En nuestro letargo ciudadano hemos aceptado el que cada vez con más descaro nos impongan candidatos que a veces corren solos por cupos parlamentarios. Pero este hacer y deshacer saltándose toda prudencia está llegando a niveles de descaro peligrosos. Es triste constatar cómo entre la Concertación y la Alianza están matando nuestra precaria democracia y como se ríen en nuestras caras de nuestros votos.
El 11 de diciembre del 2005, 575.084 personas acudieron a las urnas y votaron por alguna de las siguientes personas: Carolina Tohá, Andrés Allamand, Evelyn Matthei, Pablo Longueira y Andrés Chadwick. Esa misma noche se enteraron que su candidato(a) había sido elegido(a) diputada o senador(a). Esa misma noche celebraron “la fiesta de la democracia chilena”. Pero la persona por la que habían votado cesó en sus funciones antes de terminar su mandato para irse al Poder Ejecutivo.
En Chile escasean los políticos. Sólo eso explica que se esté haciendo costumbre que los gobiernos tengan que ir a buscarlos al Congreso para llenar ministerios. Así lo hizo la ex presidenta Bachelet al nombrar ministra a la entonces diputada Carolina Tohá. Y de igual modo lo ha hecho el Presidente Piñera al nombrar cuatro senadores como ministros.
En marzo del 2009, el nombramiento de Carolina Tohá como vocera de Gobierno estuvo lleno de polémicas. Si bien, no era la primera vez que un parlamentario en la historia de Chile pasaba desde el Congreso al Poder Ejecutivo, sí era la primera vez desde el retorno a la democracia. La inquietud ciudadana era doble. No sólo incomodaba que personas elegidas popularmente para un cargo lo abandonaran para asumir otro. También molestaba que ello se hiciera de tal forma para que ministros terminaran ocupando sus puestos vacantes en el parlamento, más aún ad portas de una elección parlamentaria (como lo hizo el actual diputado Felipe Harboe).
[cita]En nuestro letargo ciudadano hemos aceptado el que cada vez con más descaro nos impongan candidatos que a veces corren solos por cupos parlamentarios. Pero este hacer y deshacer saltándose toda prudencia está llegando a niveles de descaro peligrosos. Es triste constatar cómo entre la Concertación y la Alianza están matando nuestra precaria democracia y como se ríen en nuestras caras de nuestros votos.[/cita]
Por aquellos días, autoridades políticas cercanas al actual gobierno fueron taxativas en criticar el nombramiento de Tohá. Y en ese reclamo, parecían leer adecuadamente el desencanto ciudadano con los acuerdos de pasillo y la política alejada de la gente. Por ejemplo, el actual senador Carlos Larraín (que tampoco llegó al Senado por voto popular, sino que en reemplazo de un senador nombrado como ministro) criticó fuertemente al gobierno de Bachelet porque con esa práctica el Poder Ejecutivo adquiría “una palanca muy potente para ir modificando a su gusto la composición de la Cámara de Diputados o el Senado” (fuente: http://bit.ly/oLSqMP).
No obstante, pese a todos los reclamos, el Tribunal Constitucional ratificó que el nombramiento no violaba la carta fundamental: todo estaba en regla. Formalmente, todo estaba en regla.
Como todo estaba constitucionalmente en regla, en enero pasado, los nombramientos de los senadores Andrés Allamand y Evelyn Matthei como ministros incomodaron, pero fueron menores las quejas. Por un lado, la necesidad de políticos de peso en el gobierno era beneficiosa para todos (gobierno y oposición); por otro, las segundas ocasiones suelen ser menos impactantes que las primeras. Los ciudadanos fuimos testigos de cómo los roles se invertían y ahora eran dirigentes de la Concertación los que enrostraban a Carlos Larraín sus propias palabras. Ellos, políticos de la Alianza y la Concertación, jugaban a fagocitarse los unos a los otros ante la incredulidad y resignación ciudadana.
No obstante, en forma paralela, se ha ido gestando en la población un malestar profundo hacia esta democracia representativa de la que este desfile de los mismos en las “sillas musicales” es sólo la punta del iceberg. Dicho malestar finalmente ha empezado a cristalizarse en marchas ciudadanas y en desaprobaciones históricas de todos nuestros representantes. Y ni los unos ni los otros saben qué hacer. Por décadas, nuestras autoridades políticas se han encargado de desprestigiar su profesión. Acusándose mutuamente de querer “politizar” esto o lo otro como si no se tratara de eso su rol; escudándose en que “esa es una materia técnica, no política” para no asumir las responsabilidades que conllevan sus cargos. Etcétera. La cúspide del absurdo ha sido pretender que se puede “gobernar con los mejores” como si el acto de gobernar fuese un asunto de quién domina mejor otra técnica que no sea el sincero acto de debatir, convencer, persuadir y consensuar; es decir: de hacer política.
Pero la élite política no quiere escuchar (¿o quizás no puede?). Antes no escuchó la Concertación y, ahora, la Alianza parece que tampoco quiere hacerlo ¡Otros dos senadores como ministros! ¿Por qué sacarlos del Congreso?
En nuestro letargo ciudadano hemos aceptado el que cada vez con más descaro nos impongan candidatos que a veces corren solos por cupos parlamentarios. Pero este hacer y deshacer saltándose toda prudencia está llegando a niveles de descaro peligrosos. Es triste constatar cómo entre la Concertación y la Alianza están matando nuestra precaria democracia y como se ríen en nuestras caras de nuestros votos. ¿Cómo convenzo a mis estudiantes que se inscriban porque sus votos cuentan? (¿cuentan?) Sólo queda esperar que los rumores no sean ciertos y no intenten, además, enviar al Senado a una ahora ex autoridad ministerial.
Nuestra élite política está cómoda en sus asientos binominales al tiempo que hierve sangre indignada entre los “representados”. A la política, su actividad, la han basureado. Y a nosotros nos han “repactado unilateralmente” un sistema político que llora a gritos una reforma. Yo me pregunto: ¿dónde están los políticos?