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El cineasta incansable

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Daniel Uribe
Por : Daniel Uribe Cineasta y director de TV
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Con su muerte hemos perdido a la figura más importante de la cultura nacional, un referente del mundo cinematográfico mundial, prolífico creador, único e incansable, lector impaciente, escritor de día a día, fabulador, contador de historias, intelectual de tomo y lomo, adaptador de libros, sin duda el mejor de todos.


La última película que pude ver de Raúl Ruiz fue Misterios de Lisboa, una cinta que formaba parte de una serie de obras seleccionadas y compendiadas en un ciclo que se llamaba Las Mejores Películas “Invisibles”. Un conjunto de piezas artísticas verdaderamente  relevantes y que no habían encontrado todavía un espacio en las salas de cine. La analogía no es forzada, la coincidencia es real; con la muerte de Raúl Ruiz se despide un infatigable artesano cinematográfico, único e irrepetible y para muchos invisible. Ésta, su última película estrenada, es una férrea declaración de principios, un testamento en la forma y en el fondo, una evidencia más de su notable legado y de sus motivos más recurrentes.

La dinámica del lugar me hacía pensar en el espíritu de los viejos cineclubes que marcaron a toda una generación de realizadores que aprendieron a hacer cine viendo películas. De esa estirpe fueron parte Truffaut, Godard, Rivette, Rohmer, Bresson y Resnais y también Raúl Ruiz; el último de un proceso nacido en Europa y que en los sesenta se extendió a lugares tan remotos como Chile.

Raúl Ruiz siempre se anticipó a su época. Fue también un miembro tardío del “Nuevo Cine Chileno”, proyecto abortado por el Golpe Militar y que obligó a sus integrantes a salir del país. Luego se refugió en Francia, y desde ahí su obra comenzó a definirse como internacional, debido a  sus múltiples influencias y al constante devenir entre lugares, cualquier lugar servía si podían financiar su producción; sus mecenas fueron instituciones, personas, canales de TV, industriales, pequeños y grandes productores: en la autogestión Ruiz también fue un maestro.

Su obra es  tan inabarcable como indescifrable e inscribe producciones en todas las latitudes y en todos los formatos existentes: largometrajes, documentales, series de TV, cortos y ensayos. De su propia boca pude oír que su cinematografía se basaba en el ensayo y el error, el acto de crear era fruto de la experimentación y no de las convenciones de la producción. En 40 años hizo más de 100 películas: en 35 mm, 16mm, Super 8, vídeo, todos los soportes eran válidos. El productor francés  Francois Margolin dijo de su método: “Encontró en el cine el mismo tipo de narración que tenía Marcel Proust en la literatura”.

[cita]Con su muerte hemos perdido a la figura más importante de la cultura nacional, un referente del mundo cinematográfico mundial, prolífico creador, único e incansable, lector impaciente, escritor de día a día, fabulador, contador de historias, intelectual de tomo y lomo, adaptador de libros, sin duda el mejor de todos.[/cita]

Misterios de Lisboa difícilmente será exhibida en Chile, dura cuatro horas y media y requiere, por parte del espectador, un esfuerzo considerable de concentración. No es fácil hilvanar los innumerables relatos que se superponen en una dispersión narrativa que sólo se completa al final del filme. Una película que fue concebida como una miniserie de TV en seis episodios, y que está basada en la obra de uno de los grandes escritores portugueses, Camilo Castelo Branco.  Un tipo de novela, donde se entrecruzan asuntos políticos e intrigas sentimentales. Ruiz traduce esta experiencia a un exquisito ejercicio que combina elementos típicos de la novela folletinesca con pinceladas de cine moderno. Un verdadero placer estético y narrativo que cierra un ciclo de obras adaptadas, que con seguridad es el más generoso de toda la historia del cine.

Raúl Ruiz hizo de la adaptación uno de sus géneros predilectos. Once años antes había realizado la osada lectura cinematográfica del último de los siete tomos de En Busca del Tiempo Perdido de Marcel Proust,  y en sus inicios ya había hecho lo mismo con Palomita Blanca, su película más conocida en Chile; también tradujo, entre otros, a autores tan diversos y complejos como Jean Giono, Racine, Robert Louis Stevenson y Kafka. Tanto en Misterios de Lisboa como en la adaptación de Proust, fueron más bien los intelectuales quienes dialogaron en torno a la película, el cine de Ruiz como la obra de Proust no son masivos, no es un cine popular, es más bien reflexivo y muchas veces experimental, tiene mejor acogida en la academia que en la taquilla. En términos estratégicos, el cine de Raúl Ruiz nunca hizo concesiones de mercado; fue un artesano y como tal asumió que su obra sería exhibida en circuitos cerrados e independientes, supo desde el comienzo que el cine como expresión artística no podía someterse a la lógica pura del negocio.

