El conflicto de interés de Piñera ha sido discutido hasta el cansancio y él también pensó que la gente se cansaría de escucharlo, hasta dejar de oírlo. Estaba ocurriendo, hasta ahora. Esa estrategia también es parte de esa cultura cínica a que aludía al principio. Todo pasa, nada importa de verdad. Pero, además, esto tomó el cariz de la venganza. Piñera cobró los desaires de Bielsa y las quejas de Mayne-Nicholls porque hayan sido invitados públicamente a La Moneda.
Un amigo mío, Mauricio, nos dijo una vez, cuando veíamos un partido, con ese tono entre medio pesimista y medio en broma que a ratos se apodera de nosotros, que los chilenos éramos igual de fanáticos para el fútbol que los argentinos y que la única diferencia era que ellos son mejores para la pelota que nosotros. Nos reímos como cuando nos gusta reírnos de nuestras tragedias, con cierta resignación e impotencia.
Me acordé de ese momento, porque su frase me hace eco en varios sentidos: nuestra pasión por el fútbol afloró como indignación generalizada ante la renuncia de Bielsa y la noté en la desazón que tenía con quien uno hablara y, al mismo tiempo, sentí que al final nuestro fútbol se pierde en la mediocridad, a pesar de tener jugadores con talento, por la pequeñez y la corrupción de sus dirigentes. Pero esta vez, además, apareció la mano negra de la intervención política y el abuso de poder para urdir una venganza.
No soy un especialista del fútbol. Yo soy un hincha, que como muchos imaginé ser un jugador “cuando grande”. Yo quería ser arquero; y sigo siéndolo cada vez que juego. Pero después volqué mi pasión a la política. Y, por lo tanto, no escribiré tanto sobre qué pierde nuestro fútbol al dejar ir a Bielsa y permitirnos volver a las viejas prácticas de nuestros clubes. Otros hablarán con más propiedad de eso. Lo que me da vueltas es qué perdimos como sociedad en todo este torbellino.
Lo más irritante de este episodio es la expresión cruda y desnuda de poder que hemos visto. Es el comportamiento típicamente cínico de que el interés propio, la conveniencia de cada quién, sea cuál sea su fundamento, se arguye con total desfachatez. La lógica que encarnó Segovia fue muy simple: las prioridades de la selección estaban afectando los intereses de los clubes; los clubes “grandes” articularon a la oposición porque estaban siendo menoscabados en sus aspiraciones y varios de los clubes “chicos” se sometieron sin pudor a la subasta del mejor postor, esto es, definieron su juego según la regla de “cómo voy ahí”.
La parodia de Daniel Alcaíno, encarnando a “Peter Veneno” como candidato a la ANFP, en la que aparece apoyado por varios clubes con pinta de mafiosos, a los que les agradece su apoyo repartiéndoles billetes, es la caricatura que todos tenemos en la retina. A Segovia le va a costar mucho sacarse la imagen de que es otro Miguel Nasur y, sobre todo, de que responde a esa mentalidad.
[cita]El riesgo para Piñera, obviamente, es que si la Selección tiene un revés en la Copa América o en otros partidos, la responsabilidad va a recaer directamente en él. En vez de ir a celebrar en la Plaza Italia, los hinchas van a terminar protestando frente a La Moneda.[/cita]
A algunos dirigentes este juicio les importa un rábano. Ya han perdido el honor y, por lo tanto, una descalificación más o una menos les resbala. Otros derechamente no la ven. Creen que esta crisis va a pasar, que rápidamente va a quedar en el olvido y que, probablemente, un par de triunfos van a dar vuelta la página. Yo creo que no se dan cuenta que la sociedad chilena hoy tiene otros estándares de transparencia, es más compleja e ilustrada en su lectura de lo que ocurre y tiene un cansancio vital con ese ejercicio del poder desprovisto de valor y de sentido.
Aventuro una interpretación política ligada a este rasgo: Chile se cansó del ethos en que degeneró la transición, esto es, de los cálculos pragmáticos de poder, de las camisas de fuerza en que se transformaron las transacciones y de los juegos de apariencias que rodean la idea de “bajarle el perfil” a todo aquello que sea incómodo. Hay algo más adulto en el clima del país, que se atreve a mirar los problemas, que ya no tolera la mediocridad y el oscurantismo y que respeta las convicciones.
Esa mirada está detrás del respeto que genera “Educación 20-20”, de la legitimidad que alcanzan algunos movimientos ambientales e indígenas, del aprecio que genera la excelencia en el rescate a los mineros y por qué nos emociona la ética de una serie como “Los ‘80”.
Este crudo ejercicio de poder de los clubes choca con ese ethos ciudadano.
Mi percepción es que la contracara de ese poder desnudo es la impronta de Bielsa, y por eso él genera aprecio y respeto. Mi sensación de dolor por el país es que esta derrota nos priva del cultivo de los valores que él movilizaba desde su liderazgo. Cuando lo escuchaba en su conferencia de prensa del miércoles sentí admiración por su modo de pensar, por la mezcla intelectual que trasunta, por su rigor personal y la integridad con la que enfrentó la situación. Se mueve desde una convicción y asume sus costos. Es un estoico.
Lo que más valoro de Bielsa, y aquello que siento que el país pierde, es la primacía del rigor, del gusto por el trabajo bien hecho y el cultivo de la excelencia. La penetración en la cultura popular de esas virtudes es un capital social muy significativo. Es un valor de sociedad, que por cierto también supone una exigencia. Su tensión y su angustia de cada partido eran las señas de que la excelencia supone un esfuerzo, un sacrificio. Su liderazgo contagiaba ese espíritu.
