Ya que este movimiento nació por fuera de la institucionalidad política existente, la respuesta que se requiere supone la emergencia de nuevos actores políticos, nacidos al calor de la propia movilización y capaces de canalizar lo que de allí emerge. Así ha ocurrido en el pasado: de la crisis social de comienzos del siglo XX surgió el Partido Comunista y los movimientos anarquistas; de la crisis del 30 y la movilización que derrocó a Ibáñez, la Falange Nacional y el Partido Socialista; de la reforma universitaria de mediados de los sesenta emergió el MAPU y la izquierda católica y, por último, de la movilización ciudadana de los 80 nació el PPD.
Hasta aquí los estudiantes movilizados y sus aliados han sorteado con gran habilidad los obstáculos de todo orden que se les han presentado, demostrando una sorprendente unidad y continuidad en la movilización. Han transformado el escenario y modificado los términos del debate. Es lo que les da la fuerza necesaria en el momento que se inician las negociaciones en serio: aquellas referidas al petitorio original del movimiento y no a las medidas que al gobierno le gustarían. Este último ha retomado un cierto margen de iniciativa por la vía de cohesionar a su propio sector de apoyo y contar con fuerte respaldo parlamentario. Pero está especialmente mal preparado para abordar las demandas principales del movimiento, relacionadas a otras que tienen amplio sustento en la sociedad. Vale decir que el movimiento estudiantil, aunque cuenta con adhesión, no cuenta con expresiones políticas propias –recuerde que los jóvenes no votan- y tiene un duro adversario al frente. ¿Cómo conducir la respuesta política en esas condiciones?
Una vía de transformar la situación es la que se usó en el 2006, luego de la movilización pingüina: el movimiento se desactiva dando paso a los políticos, que son “los que tienen que solucionar esto”. Es lo que les dicen Ignacio Walker, Andrés Allamand. Sergio Bitar y el gobierno en pleno: muchachos ya entendimos que uds. no están contentos, déjennos ahora concordar un camino entre gobierno y parlamento. Avanzaremos en la medida de lo posible, como lo venimos haciendo durante los últimos 20 años. En otras palabras, una posible salida es que los políticos cazueleen a los estudiantes. Afortunadamente el riesgo de ello es bajo, entre otras razones, porque la experiencia del 2006 hace a los estudiantes uno de los movimientos sociales más desconfiados que ha existido. Los políticos tendrán que darse cuenta que ya se acabó lo que se daba.
[cita]Ya que este movimiento nació por fuera de la institucionalidad política existente, la respuesta que se requiere supone la emergencia de nuevos actores políticos, nacidos al calor de la propia movilización y capaces de canalizar lo que de allí emerge. Así ha ocurrido en el pasado: de la crisis social de comienzos del siglo XX surgió el Partido Comunista y los movimientos anarquistas; de la crisis del 30 y la movilización que derrocó a Ibáñez, la Falange Nacional y el Partido Socialista; de la reforma universitaria de mediados de los sesenta emergió el MAPU y la izquierda católica y, por último, de la movilización ciudadana de los 80 nació el PPD.[/cita]
Lo que sí puede ocurrir es que el movimiento decaiga en su capacidad de movilización durante el período que viene. Por la dificultad de mantener una movilización tan intensa durante tanto tiempo y el por el costo incremental de la misma. El gobierno ha apostado a ello, sin resultado hasta el momento. Pero también puede ocurrir por errores en las decisiones, el paro de la CUT me parece que fue uno de ellos: no aportó mayormente luego de la enorme concentración familiar transversal del Parque O’Higgins y decenas de ciudades del domingo anterior; no movilizó a los trabajadores ni paró el transporte y, finalmente, le dio algo de espacio a la estrategia gubernamental tendiente a mostrar que “se quiere crear el caos” (¡qué antiguo!).
Si decae la masividad, igualmente queda la radicalidad callejera de los exaltados, que normalmente resta apoyo y distorsiona los objetivos de un movimiento tan amplio y ancho como este. “Representantes políticos” negociando a puertas cerradas y encapuchados apedreando micros y quemando goma es también un escenario de desgaste que se debe evitar a toda costa.
No es la hora de los políticos, sigue siendo la hora del propio movimiento, pero su logro tiene que expresarse políticamente, a través de medios políticos. Ahí está la cuestión. Las alternativas no son infinitas, ni siquiera tan novedosas. Pero no por ello son sencillas, requieren tiempo para desarrollarse y sagacidad de los actores.
Una primera alternativa de solución política sería un ejecutivo que replanteara sus metas y acogiera efectivamente las demandas en materia de educación y reformas políticas. Eso, ya lo dijimos, parece poco probable. Resulta difícil imaginar un gobierno de derecha en Chile encabezando medidas fuertes de reforzamiento estatal y limitando la libertad para el gran empresariado para fortalecer lo público. Mal que mal ellos inventaron este modelo de organización social e institucional, que luego la Concertación eligió administrar en vez de transformar. Este será probablemente el factor que más dificulte el logro de soluciones a las principales demandas.
Una segunda posibilidad sería que desde los representantes políticos, especialmente el parlamento, surgiera una apertura en serio a una reforma, tanto educacional como al sistema político mismo. Es posible que esta línea tenga algo más de dinamismo, pero se toca con el poco poder del Parlamento en un sistema presidencialista reforzado como el chileno y con el empate garantizado por el sistema binominal. Aún así la crisis profunda de la Concertación, el alto grado de movilización de los jóvenes que no votan y la proximidad de elecciones populares, en 2012, pueden producir algunos cambios en este sentido. Lo mejor sería que encabezaran una propuesta de profunda reforma política y no apoyaran mociones sobre cambios en educación que no provengan del diálogo entre estudiantes y gobierno.
Por último, ya que este movimiento nació por fuera de la institucionalidad política existente, la respuesta que se requiere supone la emergencia de nuevos actores políticos, nacidos al calor de la propia movilización y capaces de canalizar lo que de allí emerge. Así ha ocurrido en el pasado: de la crisis social de comienzos del siglo XX surgió el Partido Comunista y los movimientos anarquistas; de la crisis del 30 y la movilización que derrocó a Ibáñez, la Falange Nacional y el Partido Socialista; de la reforma universitaria de mediados de los sesenta emergió el MAPU y la izquierda católica y, por último, de la movilización ciudadana de los 80 nació el PPD. Ninguno de estos partidos canalizó completamente la energía social de los movimientos de los que nacieron y, en ocasiones, se desligaron demasiado rápidamente de ellos para ingresar al Estado.
También hay que considerar que la emergencia de organizaciones políticas no se restringe a la forma partido. Hoy en día ello también se expresa en redes, movimientos ciudadanos, referentes, colectivos, asambleas y coordinaciones territoriales, entre muchas otras formas. Si no se quiere sacrificar la riqueza de lo acumulado, hay que cuidar esa relación entre movilización y representación política, pero esta última requiere ser construida, estimulada, desarrollada. Más aún, de ello depende que se puedan lograr también la apertura de los actores del sistema político institucional y movilizar algún día la voluntad del ejecutivo. Para no producir la frustración de una generación completa y para hacer posibles los cambios que urgentemente la sociedad chilena requiere.