Raúl Ruiz siempre estuvo vinculado a Chile, en los afectos y en la producción. En los últimos años, tuvo la inédita oportunidad de producir para la televisión chilena, el 2007 realizó Recta Provincia y el 2008 Litoral, series de TV pensadas desde la perspectiva del folclore, instalando en su cinematografía elementos de la cultura popular. La primera obra  es un relato personal que habla sobre las brujas del sur de Chile, de las islas donde creció; historias permeadas por un microcosmos de fábulas y cuentos populares. Su padre fue capitán de barco y de él se desprendieron cientos de historias de mar. De este tipo de  relatos se nutre la obra de Raúl Ruiz, fruto de un  legado  popular, en los sentidos y las cosmogonías, pero también en la forma narrativa y la expresión visual.

Pendiente en Chile quedó su intención de adaptar los relatos de Alberto Blest Gana -una especie de Castelo Branco criollo- , Ruiz estaba interesado en este proyecto porque veía en él la oportunidad de construir una versión laica del siglo XIX. La reconstrucción del tiempo, la historia y la memoria fueron sus obsesiones y que más adecuado que el cine para poder revisar y vencer al tiempo. En Misterios de Lisboa, como estrategia narrativa, se cuentan las historias de todos los personajes, cada uno tiene una historia y un capítulo, todos tenemos una. No resulta exagerado creer que Raúl pudiera reconstruir la historia de Chile o de la humanidad.  Sólo personajes tan completos como él podrían lograrlo.

Pero no fueron éstas sus únicas inquietudes, a la diversidad de contenidos se suman las reflexiones sobre los géneros y la exploración de lenguajes. El abanico es amplio,  pero  al igual que Godard –aunque no con la misma radicalidad- puso un pie en el ensayo cinematográfico y desde allí pudo expresar sus ideas políticas y visiones de mundo. Tal vez por eso Ruiz, al igual que Godard, han sido objeto de estudio en muchas universidades alrededor del mundo: pocos cineastas han conseguido tal nivel de respeto a nivel académico.

En el contexto europeo Raúl Ruiz es considerado uno de los autores más creativos y una de las mentes más lúcidas del espectro fílmico. Para los franceses es considerado no sólo un cineasta influyente, también un intelectual, tanto así, que en el año 1983 la revista “Cahiers du Cinema” organizó una retrospectiva de su obra y le dedicó un número especial, hasta entonces sólo Hitchcock, Welles y Godard habían recibido tal premio. Más allá de sus 14 participaciones en Cannes, los franceses se apropiaron de su figura identificándose con su discurso y dándole el valor que correspondía a su obra, incluso para muchos franceses “Raoul” es uno más de los grandes cineastas galos.

Hace un par de años tuve la oportunidad de participar del Curso de Guión de Robert McKee. La sala, el Cine Oriente, estaba repleta, durante 4 días y por una suma considerable de dinero, casi mil personas escucharon atentas las formulas del gurú del cine americano. Nada más chileno que ese espíritu exitista, la clase cinematográfica completa quería conocer de primera fuente la fórmula del éxito. Nada más estúpido que pensar que eso es posible.

Raúl Ruiz fue crítico del sistema de producción Hollywoodense, no le reconocía valor creativo, ni le interesaban sus temáticas, tampoco respetaba las convenciones de la producción, filmaba sin guión, creía por sobre todo en el cine como una experiencia que se construye en el rodaje y en la edición, las fórmulas no estaban predeterminadas. Al igual que los cineastas de la Nouvelle Vague francesa o del Cinema Novo brasileño, Ruiz se apoyaba en la idea de la improvisación, no como un acto azaroso, sino más bien como la esencia de un proceso de creación que requiere de un vasto conocimiento previo, pero que se constituye como tal en un proceso de libertad creativa.

Con su muerte hemos perdido a la figura más importante de la cultura nacional, un referente del mundo cinematográfico mundial, prolífico creador, único e incansable, lector impaciente, escritor de día a día, fabulador, contador de historias, intelectual de tomo y lomo, adaptador de libros, sin duda el mejor de todos, un personaje original e imprescindible que, tal vez luego de su muerte finalmente podamos conocerlo en toda su magnitud y complejidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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