En dos de los set de cables revelados sobre Chile por Wikileaks se alude a las convicciones políticas de los medios de comunicación, especialmente a la de los diarios. El primero tenía que ver con el conflicto mapuche y el segundo con la relación que la prensa tendría con el entonces candidato a la presidencia, Sebastián Piñera. En ambos casos, lo que se da a entender es que el color político de los medios distorsiona la realidad o, al menos, la interpreta arbitrariamente.
Si analizamos esto lejos de las trincheras, no hay mucha novedad. Se refuerza algo que todos sabemos o intuimos. Sabemos que los dos grandes diarios nacionales fueron opositores (a veces pasivos, a veces más activos) a la Concertación durante 20 años y sabemos que ambos eran (con las diferencias que todos conocemos) pro Alianza por Chile para la última elección. La gran diferencia entre ambos se ha dado desde 1999 en temas principalmente valóricos: a diferencia de El Mercurio, La Tercera estuvo a favor de ley de divorcio, apoyó la entrega de la píldora del día después, no dejó fuera a los movimientos ambientalistas de sus páginas y estuvo por discutir entregarle salida al mar a Bolivia. Es decir, siendo ambos de derecha, La Tercera ha representado posiciones más liberales. Probablemente hoy ese escenario no es el mismo de hace un par de años, pero de todas maneras aún mantiene diferencias importantes con su principal competidor.
El resto de los medios está más distribuido políticamente. En la TV hay posiciones más plurales y en las radios es posible encontrar todos los colores políticos. La web también se ha convertido en un escenario de mayor diversidad ideológica y Twitter el encargado de ampliar el debate. Se dirá que el escenario de la TV, con la comprar de Luksic de Canal 13, puede cambiar. Es verdad, pero la TV digital ampliará esas fronteras. O debiera.
Entonces: ¿qué tan importante es que los medios tengan líneas editoriales marcadas (y no inclusivas) para el resto de la sociedad? Es ésta una discusión eterna que no se resolverá en una columna, menos acá. Pero si es importante destacar que en general la literatura y los críticos tienden a subvalorar la inteligencia de las audiencias.
Tanto en la encuesta nacional ICSO UDP como en la de Pluralismo hecha por Periodismo de la UDP y Feedback, es posible apreciar que la gente no sólo identifica a los medios (diarios y TV) con un color político, sino también si son liberales o conservadores. Esa misma audiencia es capaz de reconocer, por ejemplo, que en los diarios están poco (o nada) representados las minorías sexuales, los mapuches, los evangélicos y algunos inmigrantes. Además, los consultados creen que los diarios son proclives a los empresarios y a las autoridades políticas. Es decir, la gente conoce y sanciona (en algunas ocasiones) la omisión.
David Carr, analista del New York Times, dice en una de sus columnas sobre Wikileaks que “los medios suelen intentar hurgar información de fuentes no oficiales, pero funcionan bajo la idea de que un Estado es legítimo y que tiene derecho a algunos secretos”. Por lo mismo, no se trata de mirar a los medios con complacencia, pero si con una mirada más realista de lo que realmente son. Ni siquiera los medios estadounidenses, que en general sirven de ejemplo a los puristas, han sido tan transparentes y muchas veces han defendido los intereses de sus accionistas o de terceros y no los de sus lectores.
Está claro que en Chile hay mucho que avanzar, pero eso no quiere decir que los medios pierdan su perfil político. Los medios deben avanzar precisamente en lo que muestra Wikileaks: transparencia. Para empezar, los diarios deberían precisar cuál es su candidato en cada elección presidencial, quiénes son parte de su comité editorial, recordar las empresas asociadas a sus principales accionistas cada vez que aparecen en una noticia vinculada con sus intereses y también se debe señalar en las editoriales cuando correspondan. Por supuesto, que los diarios deberían tener defensores de lectores activos y punzantes. Siempre quedará algo en el cajón de los secretos, pero el lector debe tener la información suficiente para premiar o castigar en justicia.
(*) Columna publicada en El Dínamo