Aprovechando mis vacaciones en el Sur de Chile, estoy leyendo Historia de un conflicto. El Estado y los mapuches en el siglo XX, de José Bengoa. Una obra altamente recomendable para comprender las raíces del conflicto abierto entre Chile y el pueblo mapuche, escrita desde la «mirada de ‘un amigo de los mapuches’ sobre los mapuches», como describe Bengoa en la presentación. Un relato que busca, permanentemente, el punto de equilibrio al narrar como la sociedad chilena -su Estado, para ser más exacto- ha sido en buena medida causante del conflicto por ignorancia, desidia y, en alto grado, una torcida voluntad al relacionarse con el pueblo mapuche.
Son varios los pasajes reveladores del libro, pero cuando se adentra en explicar cómo los mapuche se han relacionado con la política nacional, hay algunas reflexiones de singular claridad. Comparto un extracto, que pese a los más de diez años transcurridos desde que fue escrito, sigue plenamente vigente y que sin duda ayuda a entender que no es fácil etiquetar a un movimiento con categorías que le son ajenas:
Al leer la historia moderna de los mapuches, uno tiene la impresión que los indígenas chilenos han tratado de obtener sus objetivos de dignidad y desarrollo por todos los caminos posibles. Sobre todo, han tratado de hacerse entender. Han buscado «plataformas de comprensión» con la sociedad chilena. Han tratado de «traducir» sus aspiraciones en imágenes y lenguajes comprensibles para el resto de los chilenos. Cuando en las organizaciones populares de comienzos de siglo se utilizaba el concepto de «sociedades», ellos formaron sus propias «sociedades», la Sociedad Caupolicán, la Sociedad Galvarino y numerosas otras. Al hablarse en el país de «frentes», ellos formaron sus propios frentes, el Frente Único Araucano que hemos mencionado. Al hablar de «corporaciones de desarrollo», hicieron lo propio, creando la Corporación Araucana. Ha sido la necesidad de establecer una comunicación comprensible con la sociedad. Mostrar que existen puentes por los cuales se puede transitar. Ha sido, desde mi punto de vista, un esfuerzo extremadamente frustrante para los dirigentes indígenas. Ellos siempre han buscado a través de los métodos más diversos, de nombres cambiantes, la dignidad mínima para su gente, el respeto, la abolición de la discriminación. No lo han logrado. Han visto una sociedad cerrada, inflexible, racista, incapaz de escuchar sus palabras.
Se han encontrado, por lo general, con la sonrisa bobalicona de los políticos, que los miran con paternalismo y cara de simpáticos. Han visto una y otra vez que el candidato se pone el poncho de cacique, un poco incómodo, sintiéndose un poco ridículo, pero pensando en los votos, sonríe para la foto y hasta agarra una ramita de canelo y da unos pasos absurdos de baile alrededor del Rehue. La sociedad chilena y en especial la sociedad política no ha tomado en serio a los mapuches y sus intentos de «integración respetuosa».