión del avance discreto a la riqueza. No les interesaba la prosperidad de la clase media que aseguraba ser empleado, sino la ilusión de ser millonario encontrando la veta.
El avance colectivo nos interesa poco, lo que nos gusta es ganarle al otro individualmente. Por ello la crítica es tomada como un instrumento de destrucción y no de construcción, porque es un método para avanzar por sobre el otro y no una oportunidad para mejorar.
Mi chilito lindo es un país maravilloso lleno de taras culturales que los cómicos han sabido reflejar, pero que como sociedad no hemos sabido enfrentar para desatarlas y seguir adelante. Miles de entrevistas, bases de datos y números respaldan con creces esta descripción de nuestra idiosincrasia. Una idiosincrasia que cuando se describe como aquí, sin eufemismos, molesta, es “antipática”, poco amable, como se dice en la conversación social.
Una cultura que le gusta actuar colectivamente tampoco puede saber acumular patrimonio nacional, puesto que este es por definición colectivo, no le da ventaja a nadie personalmente, pero si nos permite crecer como nación. ¿A quien puede entonces interesarle crecer como nación, si la carrera es individual?
Con todo me quedo con mi chilito lindo, lo que no quita que debamos empezar a salir de esta cultura que nos retiene. Los festejos del bicentenario no son sino reflejo de lo que somos, son fiestas de celebración donde lo que queda es el goce individual, no es una celebración colectiva, aunque sea masiva, con un resultado patrimononial colectivo. Hace 100 años no era así, porque hoy día todavía podemos gozar del resultado colectivo de ese entonces. Esa es la medida de nuestra evolución.
Hemos evolucionado hacia una cultura individualista, con valores tradicionales, un modo de vida moderna donde prima la acumulación de “cosas”, estamos en la etapa de abastecimiento, de consumo, al mismo tiempo que una etapa de conservación de los valores que más apreciamos. A pesar de todo lo que se dice la velocidad de cambio valórico en Chile es mucho más lenta que su capacidad de crecer económicamente, produciendo un desface y tensión en su evolución. El cumpleaños del siglo nos pilla echándole agua a la sopa esperando que no se note. Ese es mi “Chilito Lindo”.