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Hacer de tripas, corazón

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María de los Ángeles Fernández
Por : María de los Ángeles Fernández Directora ejecutiva de la Fundación Chile 21.
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Lo cierto es que se ha instalado una sensación de extravío, que contiene ingredientes de crisis de legitimidad política, expresada en una insatisfacción con el mundo político, en general. Pareciera que el gobierno va dejando aparcado su exitismo inicial para transmitir su mensaje, aunque en tono de enfermedad: estaríamos atravesando la llamada “crisis de los países de ingresos medios”. Seguramente, ello conlleva la aceptación de que las protestas han llegado para quedarse.


La situación de protesta social y los sombríos resultados de las encuestas dan paso, no solamente a interpretaciones, sino también a variadas predicciones. Cristóbal Bellolio señaló en este espacio que “se anida un problema político mayor”. Visto en perspectiva, nuestro sistema político conjuga algunos de los factores que mostró en su momento la democracia venezolana, considerada como la darling de la región en los años setenta. El agotamiento de su pacto fundacional, como una película a cámara lenta, se demoró por casi quince años, hasta el triunfo en las urnas del comandante Chávez, en 1998. Chile, aunque lejos de su corrupción sistémica y su debilidad estatal, asiste también a la ineficacia de los canales  tradicionales de procesamiento de sus conflictos. Mientras tanto, aumenta la percepción de exclusión política y económica.

Menos apocalípticos, algunos confían en que el gobierno se recuperará, a pesar de la escasa reserva de influencia que le otorga al Presidente Piñera el 60% de rechazo que concita. Sin reparar en los déficits de coordinación y de visión estratégica que el gobierno acarrea, junto con un cierto analfabetismo de las claves simbólicas de la política, plantean que existe todavía un margen, pudiendo llegar a ser recordado como el gobierno de las pequeñas cosas. Con ello, se piensa en medidas como la llamada Agenda “Impulso Competitivo”, al cambio de fecha de las elecciones presidenciales o el seguimiento a la labor de los funcionarios públicos a través de un plan piloto instalado en el Ministerio de Hacienda.

[cita]Piñera enfrenta la disyuntiva que ya señalara Churchill: “En los momentos de decisión, lo mejor es hacer lo correcto, un poco menos bueno sería hacer lo equivocado, pero lo peor es no hacer nada”.[/cita]

Lo cierto es que se ha instalado una sensación de extravío, que contiene ingredientes de crisis de legitimidad política, expresada en una insatisfacción con el mundo político, en general. Pareciera que el gobierno va dejando aparcado su exitismo inicial para transmitir su mensaje, aunque en tono de enfermedad: estaríamos atravesando la llamada “crisis de los países de ingresos medios”. Seguramente, ello conlleva la aceptación de que las protestas han llegado para quedarse y que, si bien se expresarán en forma espasmódica, no serán por ello menos impactantes.

Mientras incurre en la tentación populista mediante la inyección de recursos para aplacar el conflicto estudiantil, el Presidente Piñera ha instruido al senador Longueira para la búsqueda de acuerdos clave en áreas de gestión del gobierno. La pregunta que surge es cómo y en qué áreas. Parece estarse instalando un cierto consenso, aunque todavía fuera del gobierno, acerca de que no resulta posible intentar avances en problemáticas sectoriales haciendo abstracción del estado en que se encuentra la política. Hasta ahora, el Presidente ha incluido las reformas políticas como una más de las dimensiones de la agenda, aunque más por rutina que por convicción. No hay que olvidar que pertenece a un sector con anteojeras frente a la importancia de la política. Varios de sus exponentes no han trepidado en desarrollar un discurso claramente antipolítico, que se desprende de una comprensión de la vida política como un símil de la actividad económica, reducida a una cuestión de iniciativa individual y de libertad, entendida ésta como igualdad ante la ley. Su expresión más afinada fue el cosismo-lavinista, marcado por el marketing y por las respuestas desechables y que sucumbe por estos días frente a la determinación estudiantil.

La actual situación, de no mediar un factor externo como el que le dio a Bachelet la posibilidad de remontar, puede enfrentarse pero no necesariamente fortaleciendo el Sernac o creando instituciones parecidas. No está de más, frente a la difundida sensación de abuso, defender los intereses de los consumidores pero ello no reemplaza la urgencia por promover mayor participación y competencia política. La situación actual, entre otras cosas, da cuenta del agotamiento del sesgo privatista que, en Chile, se le ha asignado a la ciudadanía.

Lo que se esperaría del Presidente es un cambio mental a fin de entender que la política no es una actividad más sino que, como diría Freund, cumple un rol tutelar con relación al resto de las actividades humanas. Sin un upgrade de la política, el vuelo que podrá tener un hipotético acuerdo por la educación será rasante, por no decir que poco o nada lucirán el  postnatal, la eliminación del  7% o el ingreso ético familiar. Es a ella, a la política, a la que le corresponde crear las condiciones para que el resto de las actividades se desarrollen de forma razonable y sin conflictos.

Convertirse a esta idea supone, no solamente hacer de tripas, corazón sino que atreverse a enfrentar un nuevo motivo de insurgencia entre sus propias huestes, que lo acusan de no promover la identidad de la derecha. Lo trágico de este asunto es que inhibirse de hacer algo al respecto contribuye a alejar aún más las posibilidades del desarrollo.

Piñera enfrenta la disyuntiva que ya señalara Churchill: “En los momentos de decisión, lo mejor es hacer lo correcto, un poco menos bueno sería hacer lo equivocado, pero lo peor es no hacer nada”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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