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El sueño de un contador auditor neoliberal

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Cristián Fuentes V.
Por : Cristián Fuentes V. Académico Escuela de Gobierno y Comunicaciones UCEN
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Si usted asegura que no existe vida más allá de las rigideces macroeconómicas que aseguran un buen ambiente para los negocios. Entonces, lo siento, definitivamente usted no es de izquierda, ni de centro-izquierda, ni socialdemócrata, ni progresista. A lo más, podría ser un contador auditor convencido de sus utopías neoliberales.


Andrés Velasco y Francisco Javier Díaz acaban de “deleitar” a los asistentes a la reunión en Oslo (Noruega) del Policy Network, think tank del laborismo inglés, con un documento de pomposo título, llamado “Quince verdades políticas para la centro-izquierda”, en el que se atreven a aconsejar a la social democracia mundial como comportarse post crisis de 2008. Hay que reconocer que no se andan con chicas, ni se arrugan por cualquier cosa, nuestros mosqueteros del equilibrio presupuestario creen ser los defensores de una “conquista de la humanidad”, tal como decía hace unos años el ex Ministro Eyzaguirre. O sea, confunden medidas de prudencia contable con principios y valores trascendentes, como si fueran los protagonistas del sueño de un contador auditor, con todo el respeto que nos merecen estos profesionales.

Pero la experiencia indica que puede ser bueno tener déficit fiscal, que todo depende de las circunstancias. John Maynard Keynes recomendaba aumentar la demanda agregada, vía gasto público, para salir de la gran depresión de 1929. Y la receta resultó, inaugurando un período de prosperidad mundial que se prolongó por cuarenta años.

[cita]Si usted asegura que no existe vida más allá de las rigideces macroeconómicas que aseguran un buen ambiente para los negocios. Entonces, lo siento, definitivamente usted no es de izquierda, ni de centro-izquierda, ni socialdemócrata, ni progresista. A lo más, podría ser un contador auditor convencido de sus utopías neoliberales.[/cita]

Detrás de este verdadero esfuerzo evangelizador, adornado de diagnósticos con lenguaje izquierdizante, está el convencimiento de que el modelo no tiene la culpa, sino que fue mal aplicado. Antiguo resquicio del que rechaza su error a pesar de las evidencias. El neoliberalismo fracasó, aunque no quieran reconocerlo, y hoy se está discutiendo de nuevo la importancia del rol del Estado en la economía y en la provisión eficiente de bienes sociales que garanticen el bienestar de los ciudadanos, así como la necesidad de promover no solo la igualdad de oportunidades, sino que aquellas igualdades estructurales de las que depende la construcción de sociedades más justas.

Parece que los expedicionarios chilenos no advirtieron la presencia de Ed Milliban en la cita de Oslo, pues el líder de la centro-izquierda británica decretó la muerte del “new labour” y con ello reconoció la bancarrota de la “tercera vía”, impulsada por el ex Primer Ministro Tony Blair. Esta adaptación del esquema impuesto por Margaret Thatcher se concentró en iniciativas parciales, sin superar problemas de fondo tales como la enorme concentración de la riqueza, la precarización del empleo, el debilitamiento de los servicios públicos y la apertura indiscriminada a los capitales especulativos. Si a eso le agregamos la adhesión acrítica a las aventuras guerreras del ex Presidente Bush, el resultado fue la derrota electoral del laborismo y el inicio de un esfuerzo sincero por reconectarse con la sociedad.

Algo parecido sucedió con el naufragio de la “isla esmeralda” o del “tigre celta”, paradigma en que, para Velasco, Chile debía inspirarse. Irlanda pasó de ser uno de los países más pobres de Europa a una estrella emergente, gracias a la apertura a la inversión extranjera, como resultado de una disminución tributaria al borde de lo permitido por las instituciones europeas. Sin renunciar a los fondos estructurales de la Unión, Dublín estimuló el ingreso de conocidas empresas tecnológicas transnacionales pero, al mismo tiempo, fue generando una peligrosa burbuja inmobiliaria que terminó por estallar como consecuencia de la crisis global.

Como es su costumbre, la ortodoxia neoliberal intenta apagar el fuego con bencina, restringiendo el abultado déficit público con que se trató de impedir la recesión, mediante la reducción de los salarios, el aumento de los impuestos, salvo, obviamente el de las empresas, y la disminución de las prestaciones sociales, dejando intactas las ventajas de los bancos, principales culpables del desastre económico. Pero la política, que para nuestros neoliberales es una especie de animal salvaje siempre dispuesto a arrancarse de su jaula, está exigiendo otras prioridades, volviendo a animar el lado más progresista de la centro-izquierda.

En realidad, el entusiasmo por Irlanda escondía una crítica al modelo europeo, a un proceso de integración que se suponía cerrado, más proteccionista en relación al comercio mundial, con una exagerada carga tributaria, y un molesto Estado de bienestar que sería un freno para el crecimiento y un límite para la competitividad.

Por el contrario, Chile se insertaba solitario en la globalización, despegándose de proyectos regionales considerados ineficaces por su espíritu demagógico y su orientación populista, convirtiéndose en un ágil comerciante global, devoto del mercado, aunque atento a complementarlo con medidas estrictamente focalizadas para superar la pobreza, pero que dejan a la clase media librada a su suerte.

Nuestra pareja de cruzados prefieren condenar a los países en desarrollo a producir materias primas, aprovechando el alto precio de los commodities en el mercado mundial. Llaman a reinvertir las utilidades, a cuidar el gasto, a mantener bajos los impuestos y a alentar una promoción industrial 2.0 que suena a chiste sin las necesarias políticas para fomentar su desarrollo, o con royalties de broma como los que se aplican en Chile. Cuando pudo, Velasco no hizo nada para estimular la competencia, sino que protegió los poderes monopólicos que ahogan nuestra economía, por lo que su repentina preocupación al respecto se parece más a esa vieja frase que dice: “hagan lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.

Para ellos el progresismo se limita al medio ambiente, la igualdad de género, la transparencia y la rendición de cuentas. Visión bastante pobre y reduccionista para un programa que pretende representar los anhelos de aquellos que el capitalismo discrimina y excluye del reparto de sus beneficios.

Si usted se resiste a disminuir las desigualdades y a desconcentrar ganancias, manteniendo inequidades en aras del crecimiento. O si llama a los ciudadanos a salir de “shopping” y definir sus opciones políticas como si llenara un carrito delante de la góndola de un supermercado. O si cree que cualquier esfuerzo desde el Estado es “paternalismo conservador”, porque no es bueno decirle a los demás lo que deben hacer, sino que darles un bono para que gasten su plata en el prestador que deseen (sea público o privado). O si usted asegura que no existe vida más allá de las rigideces macroeconómicas que aseguran un buen ambiente para los negocios. Entonces, lo siento, definitivamente usted no es de izquierda, ni de centro-izquierda, ni socialdemócrata, ni progresista. A lo más, podría ser un contador auditor convencido de sus utopías neoliberales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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