Si su vecino le dice que “después de Dios” la familia es lo más importante, o que el matrimonio “como debe ser” es “entre un hombre y una mujer”, unidos “para recibir los hijos que Dios nos mande”, nadie dudaría que está en su sano derecho. Si el que se lo está diciendo es el presidente del país, y no en una ocasión privada sino que durante una ceremonia pública, es definitivamente grave. Si además el presidente no duda en presentarse a sí mismo como parte de una nueva derecha moderna y liberal, no es sólo grave, sino un sinsentido. Me explico.
El presidente Piñera es el máximo representante democráticamente elegido de un Estado laico. Y su apelación a Dios tiene por objeto la definición prescriptiva de una institución social: lo que debe ser el matrimonio. Pero si un representante de un Estado laico apela a (algún) Dios para otorgarle contenido normativo a proposiciones a favor o en contra de alguna ley, normativa o política pública –y no sólo refiere a él en frases coloquiales del lenguaje ordinario del tipo “gracias a Dios”– está violando la separación entre la iglesia y el Estado. Mediante el uso (indebido en este caso) de su cargo y de los diversos poderes que conlleva, no sólo está avanzando la agenda de una religión, sino que está utilizando a la religión como fuente legitimadora de su posición y así de las leyes, normativas o políticas públicas correspondientes. Esto es inadmisible: no sólo está socavando la estructura de un Estado laico. Por encima de esto, está violando el respecto debido a los ciudadanos en cuanto libres e iguales.
[cita]Las reiteradas referencias del presidente Piñera a su Dios, nos indican, o que el presidente no es tan liberal como se esforzó en hacernos creer durante su campaña[/cita]
¿Está en desacuerdo? Imagínese que durante sus pocas horas de sueño el presidente hubiese tenido una revelación similar a la que habría tenido Joseph Smith (fundador de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días), y en su discurso del 21 de mayo hubiese afirmado que Dios ha ordenado a su pueblo vivir en matrimonios múltiples (entendiéndose por esto que un hombre puede contar con más de una mujer) para así alcanzar el más alto de los cielos, y que está revelación guiará la agenda valórica del gobierno. Más allá de la sorpresa de su propia esposa –que seguramente no sería mayor que la de Emma Smith, la esposa de Joseph Smith, quien hasta el fin de sus días negó que su esposo hubiese tenido esta revelación– resulta evidente que el presidente estaría violando gravemente la igualdad y la libertad de los ciudadanos. La igualdad, porque la opinión de los elegidos (los que tienen el credo verdadero) valdría más que la de los otros. La libertad, porque las leyes, normativas y políticas públicas que resultasen de esta agenda valórica restringirían el marco de libertad de algunos (por ejemplo de las mujeres) por referencia a una creencia religiosa. ¿Cambia acaso en algo la apreciación de los hechos el que más del 60% de los ciudadanos afirme compartir la creencia en el Dios del presidente?
Ciertamente, la separación entre la iglesia y el Estado puede ser entendida de modos diversos. Pero la posibilidad de estructurar interpretaciones liberales no es infinita.
Un primer principio (no exclusivamente liberal) a la base de la separación es la tolerancia. El respeto a la libertad religiosa implica aquí que el Estado debe permitir la práctica de toda religión. Al menos la protección de la libertad de creencia (la prohibición de inculcar creencias religiosas por la fuerza), de la libertad de culto, a participar en las prácticas de la religión, y a transmitir estas creencias a los propios hijos. Este entendimiento no implica firmar un cheque en blanco para las religiones. Desde una perspectiva liberal hay derechos y libertades fundamentales que deben ser protegidos. Por tanto, el Estado puede intervenir legítimamente en aquellas prácticas religiosas que violen los derechos de otros, que pongan en peligro la salud pública o la paz social. Importante como sin duda lo es, este principio no garantiza que el Estado no privilegie a una religión por sobre otra.
Un segundo principio a la base de la separación que si busca esta garantía es la igualdad entre las religiones. Al otorgar un estatus especial a una o algunas religiones se establecen privilegios. Por ejemplo en el acceso a cargos y bienes. Pero incluso si el estatus especial no está vinculado a privilegios legales, estatus especiales (por ejemplo, invitaciones a los representantes de una o algunas religiones a actos públicos o gremios de consulta) continúan privilegiando a ciertas religiones y discriminando a otras en el imaginario social simbólico. La igualdad entre las religiones debe garantizar que ninguna religión sea privilegiada por sobre otra. Ya por referencia a este principio las reiteradas referencias del presidente a su Dios violan la tesis de la separación entendida de un modo liberal.
Pero esta violación va todavía más allá. En sentido estricto, la protección de la libertad religiosa debe incluir la libertad para rechazar puntos de vista religiosos. De este modo, si un Estado expresa preferencia por todas las instituciones religiosas o por la religiosidad, desventaja a todos aquellos que la rechazan. Así surge presión para adoptar una religión o seguir ritos religiosos en espacios públicos. Esta presión puede llegar a infringir de un modo importante la libertad religiosa que un Estado liberal debe proteger (por ejemplo, al considerar como válidas sólo las razones religiosas en procesos de objeción de conciencia), y tiende a disminuir el poder de los individuos no religiosos cuyos puntos de vista suelen no ser debidamente considerados. Como le resultará evidente a cualquier ciudadano de nuestro país, en una sociedad en la que el Estado manifiesta preferencia por las religiones o la religiosidad, es más difícil rechazar los puntos de vista religiosos. Lo que el Estado liberal debe garantizar es neutralidad hacia la religión. Evidentemente, el presidente Piñera es tan poco neutral hacia la religión como lo puede ser un miembro de Los de Abajo hacia el fútbol.
Independientemente de lo que piense acerca del así llamado matrimonio homosexual, si usted es representante de un Estado laico no puede recurrir a su religión para justificar o darle peso a sus puntos de vista en la discusión pública. Las reiteradas referencias del presidente Piñera a su Dios, nos indican, o que el presidente no es tan liberal como se esforzó en hacernos creer durante su campaña. O que en tanto estratega político en una situación evidentemente frágil está dispuesto a hipotecar sus principios (o ponerlos entre paréntesis) para hacer guiños a los más conservadores de la Alianza y así alcanzar objetivos políticos –pero si es así, sería más productivo que jugara con las cartas abiertas. O que el presidente no entiende nada de estas cosas o no le interesan. Probablemente es una mezcla de todos estos factores.