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Libertad de expresión ¿quién tiene la razón?

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Teresa Marinovic
Por : Teresa Marinovic Licenciada en Filosofía.
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Hacer una parodia de Allende en la que se exagerara su afición al trago y a las mujeres me parecería chabacano y ofensivo. Pero si esa misma parodia mostrara a Allende como pedófilo, ya no habría exageración sino distorsión de la realidad.


Hace poco escribí una columna titulada ‘Mapuches malcriados’. Los que la leyeron ¡hasta mis amigos! consideraron que había abusado de mi libertad de expresión. Es verdad que las ideas expuestas en ese texto no representan más que a la mitad del país, pero eso no justifica un repudio unánime de mi texto. Quizá la reprobación haya tenido que ver con la forma en que fue escrito.

La cosa es que ese repudio me permite escribir hoy con la tranquilidad de que lo que diré, a propósito de la libertad de expresión, será materia de amplio consenso. Porque aparentemente todos estamos de acuerdo en que la libertad de expresión tiene límites y sobre todo, en que esos límites rigen también para el humor (aunque yo sería bastante más estricta que la mayoría al momento de conceder que algo pertenece a ese género).

Lo difícil es marcar el límite en un caso concreto. Por ejemplo: yo considero que llamar ‘malcriado’ a un delincuente es bastante suave porque asocio ese adjetivo a la inocencia de la infancia. Otros lo consideran ofensivo. ¿Quién tiene la razón?

[cita]Hacer una parodia de Allende en la que se exagerara su afición al trago y a las mujeres me parecería chabacano y ofensivo. Pero si esa misma parodia mostrara a Allende como pedófilo, ya no habría exageración sino distorsión de la realidad.[/cita]

Justamente ayer hablaba sobre los límites del humor con un amigo liberal, tan liberal que no parece de izquierda; me decía que el humor es una creación cultural que está fuera de toda norma moral. Según él, el hecho de querer decir algo legitima cualquier forma que uno elija para hacerlo. Dos ideas conocidas; la primera, el fin justifica los medios; la segunda, el significado de una creación cultural depende sólo de la intención de su autor.

Yo, en cambio, no estoy tan segura de que el humor sea un recurso moralmente neutro. Tengo hartos hijos en edad escolar y me consta que el humor puede ser bastante cruel. Recuerdo a uno que sus compañeros llamaban el Pimienta, por negro, chico y picante.

Tampoco me convence eso de que cada uno determine el significado de lo que dice o hace. “Mamá, no estoy ensuciando la pared, estoy pintando”. Por lo demás, Wittgenstein ya habló de la imposibilidad de los lenguajes particulares.

Por eso, soy bien estricta con mis hijos y en su educación trato de poner algunos límites al humor como forma de creatividad infantil y para qué decir al relativismo de los significados.

Lo primero que les digo es que el humor no puede ser mentiroso. Como conservadora que soy, hacer una parodia de Allende en la que se exagerara su afición al trago y a las mujeres me parecería chabacano y ofensivo. Pero si esa misma parodia mostrara a Allende como pedófilo, ya no habría exageración sino distorsión de la realidad. De lo discutible se pasa entonces a lo inaceptable.

Lo otro que les digo a los niños es que el humor no puede ser irrespetuoso. Por último, porque así les impongo un desafío intelectual mayor.

La cosa no es tan difícil, pero para entenderla hay que salirse de la lógica de que mi libertad termina donde empieza la de otro. No se trata de eso. Los límites de la libertad de expresión no están dados por la sensibilidad de otro ante lo que yo digo (de lo contrario, se podría decir que está muy bien que todos se rían del tontito del curso, porque el tontito se ríe con ellos sin darse mucha cuenta de lo que pasa).

El problema de fondo es cómo se usa la libertad y cuál es la importancia que institucionalmente se le da, en una democracia, al tema del respeto.

Ahora, si de mí dependiera y fuera parte del CNTV, la sanción habría sido por estupidez, pero ese derecho goza de suficientes garantías en nuestro país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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