Espero que similar actitud puedan tener –al menos- los 59 diputados de oposición; que juntos y con una posición coherente podamos ayudar para que el esfuerzo de cientos de miles de estudiantes, que desde hace más de veinte años vienen bregando por una educación estatal, gratuita y de calidad, no sea en vano. Este es el momento en que debemos dejar de lado las presiones y los intereses personales o corporativos, y responder con nuestro voto al clamor ciudadano.
Porque está muy lejos de ser una «Reforma Educacional», porque está muy lejos de abordar aunque sea tangencialmente la verdadera problemática de la Educación Chilena y porque definitivamente sólo se pretende dar un matiz de política de Estado a un vergonzoso trasvasije de recursos públicos a un pequeño grupo de privados, no contarán con mi voto.
Es una ofensa que se pretenda hacer creer que la motivación de estas medidas sea mejorar la calidad de la educación en Chile. Me explico. Los anuncios del Presidente son básicamente cinco:
1. Gran Acuerdo Nacional por la Educación (GANE).
Con más de 500.000 estudiantes movilizados, con los profesores en paro y apoyando esas manifestaciones y con un país que en una cifra superior al 70% exige un cambio radical del modelo educacional, el Presidente anuncia un “Acuerdo” en el cual se opta por hacer tabula rasa de las demandas de la contraparte. Según mis conocimientos, acuerdo viene del latín “accordare” y tiene básicamente dos acepciones: Determinar o resolver de común acuerdo o también y cuando se refiere a una sola persona “Determinar o resolver deliberadamente”. En otras palabras, hecho a propósito. No, eso no se llama “Acuerdo” ni nada que se le parezca, se llama imposición deliberada y unilateral del Ejecutivo, por medio de la fuerza que le da la legalidad vigente.
Valoro que se reconozca que para las familias de clase media y de escasos recursos de este país, el derecho natural que deberían tener sus hijos de alcanzar estudios superiores, se ha convertido en una verdadera pesadilla. Sin embargo, salir de esta situación anómala no es materia de un fondo con caducidad en el corto plazo, porque eso más bien sabe a aspirina para curar el cáncer. Es curioso escuchar al Presidente hablando de “financiamiento” o “economía”, en un discurso que se supone debe hablar del derecho a la educación.
Es lamentable que en pleno siglo XXI, creciendo regularmente a tasas que bordean el 6%, con un cobre cuyo precio viene subiendo sostenidamente desde 2009 hasta alcanzar cifras nunca antes imaginadas, el Presidente ofrezca al país una propuesta de financiamiento de su educación (que por derecho le pertenece), basada en “becas”, mejores “tasas”, “créditos” etc. En definitiva, sin ninguna expresión de voluntad de aliviar la pesada carga que cae sobre los hombros de la clase media de nuestro país; y digo la clase media porque los sectores más desposeídos ni siquiera tienen la posibilidad de tener estos problemas, toda vez que ni siquiera pueden soñar con que sus hijos accedan a una educación primaria y secundaria medianamente digna.
¿De qué sirve el crecimiento si este solo ayuda a aumentar la desigualdad, la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos? La clase media una vez más tiene que pagar la cuenta.
[cita]Espero que similar actitud puedan tener –al menos- los 59 diputados de oposición; que juntos y con una posición coherente podamos ayudar para que el esfuerzo de cientos de miles de estudiantes, que desde hace más de veinte años vienen bregando por una educación estatal, gratuita y de calidad, no sea en vano. Este es el momento en que debemos dejar de lado las presiones y los intereses personales o corporativos, y responder con nuestro voto al clamor ciudadano.[/cita]
En este punto, donde esperaba escuchar un pronunciamiento de fondo respecto a políticas públicas educacionales, se nos habla de “Rankings” de notas, sin considerar propuestas y metas para eliminar brechas entre colegios pagados y municipales (en el caso de considerar esta institucionalidad) y de PSU, sistema que sólo ha servido para que algunos ganen mucho dinero alimentando ilusiones. De establecer cosas y funciones que deberían estar funcionando hace muchos años, de crear la Superintendencia de Educación Superior cuestión que – siendo valorable después del caso “la Polar”-, tengo razones fundadas para dudar de su eficacia, y de establecer un nuevo trato con las universidades del Estado, mediante la “modernización” de su gobierno, permitiéndoles la posibilidad de endeudarse a mayores plazos para que puedan prolongar su agonía. Esto supuestamente, refleja el sólido compromiso del estado con sus universidades. Ante esto sólo me queda exclamar sarcásticamente: “Houston, we a have a problem”.
Interesante juego de palabras, pero la verdad es que un anuncio que dice que se va a “analizar” la “posibilidad” de distinguir entre las Universidades que tienen o no fines de lucro, me parece fuera de toda lógica, porque creo no hay nada que analizar. Es muy simple, lucrar es tener “ganancia o provecho con lo que se ofrece”. No hay más definición que esa en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.
En esa lógica, el lucro como concepto no me parece inadecuado en tanto se aplique a bienes o mercancías transables en el mercado; sin embargo y coincidiendo con el insigne Camilo Henríquez en que la educación es una herramienta para construir una sociedad democrática, rechazo apriorísticamente la idea que esta sea considerada una mercancía. En consecuencia, hubiese esperado que 200 años después de nuestra independencia, el discurso del Presidente hubiera sido claro: la educación no es una mercancía y por tanto el lucro debe estar absolutamente ajeno a ella.
Finalmente, me indigna que el Ejecutivo quiera traspasar al Parlamento la responsabilidad de sus propios actos y reitero mi convicción que estos anuncios rimbombantes son un millonario trasvasije camuflado de recursos estatales a los privados, específicamente por lo siguiente:
Por todas estas razones, es que digo responsablemente que el Ejecutivo no contará con mi voto si es que algún proyecto de esta naturaleza llega al Congreso. No seré cómplice de la reafirmación de la “Ley General de Universidades de 1981” que –por enésima vez– echa por tierra las aspiraciones de contar con una educación digna, equitativa y de calidad para todos los chilenos.
Espero que similar actitud puedan tener –al menos- los 59 diputados de oposición; que juntos y con una posición coherente podamos ayudar para que el esfuerzo de cientos de miles de estudiantes, que desde hace más de veinte años vienen bregando por una educación estatal, gratuita y de calidad, no sea en vano. Este es el momento en que debemos dejar de lado las presiones y los intereses personales o corporativos, y responder con nuestro voto al clamor ciudadano.