A ratos, en su conferencia de prensa, Bielsa se desesperaba por no poder ser preciso, por no encontrar un papel, por enredarse en algo que trataba de explicar. Es un rasgo que no deja de ser singular. Recordé una conferencia de Jorge Luis Borges sobre la ceguera que vi hace poco en youtube, que dictó en el Teatro Colón el año ’77. Hubo un par de momentos, uno bien al principio, en el que Borges se turba, se le olvida una palabra, tiene un breve silencio y una expresión de desespero cruza su cara, hasta que la recuerda y sigue. Retuve esa actitud, me impresionó. La excelencia tiene algo de esa angustia vital.
El espíritu “chanta”, por el contrario, tiende al relajo, a que si sale mal o más o menos no es grave. Nada es grave. A lo Barros Luco, todo se arregla solo o no tiene arreglo. La consigna de que va a dar lo mismo que se vaya Bielsa, porque va a venir otro técnico, descuida esencialmente el valor de las virtudes asociadas al liderazgo que él estaba ejerciendo. Vale decir, lo que se instala es la idea de que da lo mismo la excelencia, porque el poder por el poder igual la atropella y en el fondo la desprecia. Es como cuando un joven me decía “para qué voy a estudiar, si después igual voy a estar cesante”. Si no nos indignamos ni nos desesperamos con esto, la retórica política queda en palabras huecas.
Mi impresión, definitivamente, es que Bielsa asumió que Mayne-Nicholls iba a perder y prefirió despedirse antes de su derrota. Fue un modo de fijar su posición desde la libertad que otorga hablar sin los resultados sobre la mesa, sin los hechos consumados. Asumió que la concepción de la nueva directiva iba a chocar con su proyecto y su autonomía, y adelantó su juego, anticipó su salida.
Mayne-Nicholls y Bielsa pagaron los costos de provocar un cambio. Mirado desde afuera, sin embargo, queda la impresión de que ellos se movían desde una especie de Despotismo Ilustrado, algo distante, con poco diálogo, con poca persuasión y desde el prejuicio o el miedo a que la cercanía podía transmitir debilidad.
Esa tentación es muy propia de organizaciones basadas en los intereses, que tienden a crear climas de suspicacias y desconfianzas. La competencia predomina sobre la cooperación. Las sociedades anónimas están profundizando ese fenómeno.
Lo que ocurrió ahora agrava las cosas, porque esta tentación al orden desde arriba, desde la imposición y la rudeza para contener las disputas de intereses, fue reemplazado por el poder de los clubes dominantes, que cooptan a otros más pequeños con retribuciones menores, aunque importantes para ellos, porque al menos les garantizan la posibilidad de existir. El “Despotismo Ilustrado” fue reemplazado por la Oligarquía. Esto es más viejo que el hilo negro. Heródoto contaba una historia no muy distinta, famosa en la literatura política, sobre los magnates de Persia que se pusieron de acuerdo para ir al Palacio de los magos gobernantes, que eran un tipo de teocracia, y matarlos a todos para asumir ellos el poder. Suena parecido, ¿no?
El peligro de ahora es que el privilegio de los clubes por sobre la selección termine debilitándola y, luego, la primacía de los “clubes grandes” termine ahogando un campeonato ya débil. Yo soy hincha de Colo-Colo, podría no quejarme. Pero mi punto es que mi Colo-Colo difícilmente va a lograr éxitos internacionales con un campeonato tan rasca. Ganar y ganar campeonatos para después pasar vergüenzas internacionales no me está gustando. Y, digámoslo claramente, Blanco&Negro no ha demostrado un plus real para Colo-Colo. Después de la final de la Libertadores del ’73, Colo-Colo demoró 18 años para ganar la Libertadores del ’91. Ahora vamos a cumplir 20 años desde ese éxito. Es decir, están fuera de plazo; están muy en deuda.
Piñera se enredó en todo este conflicto. Hermógenes Pérez de Arce hizo una denuncia que no fue desmentida. La pobre Ena Von Baer sólo pudo decir que el gobierno no se hacía cargo de especulaciones; esto es, no lo desmintió. Y, como reza el viejo dicho, el que calla otorga. Oras versiones involucraron a Ruiz-Tagle y ahora Felipe Bianchi asevera que tiene antecedentes o fuentes confiables de la intervención del gobierno.
El conflicto de interés de Piñera ha sido discutido hasta el cansancio y él también pensó que la gente se cansaría de escucharlo, hasta dejar de oírlo. Estaba ocurriendo, hasta ahora. Esa estrategia también es parte de esa cultura cínica a que aludía al principio. Todo pasa, nada importa de verdad. Pero, además, esto tomó el cariz de la venganza. Piñera cobró los desaires de Bielsa y las quejas de Mayne-Nicholls porque hayan sido invitados públicamente a La Moneda.
El anuncio de la remodelación del Estadio Sausalito en los mismos momentos en que se estaba votando en la ANFP no tiene salidas positivas para Piñera: si efectivamente era una señal para Everton y para todos los que los que votaran por Segovia de que iban a ser apoyados por el Gobierno, es una falta de pudor que raya en la ausencia de límites; y si es una mera coincidencia de agenda, revela una falta de tacto, criterio y sentido común, que raya en la estupidez.
Esa imagen cristalizó la idea de la intervención, le dio veracidad, como si fuera una prueba pública.
El riesgo para Piñera, obviamente, es que si la Selección tiene un revés en la Copa América o en otros partidos, la responsabilidad va a recaer directamente en él. En vez de ir a celebrar en la Plaza Italia, los hinchas van a terminar protestando frente a La Moneda.