Publicidad

Lavín, la educación y la ideología

Publicidad
Javier Núñez
Por : Javier Núñez Profesor de Estado en Filosofía. Candidato a Doctor en Ciencias de la Educación Université de Toulouse.
Ver Más

Los jóvenes están alzando la voz y tienen más fuerza que quienes ya nos convencimos de que lo normal es pagar por un servicio defectuoso llamado educación. Algunos dirán que son unos niños malcriados que quieren todo fácil, yo digo que defienden otro modo de ver las cosas.


Durante las batallas conducidas por Napoleón, el ejército francés lucia un vistoso uniforme azul y rojo. Así ganaron muchísimas ofensivas y así fueron derrotados. Años más tarde, al explotar la primera guerra mundial, los franceses acudieron con los mismos uniformes a la batalla y fueron masacrados por ser presas fáciles a distancia. Aprendida la lección, el ejército se actualizó y se procuró para la segunda guerra mundial uniformes mimetizados, modernos, que les permitieran a los soldados ocultarse mejor. A partir de ahí el mundo militar cambió: enterrados junto a los miles de jóvenes y sus uniformes napoleónicos se cubrió con tierra la idea de ver al rival frente a frente, a la cara, el saber de lejos quién era quién…

Frente a las recientes y numerosas manifestaciones estudiantiles, el Ministro de Educación señor Joaquín Lavín ha reaccionado. Entre sus múltiples apariciones y diversos llamados, ha emplazado a los estudiantes a no “ideologizar” la discusión en torno a la educación y a abrirse al diálogo. Más allá de lo que entienda el ministro por “ideología”, existen acepciones universales del término. A grandes rasgos, podemos situarla desde dos espacios: la sub-área de la filosofía que estudia el conjunto de ideas o paradigmas que sostienen los discursos sobre la realidad social y el grupo de valores que caracterizan a una persona o a un grupo de personas.

Comunismo, liberalismo y todos los “ismos” poseen una visión de mundo y así, cargados de intenciones y con una ruta trazada, intentan construir, reconstruir o inventar espacios sociales. Asimismo, los actuales partidos políticos reúnen gente que defiende las mismas ideas y que tienen las mismas convicciones.

En este sentido, la máxima autoridad del Mineduc no cumple con las actividades propias de su cargo de acuerdo con sus ánimos matutinos. El ministro milita en un partido político (UDI), grupo político que, como todos los otros, ostenta valores, una visión de sociedad y de la política.

[cita]Así es como, disfrazado de una neutralidad suiza, el ministro llama a los jóvenes a no ideologizar la discusión y, aun peor, al diálogo, como si él por obra y gracia del espíritu santo se encontrara a la cabeza de un ministerio en un gobierno de derecha.[/cita]

Los lineamientos del actual gobierno, sus creencias y valores se cristalizan en un plan de acción. En lo que respecta a la educación, se define con un rol del Estado: una cartera educacional que subsidia y supervisa. Esta impronta no dista de la asumida por los gobiernos de la Concertación y, hasta ahora, no hay mayores signos de que el actual gobierno pretenda bascular hacia una liberación total de la educación. Lo que si existe es un ánimo de ocultar los valores que mueven sus pasos: la ideología que los mueve.

Así es como, disfrazado de una neutralidad suiza, el ministro llama a los jóvenes a no ideologizar la discusión y, aun peor, al diálogo, como si él por obra y gracia del espíritu santo se encontrara a la cabeza de un ministerio en un gobierno de derecha.

¿Debemos entender que para dialogar hay que desideologizar la discusión, ocultar nuestros valores y creencias o disfrazarlos de neutralidad? Los movimientos estudiantiles difieren de la posición del rol del gobierno en la educación. No quieren subsidios, piden educación pública no solo nominativa sino real: calidad y acceso asegurado en el nivel básico, medio y superior.

No hay por qué ocultarlo y los jóvenes chilenos lo han demostrado: han desenterrado viejos valores y han decidido usar uniformes napoleónicos cargados de una visión de la educación, mientras las autoridades se mimetizan con un discurso tibio, pretendidamente desideologizado. Jamás en las políticas públicas las decisiones se abstraen de una ideología y no pretendamos que para lograr consensos así debe ser. Para sentarse a hablar se debe querer escuchar al otro, sin que éste deba abandonar sus convicciones.

La democracia no tiene por aspiración que todos pensemos igual, sino que todos puedan ser escuchados y que las decisiones tomadas por unos pocos (clase política) representen las de la mayoría (los ciudadanos), sin excluir la divergencia y los grupos minoritarios.
Los jóvenes están alzando la voz y tienen más fuerza que quienes ya nos convencimos de que lo normal es pagar por un servicio defectuoso llamado educación. Algunos dirán que son unos niños malcriados que quieren todo fácil, yo digo que defienden otro modo de ver las cosas, el Chile del futuro: capaz de ostentar su(s) discurso(s), su(s) ideología(s), sin miedo a ser una presa fácil a distancia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias