Los marginales son invisibilizados o estereotipados, como lo hizo el diputado Marco Núñez, quien también llamó “vendedores de chocopandas” a los hinchas de Colo-Colo que pertenecen en su mayoría a los sectores pobres del país.
Un colegio es acusado de no renovar la matrícula de uno de sus alumnos por su aspecto “flaite” y un diputado les dedica el último triunfo de la «U» a los hinchas de Colo-Colo, tratándolos de “lumpen proletariado pinochetistas”.
Mientras en las democracias modernas se intenta establecer una cultura de la no discriminación, una institución educacional y una autoridad de la República denigran a las personas por su manera de vestir o por su origen social. Ambos hechos esconden uno de los graves problemas que afecta a la sociedad chilena: su exacerbado clasismo y segmentación.
Sabemos que en Chile importan el apellido, la billetera del papá, el colegio del que egresaste, la red de contactos, el color de los ojos o el barrio en el que vives. Con estas categorías adscriptivas se determinan las posiciones en la estructura social, donde muy pocas veces hay espacio para la meritocracia o la diversidad.
Un reciente estudio del Centro de Investigación Avanzada en Educación de la Universidad de Chile (CIAE) indica que nuestro país es uno de los con mayor segregación socioeconómica en las escuelas. Lo anterior demuestra que la desigualdad incuba poderosos procesos de exclusión en todos los ámbitos, afectando la cohesión social.
[cita]Sabemos que en Chile importan el apellido, la billetera del papá, el colegio del que egresaste, la red de contactos, el color de los ojos o el barrio en el que vives. Con estas categorías adscriptivas se determinan las posiciones en la estructura social, donde muy pocas veces hay espacio para la meritocracia o la diversidad.[/cita]
La exclusión no es sólo la manifestación de la carencia material, sino también la marginación de los procesos de construcción simbólica. Las clases privilegiadas concentran las posibilidades para desarrollar a sus miembros y salvaguardar sus intereses. Según Weber, la clase social se relaciona con el estatus, es decir, señala quiénes son los que ordenan y quiénes los que obedecen. Por eso, la injusta distribución de la riqueza es también un problema de distribución de poder al interior de la sociedad.
La clase es, además, un signo de identidad y pertenencia a una comunidad. La elite se sostiene en la endogamia, reproduciendo los estilos de vida, las condiciones económicas, los privilegios y las oportunidades. Los marginales son invisibilizados o estereotipados, como lo hizo el diputado Marco Núñez, quien también llamó “vendedores de chocopandas” a los hinchas de Colo-Colo que pertenecen en su mayoría a los sectores pobres del país.
La frase del parlamentario PPD puede ser un desatino propio de la pasión del fútbol y de los 140 caracteres de twitter, pero de todos modos manifiesta que quienes detentan el poder no pierden la oportunidad de enrostrarlo a quienes están marginados de él. Además el diputado enfatizó que él representa a la “clase media intelectual”. Así, la clase y el estatus -siguiendo a Weber- se hacen evidentes.
Una cultura tolerante y antidiscriminatoria está asociada a la igualdad de derechos, a la inclusión social y al reconocimiento en la diferencia, entre otros aspectos. Una sociedad democrática debe respetar a sus individuos y entregar posibilidades justas para su desarrollo.
Sin embargo, la sociedad chilena es estratificada, rígida y castiga a los que parecen distintos. Todavía muchos quieren “pitearse un flaite” o reírse del origen social de los hinchas del equipo adversario.