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Las revueltas en Londres y Santiago: un océano de diferencias

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Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Mientras el ímpetu de nuestras manifestaciones invernales lleva a sus protagonistas a pretender intervenir la estructura completa del sistema -para esos son las asambleas constituyentes y los plebiscitos fundacionales- los encapuchados que salen a tomarse la calles de Gran Bretaña no portan bandera inteligible alguna, ni parecen muy preocupados de encontrar una; es un aleteo violentista enfervorizado.


No hay similitudes relevantes entre lo que ocurre en las calles de Inglaterra y las chilenas. Lo que estamos viendo en los últimos meses en Chile obedece a una motivación explicita, políticamente articulada y socialmente legitimada por la mayoría de los chilenos, lo que es indiscutible independiente del juicio particular que tengamos acerca de la sensatez o fortaleza de cada una de las demandas por separado. Lo que se esparció desde Londres hacia otros focos de la isla, en cambio, es una suma de disturbios ampliamente repudiados por la ciudadanía, la clase política en forma y todos los medios de comunicación con tribuna.

Mientras el ímpetu de nuestras manifestaciones invernales lleva a sus protagonistas a pretender intervenir la estructura completa del sistema -para esos son las asambleas constituyentes y los plebiscitos fundacionales- los encapuchados que salen a tomarse la calles de Gran Bretaña no portan bandera inteligible alguna, ni parecen muy preocupados de encontrar una; es un aleteo violentista enfervorizado.

Por esto, los panoramas políticos son completamente distintos. En Chile, la discusión central está en la educación. Los problemas de orden público derivados de las movilizaciones son secundarios en la agenda. Ya sea porque se aceptan como externalidades negativas para que se escuche la primera, o bien porque todavía no alcanza los niveles suficientes para que la ciudadanía le quite piso apoyando de paso las medidas represivas del gobierno. Por eso la cosa esta más difícil para Pinera que para su colega conservador David Cameron. El primero preferiría llevar la controversia al clivaje paz o violencia. El segundo ha jugado en esa cancha desde el primer estallido. Los roles opositores en consecuencia han sido distintos. Mientras la Concertación se suma a tropezones a las demandas estudiantiles con un efecto bastante intrascendente, el laborismo británico salió a respaldar a la autoridad desde el día uno. Llega a ser irónico que el único flanco que encontraron para deslizar una crítica haya sido el desfinanciamiento de la policía. En corto, los ingleses quieren más guanaco y menos dialogo. Los chilenos, al revés.

[cita]Algunos han querido analogar lo que sucede en distintas partes del mundo en función de que manifiestarían un sentimiento generacional contra el modelo, el mercado o el neoliberalismo, como quiera ponerle. Sin embargo es una teoría tan gruesa como imprecisa. El blanco de los ataques de las turbas londinenses es simplemente el negocio donde el saqueo es más lucrativo: ropa de marca, artículos electrónicos, alcohol.[/cita]

«Todavía», podría decir el ministro Hinzpeter, quien se ha llevado la tarea más pesada en esta maniobra de tratar de fijar en el orden publico el eje de la discusión (pagando de esta manera la lealtad del Presidente).

Ahora bien, que lo que ocurre en Reino Unido sea para la gran mayoría de la población una patética expresión delictual, la cultura pandillezca en acción, o el vandalismo en su expresión menos romántica, no implica que no puedan existir otras razones -más o menos profundas- para explicar el fenómeno.

Algunos han querido analogar lo que sucede en distintas partes del mundo en función de que manifiestarían un sentimiento generacional contra el modelo, el mercado o el neoliberalismo, como quiera ponerle. Sin embargo es una teoría tan gruesa como imprecisa. El blanco de los ataques de las turbas londinenses es simplemente el negocio donde el saqueo es más lucrativo: ropa de marca, artículos electrónicos, alcohol. Entonces, agarra Aguirre. El problema puede estar, a mi juicio, en las expectativas generadas respecto de la participación en el sistema y no en su rechazo consciente. Tampoco, finalmente, hay una trifulca racial desplegada. Pocos lugares del mundo son más cosmopolitas, respetuosos y receptivos de la diferencia cultural, étnica, religiosa o ideológica que la capital del Reino Unido. Por supuesto que hay marginalidad, desigualdad y clases sociales con mayores privilegios que otras, pero hemos sabido que los «manifestantes» están destruyendo el corazón de sus propias comunidades.

Esta no es una venganza de las minorías contra los blancos. Ni siquiera es la reivindicación del joven muerto en Tottenham, que gatilló la ola de desordenes que acaba de terminar. «No en nuestro nombre», señaló su familia. Desde sus hogares, frente al noticiario, la mayoría de los chilenos aún parece pedirle a los estudiantes que sigan adelante «en su nombre». Los británicos aspiran a que todo vuelva a la normalidad cuanto antes. ¡Al mismo estado de antes! En el caso nuestro, no tiene sentido que todo vuelva a estar como antes. Al movimiento estudiantil chileno no le conviene la comparación. Y al británico le sube el pelo inmerecidamente.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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