En gran medida, el camino al desarrollo pasa por facilitar que los trabajadores migren hacia las actividades y sectores más dinámicos en generación de valor. Para esto, necesitamos disminuir los costos asociados a la movilidad.
El 21 de mayo recién pasado, el Presidente Piñera afirmó que “antes que esta década concluya, Chile habrá alcanzado el desarrollo y superado la pobreza”, agregando que se tratará de “un desarrollo integral, que traerá oportunidades de progreso material y espiritual para todos sus hijos, como nuestra patria no ha conocido jamás”.
Algo parecido prometió el Presidente Lagos en su primer discurso ante el Congreso, el 21 de mayo del 2000: “llevar a Chile al máximo de sus posibilidades para tener en el 2010 un país plenamente desarrollado e integrado”.
Sin ningún temor a equivocarnos, podemos afirmar que dicha meta no se cumplió y que el desempeño de nuestra economía, en promedio durante la década pasada, fue bastante pobre: un crecimiento del PIB bajo el 4% anual y gran parte del sector productivo funcionando con tecnologías atrasadas, en actividades de baja productividad; sólo un sector reducido del aparato productivo se ha insertado con éxito en la globalización; persisten desigualdades inaceptables y está aun pendiente la tarea de superar la pobreza.
Es evidente que la década pasada fue particularmente dura para la economía mundial y que Chile, con una economía pequeña y abierta, no tuvo muchas posibilidades de sustraerse a un escenario generalizado de alta complejidad, en el que convergieron tres crisis simultáneas: energética, financiera y medioambiental.
[cita]En gran medida, el camino al desarrollo pasa por facilitar que los trabajadores migren hacia las actividades y sectores más dinámicos en generación de valor. Para esto, necesitamos disminuir los costos asociados a la movilidad.[/cita]
La pregunta que podemos hacernos es: la promesa del desarrollo en “versión 2.0” del Presidente Piñera, ¿está condicionada a que tengamos un escenario externo favorable? Si es así, lo más probable es que, nuevamente, nos quedemos en el intento y en las justificaciones ex post. Lo más esperable es que esta economía globalizada, junto a las innumerables ventajas que nos ofrece, va a seguir siendo muy difícil de regular. Las crisis serán recurrentes y nos sorprenderán una y otra vez. Ese es el dato: el que quiera saltar al desarrollo, debe hacerlo en un marco de permanente incertidumbre y encontrar allí sus oportunidades.
El “salto al desarrollo” no consiste en crecer varios años a tasas elevadas haciendo más de lo mismo, beneficiándonos de la buena suerte de un período de bonanza económica global. Lo que nos muestra la evidencia internacional es que se trata de un proceso difícil y complejo que requiere tomar riesgos, hacer apuestas acertadas y también estar dispuestos a pagar costos.
En relación a las apuestas, parece difícil que podamos construir el desarrollo sobre bases sólidas si no aumentamos de manera sustantiva la productividad de nuestros factores económicos y para ello debemos invertir. Sin embargo, esto no es suficiente.
Parece necesario asegurarnos que una porción significativa de la nueva inversión se hará en I+D y en capital humano. La I+D es lo que nos permitirá diversificar nuestra producción, accediendo a mercados más amplios, en los que se compite por generación de valor al cliente y no sólo por bajos costos. Pero si esto no se acompaña de una verdadera revolución en materia de desarrollo de capital humano, simplemente “no nos dará el ancho”. Más allá de las consabidas necesidades de mejorar la educación escolar, Chile requiere de un sistema de aprendizaje permanente, que comience en la educación parvularia y continue ininterrumpidamente… ¡por toda la vida! Lo que la literatura especializada denomina “Long life learning”, con trayectorias de formación que permiten a las personas ir adquiriendo las competencias laborales en la medida de las oportunidades de empleo que surgen en los sectores más dinámicos de la economía.
Lo anteriormente expuesto es, posiblemente, ampliamente compartido. Lo que no lo es tanto es lo que se refiere a los costos que hay que asumir. Es impensable que construyamos las bases de una economía desarrollada sin realizar sacrificios. En algún momento hay que definir los costos, quiénes los asumen, por cuánto tiempo y cómo se les compensa.
El primer sacrificio o costo, consiste en ahorrar. Siendo éticamente impresentable y políticamente inviable disminuir el gasto social, será necesario recurrir a fórmulas mixtas que consideren austeridad y aumentos en la eficiencia del gasto fiscal, ahorro externo y también, posiblemente, mayores cargas tributarias a las grandes empresas y a las personas de mayores ingresos. Todo esto acompañado de políticas macroeconómicas que eviten que los períodos de crecimiento acelerado, como el actual, desencadenen aumentos explosivos en los niveles de endeudamiento de las personas.
Otro costo o sacrificio a explorar es político: se refiere a lograr mayores niveles de flexibilidad laboral. En gran medida, el camino al desarrollo pasa por facilitar que los trabajadores migren hacia las actividades y sectores más dinámicos en generación de valor. Para esto, necesitamos disminuir los costos asociados a la movilidad, tanto para las personas como para las empresas. Un diseño equilibrado puede evitar que el costo de la flexibilidad sea asumido por los trabajadores. Al contrario, es perfectamente posible pensar en una flexibilidad “pro trabajador”, en el que la capacitación, la adecuada certificación de competencias laborales y un buen sistema de intermediación laboral permitan multiplicar las oportunidades de acceso a mejores empleos.
Curiosamente, el factor crítico para lograr dar estos pasos no es de naturaleza económica, ni tecnológica, sino política. Un buen funcionamiento del Estado y de los mercados depende, fundamentalmente, de la cohesión social y de la confianza en torno a un proyecto y a sus liderazgos. Sólo ese elemento solidario permite asumir costos personales y grupales, en pos de un bien común.
Para esto, Chile necesita soñar no sólo con un mejor “nivel de vida”, sino también con un “modo de vida” más humano, con más sentido de comunidad, más ético y más épico.
Es responsablidad de todos que la celebración del Bicentenario nos convoque a algo más que duplicar el PIB, sino también a construir un Desarrollo que fortalezca nuestra condición de comunidad de personas.