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Gabinete: buen remedio, diagnóstico equivocado

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Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Se invitó a personajes que, por todo lo talentosos y comprometidos, rememoran una época del pasado que en sus inicios el propio gobierno trató de enterrar al hablar de una nueva derecha. Y para el colmo, se produjo el espectáculo de una cuasi guerra civil dentro del oficialismo entre los que creen que ‘merecen’ ser nombrados a llenar esos escaños parlamentarios.


Después de tanta crítica al segundo cambio de gabinete que ha realizado el Presidente Piñera, alguien tiene que ser positivo. Así que lo diré. Me parece un muy buen cambio de gabinete; amplio y profundo. Cirugía mayor. Si el análisis es que al gobierno le faltaba conducción política, la decisión de recurrir a personajes con largas y exitosas carreras políticas fue acertada.

Como se puede constatar en una fotografía que circuló ampliamente por internet, Pablo Longueira y Andrés Chadwick Piñera, juntos con Joaquín Lavín, han sido activos en la política por años, desde antes del retorno a la democracia. Mucho habrán aprendido en esos años.  Entre otras cosas aprendieron del fundador de la UDI que en un país con las profundas inequidades socioeconómicas que tiene Chile, un enfoque social es fundamental para enraizar cualquier partido, especialmente uno de derecha, en el sistema político. El nombramiento de Longueira como Ministro de Economía es una movida particularmente brillante.  Finalmente, son políticos que han demostrado su capacidad y voluntad de negociar con la oposición. Serán ideologizados, pero hoy en día eso está de moda. En todo caso, la ideología no les presenta un impedimento para llegar a acuerdos con contrapartes “obstruccionistas”.

[cita]Se invitó a personajes que, por todo lo talentosos y comprometidos, rememoran una época del pasado que en sus inicios el propio gobierno trató de enterrar al hablar de una nueva derecha. Y para el colmo, se produjo el espectáculo de una cuasi guerra civil dentro del oficialismo entre los que creen que ‘merecen’ ser nombrados a llenar esos escaños parlamentarios.[/cita]

Todo esto funcionará como una tónica para la enfermedad que se había diagnosticado en La Moneda: el mal manejo político. Se evaluó que el énfasis en tecnocracia, aunque no equivocado, no fue capaz de lidiar con los conflictos sociales que estaban brotando a lo largo del país. En educación, minería, el medio ambiente, en la capital y en regiones, desde el AVC hasta la ANFP, la falta de muñeca política permitió que la situación llegara a extremos no deseados. Llegó, como dijo Longueira, “la hora de los políticos”.

Se ofreció una buena solución, pero al problema equivocado. Porque si bien el problema es, efectivamente, político, no es lo que creen en La Moneda. El ambiente en el país no se ha encrespado porque desde La Moneda no se hizo política, sino que refleja problemas y demandas reales, que se pueden resumir simplemente como un cansancio con el modelo de representación política vigente.

Detrás del rechazo al daño ecológico de HidroAysén no hay un detallado análisis de las opciones y alternativas para proveer el país de energías limpias  renovables. Hay un rechazo a la manera en que se aprueban este tipo de proyectos, dependiente fundamentalmente de Seremis nombrados por la misma autoridad política que tiene vínculos con la empresa que propone el proyecto.

Detrás de la marcha por la diversidad sexual existe una exigencia por parte de la ciudadanía que las promesas hechas durante campañas electorales se cumplan, y una sensación de que las franjas son usadas para captar hasta el voto más minoritario para lograr ese mágico número de 50+1, sin asumir la responsabilidad posterior por efectuar el cambio real.

Detrás de las movilizaciones estudiantiles se encuentra una generación entera de jóvenes que nacieron en democracia, para los cuales un sistema político diseñado en dictadura, y aceptado bajo la lógica de una transición democrática, no les hace ningún sentido. Se movilizan porque no confían en los políticos por los cuales no votaron, y no votaron por ellos porque el sistema no les ofrece la posibilidad de que su voto realmente sea tomado en cuenta. No negocian con las autoridades porque, como ex pingüinos, ya se les vendió esa pomada.

Si la demanda ciudadana se basa en la falta de representación, si no nos vemos representados ni por el sistema político, ni por los políticos, ni por el proceso de toma de decisiones, la respuesta por parte de La Moneda ha sido particularmente perversa, especialmente para los jóvenes. Salieron del gabinete los dos ministros más jóvenes, incluso si estuvieron bien evaluados.

Se acudió al Senado para invitar a personajes con experiencia política, socavando la voluntad política de los ciudadanos que eligieron esos políticos (el que la Concertación haya hecho lo mismo contribuye al desencanto con ese sector, y no excusa la repetición del error). Se invitó a personajes que, por todo lo talentosos y comprometidos, rememoran una época del pasado que en sus inicios el propio gobierno trató de enterrar al hablar de una nueva derecha. Y para el colmo, se produjo el espectáculo de una cuasi guerra civil dentro del oficialismo entre los que creen que ‘merecen’ ser nombrados a llenar esos escaños parlamentarios.

El joven desafectado, entonces, ve un sistema político cerrado e impermeable. Observa una oposición incapaz de si quiera dialogar con los grupos desencantados, mucho menos de representarlos, que perdió una elección porque se preocupó más de cupos que de capacidades; que se concentró más en los oportunistas que en las oportunidades. Entra un gobierno que en dos años adquirió las mismas malas prácticas, pero con un discurso aún menos inclusivo. Ve designaciones atávicas, que en vez de apuntar hacia una derecha meritocrática y democrática, inspira cada vez más la memoria de un pasado – digamos – complicado.

Los ministros Hinzpeter y Golborne, y el propio Presidente, saben que el futuro no va por allí. Reconocen que el triunfo electoral se produjo por una esperanza de cambio, pero no el cambio en marcha atrás. El costo que pagó Piñera de mantener vigente alguna semilla de una nueva derecha fue el de aceptar la dominación de la vieja derecha. Es la hora de los políticos, ¿pero de cuales?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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